La esperada visita de Andrés Manuel López Obrador a Televisa, la casa del entretenimiento estéril, resultó para muchos en una paradoja del Canal de las Estrellas: estéril pero no entretenida. Para otros, aquellos que conocían de antemano el proyecto del candidato de las izquierdas, que comprendían sus propuestas ideológicas; para aquellos que ya tienen bien digerido el discurso del Cambio Verdadero, fue motivo de celebración.

Más allá de las polaridades que afortunadamente aquejan a este país, fue un encuentro emocionante, revelador, y sin embargo repetitivo e insuficiente. Insuficiente fue el desempeño del candidato y penoso el de los periodistas. Pese a todo, en los televisores apareció, por momentos, un crisol que permitirá a algunos ver las carencias de un candidato y sus más grandes fortalezas frente a un agresivo encuentro con personajes públicos que se ocuparon, antes de buscar la información, de la defensa de sus muy personales intereses e imágenes públicas: su prestigio, el prestigio de sus negocios, de sus programas, de su chamba, en el más amplio sentido de la palabra, y con esto, lograron precisamente lo opuesto. El que nada debe, nada teme, y si les quedó el saco, —porque no hubo uno que no aclarara “que él no”— entonces es que lo llevan puesto desde hace tiempo. Desde Brozo, que si no está maquillado es gris y agachón —y tiene un gesto esquizoide todo el tiempo—, hasta la misma Maerker que aunque haya pedido que no la “pongan en el mismo costal”, se rebaja cada semana para tener un espacio de audiencia para ejercer su opinión; y ya no hace falta mencionar a López Dóriga y Loret. Hay cosas indefendibles, y una de ellas es Televisa y su comercio del tiempo mexicano —la industria más perversa—, y por lo tanto del desarrollo de las mentes jóvenes y del estancamiento de las edades avanzadas.

Es difícil analizar y asimilar lo sucedido en Tercer Grado. Sin embargo, encuentro un momento muy representativo. Seguramente estarán enterados de la “Lunada por AMLO” que reunió a simpatizantes del candidato para apoyarlo en el difícil encuentro con el monstruo de las antenas grandes. Esta convocatoria, sí, romántica, pero también específica, -pedía no violencia, no bloqueo de la vialidad y no vandalismo- se vio amenazada por la doble intención de Carlos Loret de Mola quien salió a “saludar” a los amlistas, para terminar grabándolos mientras le gritaban “Chayotero, vendído, mentiroso”. Sin duda Carlos describe en buena forma “el alto periodismo” de Televisa, al realizar un acto de soberbia -y burla si me lo preguntan- ante militantes con serias convicciones. Un claro ejemplo del “hay que generar la nota” que consagra a la prensa nacional como un poder que modifica posturas, amolda mentes, inventa evidencia para luego generarla; un enorme aparato que edita la verdad hasta generar una nueva: si los manifestantes tenían un proyecto pacífico, el descaro debía aparecer para tentar su “tolerancia”. Para desgracia de la televisión, algunos sabemos que la “tolerancia” no equivale a la hipocresía, y mucho menos, y que entienda esto Carlos Marín cuando habla de tolerar asesinos y narcotraficantes, equivale a la impunidad.

Afortunadamente nos toca a nosotros juzgar. En la pantalla reinó una demagogia ineficaz por parte de AMLO y una terrible falta de respeto por parte de Televisa. Los entrevistadores confundieron la mordacidad con la agresividad y la ironía con el pitorreo. En varias ocasiones los micrófonos se vieron acaparados por carcajadas semiadolescentes y por los gritos de Adela Micha.

El programa comenzó a la defensiva: era importante que Televisa demostrara su equilibrada cobertura a los candidatos, defender las encuestas que gritan que No Ganará AMLO, defender Milenio; y era importante poner el tabú sobre la mesa, el gran miedo de México: que AMLO es un hombre que no sabe perder, que cree sólo en su palabra, que es un dictador.

El moderador fue el gran ausente demostrando, muy teatral y en vivo, el conflicto que Andrés Manuel genera, la discordia, el desorden que vendrá, si es que gana. Al mismo tiempo parecía ser necesario reírse del candidato, mostrarlo como un personaje incompetente, un tanto senil por idealista.

