Por José Ignacio Lanzagorta García

En cualquier organismo, público o privado, y por más que se intente regularlo, habrá una amplia dosis de influyentismo y nepotismo. Lo sabemos todos. Hasta lo tenemos asimilado: oye, hay una vacante; sí, mira, mi sobrino es rebueno para el fut; oye, pero es para sacar cuentas; no le hace. En el mejor de los casos el sobrino aprenderá a hacer bien la chamba y, en el peor, será una carga terrible para el equipo y jamás absorberá responsabilidades por los fracasos. Que haya personas inadecuadas para el puesto que tendrán que desempeñar es todo menos una rareza en cualquier lado y menos en el sector público; y me atrevería a decir que esto es especialmente común en los niveles medios. Sin embargo, de vez en cuando, alguno de estos incontables casos brinca al ojo del huracán. Es interesante detenerse a ver quién y por qué.

Conacyt ha sido el escándalo de la semana. No ha sido uno, sino dos perfiles inadecuados a los que les fueron designadas responsabilidades medias de la organización y que, tras el revuelo, no les ha quedado más que desistir. Eso, hay que decirlo, sí ha sido una diferencia con respecto a por lo menos un escándalo similar que vimos en la administración pasada. Vale la pena diseccionar el caso, pues no se trata sólo de denunciar el influyentismo detrás de estos nombramientos, sino también desentrañar aquello que los hizo tan visibles.

Desde luego, si una persona accede a un cargo o puesto por sus conectes, lo primero que estará en juego, más allá de sus influencias, es su aptitud y adecuación para la responsabilidad encomendadas. Las credenciales serán siempre el primer lugar para indagar: ¿tiene o no certificados en las tareas especializadas que desempeñará? ¿Son indispensables o no estos certificados? El influyentismo puede tener la capacidad de bloquear el acceso a alguien con todas las credenciales para un cargo y, por el otro lado, habilitar a quien, sin tenerlas, demuestre que éstas eran o no indispensables.

En el caso de Edith Arrieta Meza, el problema fue sólo de credenciales. Era difícil ver una conexión entre su título en Diseño en Moda y la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados para la que fue designada. El problema radica más en la expectativa que tendríamos de lo indispensable de un conocimiento especializado en tal materia que en un desdén a su título. Me pregunto si hubiera sido notable que a Arrieta Meza la hubieran designado más bien para cualquier subdirección de comunicación de cualquier otro organismo gubernamental. Sospecho que si hurgamos bien en los curriculum de este nivel administrativo, en éste y en cualquier otro gobierno, encontraríamos numerosos ejemplos de profesionistas de disciplinas distintas a la comunicación y con experiencia en otros rubros.

Si las credenciales de aptitud para un cargo fueran lo más importante para denunciar influyentismo, tal vez no sólo el caso de Arrieta hubiera sido el más ruidoso, sino que no pararíamos por escándalos similares todos los días. Pero los reflectores se los llevó quien fue designado para la subdirección y coordinación de Comunicación e Información Estratégica, David Alexir Ledesma, quien presentó ya su renuncia al cargo.

A diferencia de Arrieta, Ledesma tendría credenciales un poco más cercanas al cargo que desempeñaría pero aún así incompletas. Si no tenía un título en comunicación, al menos sí había iniciado estudios en la materia y, al parecer, contaba con alguna experiencia profesional en comunicación política con Dolores Padierna y en medios con Jenaro Villamil. Ciertamente, con apenas 29 años, Ledesma sería un subdirector muy joven, pero tampoco sería algo excepcional. Pero esta falta de credenciales, sospecho, pudo haber pasado inadvertida en otra dependencia o en otra persona. El escándalo de Ledesma fue la idea que tuvimos de él y la idea que tenemos del Conacyt.

Como organismo destinado a impulsar el conocimiento científico, tecnológico y humano, el Conacyt sigue siendo parte del imaginario de educación como un agente de movilidad social. No es que se necesiten doctores en todos los puestos que operan el Conacyt, pero ciertamente la expectativa es que al menos el organismo que evalúa los curriculum de centenas de científicos y académicos para determinar su futuro en la carrera de la investigación, sea riguroso con las credenciales de funcionarios. Estoy seguro que Ledesma no es necesariamente más ni menos apto para el cargo que muchos servidores con las credenciales correctas que han pasado por distintas áreas del Conacyt, pero es que ahí, tal vez más que en otras dependencias, hay una particular atención a sí tenerlas.

Pero, sobre todo, no brincamos tanto porque Ledesma tuviera una carrera trunca, sino por su persona pública en línea: un hombre joven atractivo que muestra su cuerpo, que no esconde su sexualidad, que difunde sus poemas eróticos. Y, más aún, que no oculta el posible nexo de su influencia para acceder al cargo. Como hombre gay, Ledesma fue juzgado bajo la misma óptica machista que tantas mujeres cuando acceden a cargos utilizando influencias basadas en la seducción. Periodistas, gente de a pie e incluso académicos, fueron implacables no en demostrar la inaptitud de Ledesma para el cargo, sino en denunciar y condenar su sospecha del uso de la sexualidad como vínculo de influencia. No es tanto escándalo si alguien consigue un cargo por ser el sobrino, hijo o compadre de alguien, tanto como si se acuesta con alguien. Aunque el problema sea exactamente el mismo, ni más ni menos. El sexo –y, especialmente el de las mujeres u hombres gay– pareciera catalogarse como la frontera donde el influyentismo no sólo es intolerable, sino que no puede pasar sin el escarnio público.

Arrieta no continuará a cargo de la comisión de Bioseguridad: claramente no tiene las credenciales. Fue influyentismo. Pero Ledesma… Ledesma renunció por no contar con las credenciales y, sobre todo, por el escarnio. Fue influyentismo… del que amerita sambenito.

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José Ignacio Lanzagorta García es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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