Es probable que recuerdes un duro golpe a tu bolsillo allá por el 2009.

Es probable también que recuerdes las noticias hablando de corredores de bolsa de Wall Street arrancándose los cabellos, personas con hipotecas insostenibles quedándose en la calle y naciones enteras de la Unión Europea atravesando por profundas crisis económicas.

El efecto de aquellos días perdura hasta hoy y el mundo occidental apenas se está levantando de ese golpe. Las páginas de los diarios que se están imprimiendo ahora mismo se siguen escribiendo con aquella racha en mente y los economistas del mundo continúan buscando estrategias para salir de atolladero de una vez por todas.

La crisis de 2009 tuvo dos motivos principales: por un lado, los malos cálculos hechos sobre los costos de un gran festín crediticio que Estados Unidos le estaba ofreciendo a sus ciudadanos. Una madrugada de 2007, el asunto explotó: los préstamos e hipotecas hechos sobre diversas propiedades cobrarían una factura mucho más alta de lo imaginado.

Créditos que no cotizan se traducen en un recorte a la inversión, y esto, a su vez, en una baja producción en la industria y esto último en una subida en los precios de los productos más bajos. En una palabra, prestar demasiado y a gran escala puede generar una bajada impresionante en el poder adquisitivo de la moneda.

 

El segundo motivo es un problema de corrupción y mentiras terribles sobre la economía griega. Este país, que se había unido a regañadientes a la Unión Europea (UE) y no podía darse el lujo de fallar. Una coalición de derecha que gobernó el país hasta entrado el 2009 descubrió que no era la esperanza económica que tanto había prometido y tomó una decisión absurda: mentirle a la UE sobre el impacto que la crisis de Estados Unidos había tenido sobre sus finanzas. No fue sino hasta la elección de un nuevo gobierno, conformado por una alianza de izquierda moderada, el que asunto se conoció en su verdadera dimensión: mientras se reportaba un déficit de 3.7%, los libros internos mostraba una vertiginosa caída del 12.7%: lo suficiente como para proyectar una bancarrota a la vuelta de la esquina.

Antes de llegar a ese punto sin retorno, el gobierno griego pidió un rescate financiero sin precedentes. La Troika, el buró central de las autoridades económicas europeas más poderosas (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) decidió rescatar al país: todo indicaba que sería más caro expulsarlo de la UE que prestarles ayuda. Y la ayuda, que no fue suficiente al principio, se volvió a prestar una y otra vez.

Los préstamos otorgados a Grecia eran suficientes para evitar que la caída continuara. Para 2012, el desempleo en el país había alcanzado el 25% y los precios nos dejaban de subir. Se evitó la muerte súbita, pero no se reavivó la economía.

Existe una regla de oro en el crédito que aplica para ti y para un país entero por igual: no pidas prestado nada que no usarás para producir lo suficiente como para pagarlo y no necesitar un préstamo igual en el futuro. En otras palabras, no compres a crédito nada que no usarás para pagar la propia deuda y, además poder solventar ese gasto en el futuro cada que se vuelva a presentar. Esto vale para un crédito por 100 dólares y para uno por un millón.

El problema con los créditos otorgados a Grecia es que no eran suficientes para volver a incentivar la producción. La estrategia debió consistir en pedir un préstamo extranjero y usarlo para prestar a los productores locales, que, a su vez, debían comenzar a producir lo suficiente como para generar ganancias que permitieran una recaudación suficiente como para pagar, crecer económicamente y fomentar el crecimiento.

Es común que los ciudadanos de una nación vean la deuda externa como un mal. La opinión popular dicta que entre más deuda externa se adquiera, peor se está dejando a un país. Eso no es necesariamente cierto: todo depende de cómo se ponga a trabajar ese dinero.

La desconfianza de la Troika, por otro lado, era muy comprensible después de años de mentiras que afectaron a los ciudadanos de todas la UE, pues fuertes decisiones son tomadas con los balances de crecimiento de los países miembro. España fue uno de los principales afectados y hoy siguen con grandes problemas en todos los niveles.

Por otro lado, el ajustado dinero podía usarse para incentivar a las empresas del país, pero, ¿cómo confiar en los empresarios, de entre cuyas filas habían salidos aquellos que habían seguido el juego de aquel gobierno mentiroso? Los préstamos a las empresas se otorgaron bajo estrictas condiciones que, a la larga, no incentivaron el crecimiento esperado.

Para ponerlo en términos sencillos: hoy, tras conseguir el último de estos préstamos continuos y ajustados, Grecia se ve ante la necesidad de invertir el 50% en el pago de deudas e intereses ante distintos acreedores. La deuda, cargada a los ciudadanos, por su puesto, asciende a nada menos que 315 mil millones de euros. Esto representa el 176% de lo que el país es capaz de producir en un año.

Ante una deuda de esa magnitud, era obvio que los griegos optarían por una opción radical de gobierno que ofreciera dos cosas: hacer crecer económicamente el país y lograr detener la presión ejercida por la Troika sobre cada ciudadano. Fue el 25 de enero que los griegos llevaron a Syriza (Coalición de Izquierda Radical) al poder, encabezado por Alexis Tsipras.

Syriza llegó al poder con la promesa de enfrentar a la Troika y, a su vez con la de permanecer en la UE, tarea difícil. Alemania fue el primer enemigo: el país gobernado por Angela Merkel, cabeza indiscutible de la comunidad europea, fue el que más dinero aportó al préstamo para Grecia y el más preocupado, dada su propia batalla económica con Rusia, que no sale barata.

Tras un breve periodo en el que Grecia fue amenazada con salir de la UE, a los que Grecia respondiera amenazando a Alemania de cobrar la deuda por la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial, Syriza logró llegar a un nuevo acuerdo con la Troika, pero no ha sido fácil. Antes ha tenido que entregar un proyecto con el que se compromete a crear feroces leyes anticorrupción, un programa antimigración y un detallado plan de crecimiento. La idea es simple pero difícil de lograr: hacer que cada euro genere otro y cobrar cada centavo de impuestos. De esta manera, Grecia busca volver a tomar las riendas de su futuro y decir no al plan de rescate diseñado por las autoridades europeas, que pretendía obligarle a pagar su deuda a través de un duro programa de austeridad en lugar de apostar por la productividad.

El nuevo gobierno griego goza de algo invaluable, se trata de un arma envidiable, aunque de un solo disparo: un voto de confianza ciudadano. El 81% le apoya en las negociaciones con Europa, según la última encuesta, previa a la reunión del viernes de los ministros de la eurozona. El 73% cree también que Tsipras es el hombre adecuado para sacar a Grecia del pozo de cinco años de recesión, mientras que el 90% rechaza la Troika y el 83%, el programa de rescate que antes impusiera la UE.

La recuperación griega significaría el fin de una crisis mundial. El plan está por ponerse en práctica y la apuesta sigue siendo alta.

@plumasatomicas

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