Por Guillermo Núñez Jáuregui

Atentos, ¿escuchan?, es el ruido que hace la serpiente desenroscándose: el año pasado, en junio, se lanzó el último número de Hellboy, la serie creada por Mike Mignola y publicada por Dark Horse desde mediados de los noventa. ¿El último? Por ahora, en todo caso: una vez muerto, los lectores seguimos los pasos de este singular detective de lo oculto por la vida en el más allá, con atención especial a su descenso hacia el averno (Hellboy in Hell se publicó de 2014 a 2016, esporádicamente). Pero el universo en torno al famoso personaje no ha dejado de ser explorado por distintos artistas con la venia de Mignola, quien siempre ha sido adepto a las colaboraciones. No sólo se ha profundizado en los orígenes de algunos famosos villanos (Rise of the Black Flame, 2016) sino que se han seguido las hebras narrativas de distintos héroes en títulos como Witchfinder, Joe Golem: Occult Detective, pero también de antihéroes, como Baltimore o Frankenstein Underground (por no hablar de la cambiante camarilla que compone la serie de B.P.R.D.). Es un universo rico y complejo, lleno de alusiones eruditas y librescas, que sirve como una fuerte alternativa para quienes encuentran ya cansado el tema de los superhéroes en los cómics (debe decirse que el universo de Mignola –que, obviamente, le debe tanto a los mitos lovecraftianos como a leyendas e historias sobrenaturales de todo tipo de lugares y épocas– también se ha cruzado con el de algunos enmascarados, incluyendo a Batman; a propósito, habría que revisarse Hellboy: Masks and Monsters, de 2010).

Este año se publicó la miniserie The Visitor: How & Why He Stayed (o El visitante: cómo y por qué se quedó), donde la ciencia ficción deudora de las narrativas de mediados del siglo pasado tuvo un impacto profundo. La historia fue escrita por Mignola pero también por Chris Roberson; el arte estuvo a cargo de Paul Grist (autor de Kane, un hard-boiled). The Visitor: How & Why He Stayed constó de cinco episodios (reunidos en un solo volumen publicado el pasado octubre) que tuvieron, además, el atractivo de funcionar como una especie de revisión de la historia de Hellboy. La premisa es sencilla: también seres fuera de este mundo, ¿pero que son extraterrestres, seres interdimensionales?, fueron testigos de la llegada de Hellboy al planeta Tierra. Esa raza cósmica había enviado a un asesino para deshacerse del infante que, se suponía, sería el apocalipsis encarnado. En cambio, el asesino decide observar desde la distancia… Un punto fuerte en la narrativa es que no fue creada ex nihilo sino que sigue una de las finas hebras que apenas se habían sugerido en los números originales de Hellboy (específicamente, en el cuarto capítulo de la primera miniserie, Seed of Destruction, de 1994). Es un raro pero feliz caso en el que un hilo suelto puede ser jalado para descubrirse un nuevo y complejo tapiz.

 

¿Y qué hay en ese tapiz? Un poco de lo que los seguidores de Mignola esperarían, claro: de pronto el “visitante” también se comporta como un detective de lo oculto, especialmente en el tercer capítulo, en el que se enfrenta a un culto siniestro. Pero para algunos lectores les resultará más interesante –aunque sea, también, un poco obvio- el paralelo entre la experiencia alienígena y el de las minorías en sociedades racistas. Pero donde The Visitor… se luce es con otro tema explorado desde las coordenadas de la ciencia ficción. Se propone así la bondad de una existencia como la nuestra, marcada por un tipo de memoria (que permite olvidar), en contraste con otra, la memoria total: ¿por qué problemas existenciales atravesaría un cuerpo y un cerebro incapaces de olvidar? En general, los relatos de ciencia ficción resuman humanismo cuando le ponen atención a otros tipos de corporalidades, y The Visitor… no es la excepción.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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