Las preguntas se repitieron, y las respuestas también, más veces que las preguntas. Algo sí lograron demostrar: AMLO, carece de elocuencia. Da la impresión de que tiene muchas cartas bajo la manga –como el caso de Guillermo Valdés director de GEA-ISA (“Atinada” encuestadora en las elecciones pasadas) quien terminó siendo director de CISEN en el sexenio calderonista- pero que teme desangrar su arsenal de honestidad en un solo discurso. El resultado es que uno se queda con sed de respuestas, de velocidad y cuando  cree que va a decir lo verdaderamente relevante, el argumento aniquilador, se desvía y vuelve a su eslogan personal que apoya a su eslogan de campaña.

Sin embargo, si algo es de admirar en la campaña de AMLO, es su eslogan. No peca de deshonesto. El cambio verdadero sí está en nuestras manos y sí se basa en la honestidad, en el sentido más amplio de la palabra.

Pero eso no es suficiente. La repetición de una mentira termina por convertirla en verdad. La repetición de una verdad la desvirtúa, la gasta, la hace menos, porque esta sociedad exige elocuencia, o falsa elocuencia como la de Loret de Mola, quien por cierto no tardará en sacar sus pruebas “muy veraces” de la participación de Bejarano en la campaña perredista (seguro hoy no pegó el ojo).

Y es cierto, lo repito –espero que sin gastarlo- AMLO no es elocuente. Nos quedamos con ganas de explicaciones, de despliegues de destreza política, de fortaleza, y sobre todo de la respuesta a la pregunta incómoda: el porqué no despidió a Luis Costa Bonino y compañía luego de haber cometido la gravísima falta de pedir dinero en su nombre. Pero hay tres puntos que hay que rescatar de su participación.

Lo primero es que el “Peje” no contradijo su postura de conciliación en el programa. Fue honesto, sí, pero no fue agresivo. Acusó de tendenciosos a cada uno de los presentes pero no fue él quien terminó elevando la voz. Y la presión era bastante.

Lo segundo fue su respuesta ante el planteamiento de que él también había propuesto una Guerra contra el Narcotráfico. Su proyecto habla de limpiar México de corrupción, de regenerar las instituciones y de regenerar al mexicano idealizado como tranza. Su idea –por lo menos la que expresa- no responde a las necesidades de quien quiere ganarse la gloria con un batazo, sino de quien cree en el trabajo, en generación de nuevos cimientos que se formarán “a partir de un diagnóstico y no de un garrotazo al avispero” y vencerán por mayoría al crimen.

Lo tercero, y lo más importante, es la convocatoria en vivo y en directo para que el pueblo se una a la democracia participativa en el medio más socorrido del país. La convocatoria a generar el cambio en cada uno de nosotros. Importante fue en el debate, porque demostró la corrupción de los líderes de opinión reunidos a su alrededor: la cara de desdén ante ese proyecto, el suspirito, el apelativo de utopía y la burla que obtuvo como respuesta.

A mí no me engañan, tal vez porque, casualmente, presumo de integridad moral. Podemos exigir al gobierno que actúe según nuestras necesidades y no las de unos cuantos, exigirles las cuentas claras. Ser admirables y honestos y tener la calidad moral, la claridad política y la cohesión social, para que el corrupto tema y el incompetente se señale.

Sea AMLO o sea Peña Nieto el ganador, que no nos quiten la verdad: estas elecciones están cambiando a México, porque hay gente en las calles, hay jóvenes luchando, hay ideales y las causas no se creen perdidas de antemano.

De algo estamos seguros, el cambio no llegará el sexenio siguiente, gane quien gane, ningún hombre tiene la capacidad de cambiar el destino de cien millones; pero se está gestando poco a poco, se alimenta del hambre de la gente, de la pasión, de la tragedia y la tristeza, esta revolución en cada uno de nosotros se alimenta de la vergüenza y la esperanza, y llegará.

Adela Micha tenía razón: no basta con que AMLO sea honesto, faltamos todos los demás. Lo otro sí es utopía. Gracias por recordárnoslo.

Por Tania, La Mala

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