Por José Ignacio Lanzagorta García

Algunos lo comprenden como un conjunto de políticas y prácticas de administración pública, otros lo refieren como la suma de todos los males del sistema económico. Lo bueno es que parece que -¡al fin!- en México la conversación sobre el neoliberalismo se ha ampliado, incluso entre quienes este término les producía pereza y risas. Esta conversación viene de la mano, por supuesto, con la sentencia -tal vez ilusa, tal vez certera- de que este modelo ha llegado a su fin en el discurso de AMLO en San Lázaro. La magia que siempre ha tenido nuestro actual presidente de echar a andar discusiones, conceptos y términos, tocó finalmente uno de los más vivos, más manoseados, más politizados y, por tanto, menos consensuados. Ofrezco aquí una aproximación que, espero, pueda contribuir a la discusión.

El neoliberalismo es, sobre todo, un paradigma.  En estos días, entre quienes suelen rechazar el término se les leyó decir que el neoliberalismo “no se ha implementado”. Y por ello se refieren, tal vez, a que no ha existido en país alguno un modelo en el que el Estado quede reducido exclusivamente a la defensa de los derechos de propiedad para el funcionamiento de un mercado totalmente libre. En este sentido, por supuesto: no existe el neoliberalismo, o al menos no como un objeto, como una cosa, no hay un “estado neoliberal”. Lo que hay, insisto, es un paradigma entendido como un conjunto de ideas, supuestos, metas y teorías que, cuando es compartido entre las élites y grupos dominantes de una sociedad, llega a sentirse casi naturalizado. Tal vez es por eso que hasta hace unos pocos días, el término le resultaba irrisorio, poco serio o que no describía nada a muchos que, curiosamente, se dedican al estudio técnico de la economía, la política y la administración pública.

Para comprender cómo se ha configurado históricamente este paradigma y sus efectos políticos, sociales y económicos a nivel global en general, y en entornos regionales, se han escrito ríos de tinta en los últimos 20 o 30 años. Para quienes apenas arriban al tema o buscan ordenar sus ideas en torno a esto, recomiendo ampliamente una lectura a la Historia mínima del neoliberalismo que publicó Fernando Escalante hace apenas unos tres años. Es texto breve para la materia que trata, claro, contundente y, sobre todo, sirve para comprender el neoliberalismo justamente como un paradigma que no es nuevo, ni estable, sino que ha competido por muchas décadas por constituirse con más o menos éxito, con más o menos consistencia como hegemónico a nivel global y, sobre todo, con diferencias en escalas regionales y locales.

Como paradigma, el neoliberalismo implica algo más complejo que las políticas de reducción del estado a favor del mercado. Neoliberalismo y capitalismo no son la misma cosa: el segundo puede –y ha podido- subsistir sin el primero, pero no al revés, pues el neoliberalismo sí es un producto o una fase del propio capitalismo. El neoliberalismo incluye un conjunto de ideas sobre la relación entre el individuo y el colectivo, el individuo y el Estado, el individuo y el mercado, el individuo y su sentido de la vida –autorrealización y bienestar-.

Este paradigma es el sustrato desde el que se evalúan, se ordenan, se intervienen o se agregan –parafraseando a la antropóloga Elizabeth Povinelli- otros mundos sociales, otras posibilidades, otros paradigmas. Para hacer estas operaciones, en el paradigma neoliberal se traduce a sus propios términos lo que observa en esos otros mundos sociales y a partir de ahí genera toda una serie de técnicas y prácticas de estado, de mercado o gubernamentales. La manera del paradigma neoliberal de lidiar con el pluralismo es el reconocimiento sólo de individuos y sólo en los términos de sus relaciones mencionadas. Y así surgen estos lenguajes de la igualdad de oportunidades y sus programas de microfinanciamientos, transferencias y demás. Así surge también –como colateral positivo, diría David Harvey- la ampliación de derechos individuales universales para poder incorporar al mercado a todos por igual.

Imagen: Shutterstock

La hegemonía de un paradigma puede ser más dura que un presidente que dice que ya se acabó el neoliberalismo. No sólo hay agentes económicos y políticos, locales y globales, dominantes todos en la parte en la que este paradigma deviene en un modelo de economía política, sino que las ideas, las creencias, las teorías, las técnicas pueden persistir, sobre todo, porque, como he mencionado, en cierto grado fueron naturalizadas. Ya veremos qué viene. Sin embargo, celebro que en México podamos tener esta discusión de manera más desnaturalizada. Por sí mismo, ello contribuirá a que pensemos otros paradigmas, ideemos otras formas de ser en el mundo, formulemos nuevas utopías. Hemos estado hablando mucho de neoliberalismo desde el levantamiento zapatista de 1994, es sólo que en los centros de producción de tecnócratas y en las élites… nos tiraban a locos.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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