El día de hoy se cumplen 50 años del asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, probablemente el más fiero de los enemigos del comunismo entre los líderes americanos y el primer descendiente católico de irlandeses en ostentar el poder en aquel país.

Como Frank Costello nos recuerda en el legendario discurso inicial de la película de Scorsese, The Departed, al ritmo de la brillante Gimme Shelter de los Rolling Stones:

“20 años después de que un irlandés no pudiera tener ni un jodido trabajo, ganamos la presidencia. Descanse en paz.”

El catolicismo de Kennedy era tan sólo uno de los rasgos heredados de sus raíces irlandesas. Los inmigrantes irlandeses, mitad conquistadores, mitad braseros del siglo XIX estadounidense, se afianzaron en tierra de nadie y se convirtieron en la base de la más grande mole política del siglo XX. Como tantos, en 1848, llegó a América un irlandés llamado Patrick (como no podía ser de otra forma) Kennedy, que logró un pequeño patrimonio trabajando como tonelero.

Lo que los irlandeses comprenden mejor que cualquier minoría americana, continúa Costello, es que “nadie te dará nada: tienes que tomarlo”. Eso hizo Joseph P. Kennedy, nieto de aquel pionero, quien convirtió la modesta herencia de su abuelo y de su padre en una de las más grandes fortunas de los Estados Unidos.

Joe se hizo de su plata por múltiples y no siempre loables medios. Especulación en la bolsa, inversión en la industria del cine y compra de alcohol “con fines terapéuticos” durante la estricta era de la prohibición. La licencia bajo la que conjuntó una de las dotaciones más abundantes de licor le fue otorgada nada menos que por el presidente Roosvelt, a quien apoyara en campaña, cobrándole el favor. Cuando la prohibición se levantó, Joe no tuvo que esperar el tiempo de importación y vendió su alcohol como sólo los irlandeses saben hacerlo.

Durante los agitados 20, el mundo se volvía loco bailando el complicado charleston.

El rico Joe fue el padre de John Fitzgerald Kennedy. El chico nació el 29 de mayo de 1917, en vísperas de una revolución que cambiaba el curso de la historia al otro lado del mundo. Ante él y sus hermanos Joe, Rosemary, Kathleen, Eunice, Pat, Jean, Bobby y Teddy solía el padre repetir:

“No me importa lo que hagan en la vida: hagan lo que hagan, sean los mejores del mundo. Si pican piedra, sean los mejores picapedreros del mundo.”

Joe padre estaba más orgulloso de su primogénito tocayo que del debilucho John. Aquél era fuerte, atlético, inteligente, y cosechaba éxito sin parar. John, por su parte, obtuvo calificaciones mediocres toda su vida, con excepción de economía y ciencia política al final de su carrera en Harvard.

El rápido blues de los Mills Brothers sonaba en el ambiente del sur estadounidense.

Cuando el patriarca Joe fue mandado como embajador de Estados Unidos a Gran Bretaña, puesto obtenido una vez más como pago por su fidelidad a Roosvelt, afianzó para su familia un prometedor futuro político. Los dos chicos le acompañaron al viaje y realizaron desde ahí giras por Europa. Así pudo John visitar por primera vez la URSS. De esta manera nació su amor por la política.

A su regreso, John se dedicó de lleno a sus estudios y se interesó por el ambiente político de la época, mismo que incluía el creciente descontento en Alemania por los fuertes castigos y bloqueos que le fueron impuestos al finalizar la Primera Guerra Mundial. Why England Slept (Por qué dormía Inglaterra) es el título de la tesis que le valió el grado Magna cum laude en 1940. Con modificaciones, la tesis se convirtió en un libro que vendió 80 mil ejemplares.

La postura inicialmente neutral de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial supuso la salida de Joe de Gran Bretaña y la calificación de antisemita. John y su hermano ingresaron en las fuerzas armadas, el primero como comandante de una lancha torpedera en el Pacífico. Una noche la lancha fue partida por la mitad y después de 15 horas de estar a la deriva, John arrastró a un sobreviviente hasta la costa, lo que le convirtió en héroe de guerra.

Durante aquella afrenta América y Europa eran invadidas también por el sonido de las Grandes Bandas. La inmortal In The Mood de Glenn Miller es con seguridad la pieza más emblemática de la época.

Su hermano, sin embargo, no corrió con tanta suerte y murió intentando destruir una base alemana. El padre, quien auguraba para su primogénito una carrera que culminaría en la presidencia, decidió no abandonar su sueño y cargar a John con esa fuerte responsabilidad.

