Por Mariana Oliver

Lo siniestro sería aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás. En lo que sigue se verá cómo ello es posible y bajo qué condiciones las cosas familiares pueden tornarse siniestras, espantosas.

Sigmund Freud

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La cédula en el museo dice que Gregor Schneider tenía 16 años cuando se mudó al número 12 de la calle Unterheydener en Rheydt. Dice también que a partir de ese momento, podemos imaginar que fue después de abrir la puerta y darse cuenta de que esas paredes, el suelo y el techo le pertenecían, Schneider modificó el espacio una y otra vez: hizo túneles, agujeros y derribó paredes, construyó cuartos dentro de los cuartos o ventanas que miraban hacia los muros, levantó puertas que no conducían más que al precipicio.

Foto: Gregor Schneider. Kindergarten. MUAC, 2017

Tal vez hubo un momento en el que ya no recordaba cuál era la función de cada cuarto antes de que la casa fuera suya, ni tampoco qué debía hacer ahí, si dormir o sentarse a tomar una taza de café. Algunos fragmentos de la memoria de la casa habían desaparecido. Sin embargo, todas las mutaciones fueron intentos del artista de dilatar la mirada, de desaprender la rigidez del espacio para poder contemplar lo cotidiano con extrañeza. Haus ur era un plano que se trazaba y se desvanecía continuamente.

En 2001 Gregor Schneider desmanteló su casa. Empacó los veinticuatro cuartos existentes en un barco que lo llevó a Venecia, donde convirtió Haus ur en Totes Haus ur, casa muerta. Reconstruyó los cuartos de la casa de la calle Unterheydenener para la bienal y ganó el León de Oro por ese proyecto. A partir de entonces la casa, que nunca es la misma casa, se muda de espacio cada tanto.

El apellido Schneider es muy común en Alemania. Hace alusión al oficio de sastre. Literalmente significa “alguien que corta”.

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Empacar la casa y reconstruirla adentro de un museo, de cualquier museo. El efecto que se busca es el mismo: hacer que los espectadores se incomoden ante la sensación de estar invadiendo un espacio ajeno, de caminar en un lugar donde algo acaba de ocurrir, cualquier cosa, la rutina. El recorrido se realiza a oscuras. Tan sólo los diferentes cuartos están iluminados. Así el efecto se intensifica. Las huellas de humedad en el piso, las grietas en la pared, el sonido llano del agua que cae de la regadera y el yeso tallado, todas las marcas de la casa que la vuelven habitable y familiar son precisamente lo que más perturba.

El museo se vuelve invisible. Sólo existe la casa, su representación.

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En 2013 Gregor Schneider compró la casa ubicada en el número 202 de la Odenkirchener Straße con la intención de habitarla. La distancia entre ésta y la casa de la Unterheydener Straße son 230 metros, tres minutos a pie.

Contemplamos al artista en su intento por vivir ahí. La primera cinta dura pocos minutos. Sentado frente a la mesa de la cocina, hunde la cuchara en el plato y se la lleva a la boca, mantiene el mismo ritmo entre cada movimiento que se repite una y otra vez. Schneider permanece estoico. Su hambre debe ser insaciable. Aunque tiene los ojos abiertos, en realidad no mira nada. Frente a él una pared blanca sobre la que cuelgan tres marcos es el único paisaje. El video se repite una y otra vez. El plato nunca se vacía, pero no hay suficiente sopa que lo reconforte.

Frente a la imposibilidad de habitar esa casa, Schneider decidió derrumbarla, pero conservar la fachada. Antes de destruirla tomó una cámara de video y la recorrió para hacer un registro de los espacios tal y como se encontraban en ese momento. Así,  los planos de la casa en la que Joseph Goebbels nació y vivió hasta cumplir los siete años están almacenados en una memoria USB.

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El proyecto urbanista de la posguerra en Alemania concedió gran importancia a la reconstrucción de espacios públicos. Poco a poco los parques infantiles comenzaron a llenar las ciudades y los pequeños barrios. La gente debía volver a habitar las calles y  dejar de sentir miedo de los otros. Después de todo los parques son los espacios donde se construye la infancia bajo el rayo del sol y el vértigo compartido.

Foto: Gregor Schneider. Kindergarten. MUAC, 2017

Kindergarten es una colección de juegos infantiles, aunque las piezas de Schneider tienen características singulares. Si bien los colores primarios relucen su pureza, los juegos son imposibles de utilizar: el arenero está lleno de piedras, el pasamanos y los aros llegan casi al techo, la pelota es inmensa. Su función lúdica ha sido sustituida por su deformidad.

Supongo que los primeros visitantes de aquellos parques de la posguerra contemplaban los juegos con la misma extrañeza con que los visitantes del museo miramos los artefactos coloridos de Schneider. Hasta que un día, allá en los parques,  las dimensiones de los objetos recobraron su sentido y pudieron utilizarse nuevamente.

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Kindergarten de Gregor Schneider (curaduría de Virginia Roy) permanecerá abierta al público hasta el próximo 23 de julio en el MUAC, ubicado en Ciudad Universitaria, CDMX.

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Mariana Oliver es germanista y maestra en literatura comparada por la UNAM. En 2016 ganó el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos con el libro Aves migratorias.

Twitter: @marianaoliver

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