El chico la enfrentó, no sin angustiantes dudas y descontentos, por decir lo menos, frente a la figura paterna. El joven veterano, geniecillo y bastante guapo, logró ingresar sin dificultad a las filas demócratas, partido históricamente de izquierda inclusiva y de bases irlandesas. En 1946 fue electo diputado por Boston en la Cámara de Representantes, puesto que mantuvo hasta 1950.

Como representante, John dejó realmente bastante qué desear. Se concentró más en establecer una posición política clara a futuro que en legislar. Kennedy se preocupó por iniciar una campaña que no considerase a la URSS como el principal enemigo de Estados Unidos, sino al propio comunismo, mucho más amplio, abstracto y fantasmal. En 1949 dio un discurso en el que se desentendía del estado de bienestar de Roosvelt y acusaba a la política estadounidense en China de no haber logrado un oriente libre de marxismo.

Durante el subsecuente 1950, la voz de Doris Day llenaría la radio y las salas de cine. Su éxito conseguido junto a Gordon MacRae  con I Want to Be Happy servía de introducción a una época marcada por la esperanza tras los bélicos 40.

El siguiente paso lógico en la carrera por la presidencia era el Senado. Para lograr obtener el escaño por Massachusetts, los Kennedy derrocharon una cantidad de dinero quizá más fuerte que la destinada a la subsecuente campaña por la oficina oval. Las relaciones sociales se aceleraron a punta de carterazos, las tarjetas de felicitación estaban a la orden del día tanto en los buzones de altos mandos, como en los de la ciudadanía. La familia promovía la idea de que el catolicismo irlandés no sólo era compatible con los valores protestantes americanos, sino que les ensalzaba. De esta manera, John logró vencer al republicano Henry Cabot Logde, quien ostentara el puesto desde 1935.

Dean Martin cantaba malancólicamente It takes so long.

Durante alguno de los banquetes ofrecidos por los Kennedy en aquellos días, Jacqueline Lee Bouver, reportera de Washington, mitad neoyorquina, mitad francesa, se ganó los ojos de John. La chica guapa, políglota, sumamente inteligente, convenientemente católica y cosmopolita, se casó con él el 12 de septiembre de 1953 en una boda con mil 200 invitados.

Entre 1954 y 1957, debido a un problema de salud que mereció dos operaciones, John Kennedy se mantuvo en el retiro político. Sin embargo, no perdió el tiempo. Redactó un libro llamado Profiles in Courage, entorno a los grandes personajes de la historia estadounidense, por el que ganó el Pulitzer en el 55.

Eran estos los años en que sonaba Mr. Sandman, cuya versión más famosa fuera grabada por The Chordettes. La dulce Lollipop musicalizaba las citas durante la bonanza estadounidense.

A su regreso, los demócratas vieron en él al candidato ideal para las elecciones del 60. Durante su ausencia, la legislatura condenó la política del senador McCarthy, que compartía con Kennedy la fuerte aversión al comunismo desde la trinchera republicana. McCarthy había iniciado una cacería de brujas luego de acusar a 205 miembros del Departamento de Estado de comunismo. Aprovechando el conflicto en Corea, el senador afianzó el antimarxismo como marca esencia del espíritu estadounidense más conservador. No obstante, su obsesión sobrepasó el límite y se extendió a acusaciones cada vez más peligrosas e inverosímiles, salpicando incluso al presidente Eisenhower, quien promovió una moción de censura en su contra.

La voz de Lloyd Price sonaba en la radio con su inmortal Personality, mientras Martin Luther King escribía The measure of a man, del que se extraería el inmortal texto What is a man?

Tras el escándalo de McCarthy, el camino estaba libre para los demócratas. El episodio permitió que John ganase las elecciones pese a no haber condenado las acciones del senador. “Kennedy está en el cambio” fue el lema con que logró el triunfo electoral al interior del partido y posteriormente frente a Nixon. La linea política de su campaña se caracterizó por un reclutamiento de viejos colegas de Harvard y un liberalismo capitalista recalcitrante que buscaba eliminar todo rastro de la vieja política rescatista de Roosvelt. El estado no debía hacerse responsable del bolsillo familiar sino de fomentar un crecimiento económico lo suficientemente poderoso como para garantizar el éxito del libre mercado al interior de sus fronteras. Para lograrlo, debía vencer al enemigo comunista y a la siempre creciente Unión Soviética.

La elección ocurre en el año de 1960. Durante aquel año, Elvis regresa de su servicio militar y es recibido nada menos que por Frank Sinatra, con quien ofrece una singular presentación.

Su primera acción, una vez investido con el ejecutivo fue ordenar la liberación del Martin Luther King, que cumplía sentencia en un campo de trabajos forzados, ganándose así el favor de la juventud más liberal. Kennedy impulsó una serie de reformas por los derechos civiles de las minorías, entre las que destacaron los negros. Sin embargo, sus iniciativas encontraron resistencia en el Congreso. Con todo, aquella actitud le valió la confianza y la admiración de las minorías, hasta el punto de ser comparado con Lincoln.

El liberalismo de Kennedy no era ingenuo. Impulsó las artes, la educación y las inversiones privadas cuyas utilidades estatales fueron canalizadas marcadamente hacia el crecimiento militar. Formó una alianza con distintas administraciones de América Latina, que implicaba un resurgimiento de la Doctrina Monroe, convenientemente reducido en notas paternalistas. Esta alianza prometía apoyo a las democracias contra dictaduras (comunistas), facilidades de exportación e inversión privada, reforma agraria y control de armas.

El servilismo latinoamericano se dejó sentir en la mayoría de los gobiernos, que aprovecharon el apoyo de Kennedy para combatir las insurrecciones socialistas. Castro, sin embargo, se resistió. Pese a la resistencia de Kennedy a seguir las recomendaciones de la CIA y así invadir Cuba, cedió en 1961. Las fuerzas tácticas estadounidenses, sin embargo, subestimaron la organización del ejército cubano y resultó en un fracaso. Inmediatamente después, Fidel anunció que Cuba se constituiría como una república socialista.

El Che califica la derrota estadounidense como un triunfo mundial sobre el imperialismo. Silvio Rodríguez dedica su agridulce canción Playa Girón al desembarque estadounidense.

La URSS aprovechó la situación y se alió con Castro para colocar armas nucleares en la isla. En junio de 1961, Kennedy intentó un contacto político con los soviéticos, pero el conflicto en Cuba impidió cualquier acuerdo. La guerra fría alcanzaba así uno de sus puntos más álgidos. El presidente estadounidense, sabiéndose apoyado por Europa y América Latina, hizo acopio de valor y demandó públicamente a Krushev el retiro inmediato de los misiles. El líder soviético terminó cediendo y la popularidad de Kennedy se consolidó de manera definitiva.

En 1962, los futuristas Spotnicks llenan el ambiente con su instrumental The Rocket Man.

El 26 de junio de 1963, viajó a Berlín Occidental, donde dictó uno de los más famosos discursos de la historia. Condenó el levantamiento del muro que dividió tanto a la ciudad como al mundo, así como el crecimiento del comunismo a nivel global. “Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. Dejen que vengan a Berlín”. Aquél discurso terminaba con las palabras que lo hicieron inmortal en Europa:

“Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras ‘Ich bin ein Berliner‘ [yo soy un berlinés].”

Aquél mismo año, The Animals tocaban su extraordinaria Let it Rock y al acelerado ritmo del propio ambiente político.

Con su discurso en Berlín, se consolidaba como líder indiscutible del bloque capitalista. No había mejor momento para preparar su reelección. Comenzó una gira nacional e internacional para ganar el voto estadounidense. El 22 de noviembre de 1963, durante su visita a Dallas, a bordo de un auto descapotable, acompañado de su esposa, John F. Kennedy saludaba al pueblo en medio de alabanzas. De pronto, mudos disparos atravesaron el aire y dieron de lleno en el cuerpo del presidente, cobrando su vida.

El luto nacional comenzó en aquél mismo momento y la conmoción internacional exigía respuestas. Un solo hombre fue encontrado culpable: Lee Harvey Oswald. El llamado “informe Warren” sugiere que Oswald disparó a Kennedy desde lo alto de un edificio utilizando un rifle con mirilla, actuando solo y libre de cualquier influencia o conspiración. Su muerte, no obstante, se sigue considerando un misterio sin resolver. Grupos racistas, comunistas, petroleros e incluso la CIA han sido considerados sospechosos del asesinato.

Phil Ochs compararía abiertamente a Kennedy con Cristo en su canción de 1966 The Crucifixion.

John F. Kennedy fue, en definitiva, el político estadounidense más importante del siglo XX. Su legado afianzó el temor liberal hacia el comunismo y estableció el final absoluto del estado de bienestar en un país que apenas hoy comienza a ver mermado su poderío.

The Emigrant, canción de Larry Cunningham, narra la historia de los Kennedy desde el arribo de Patrick hasta el asesinato de John. “Al final, una bala dejó al mundo en silencio. Ahora hay una viuda junto a una tumba con dos huérfanos a su lado. Él luchó y murió por la paz y la libertad” concluye.

Paul Simon escribió The Sound of Silence como una forma de describir el profundo dolor que causaba la muerte del líderLa era Kennedy es un capítulo sin el cual no entenderíamos la historia del siglo XX.

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