Por Ricardo Quintana Vallejo

Muchas personas que se identifican en la derecha defienden, a capa y espada, la libertad de expresión. Muchos dicen que no hay nada que no se pueda decir, sin importar lo indignante o reaccionario. Por ejemplo, ¿cuántas veces no hemos escuchado que ser políticamente correcto es una tontería, o que las minorías que se ofenden con epítetos racistas, homofóbicos o misóginos son exageradas?

De hecho, para muchos lo “políticamente correcto” es nocivo para el acceso a la verdad. Así, una de las plataformas de Trump fue que dice las cosas “como son” [he says it like it is]; la ilusión de verdad se convirtió en una de sus principales fortalezas. Cuando repite que muchos mexicanos somos “bad hombres”, o se refiere a las mujeres como perros o cerdos, está —aparentemente— ejerciendo su libertad de expresión. Sus seguidores aprecian tanto el contenido del mensaje como la soltura con la que ofende sin preocupación.

La distinción entre el free speech [libertad de expresión] y el hate speech [discurso de odio], les parece necia o innecesaria. Aunque en países como Alemania el hate speech está claramente definido y prohibido (y, por eso, no se permite la representación de esvásticas en el espacio público), en Estados Unidos se ven banderas de la confederación y esvásticas por todos lados.

En este contexto, Milo Yiannopoulos encontró fama y espacios ideales para discursos anti-islámicos y que llaman a la violencia en contra de personas trans. Milo, un periodista inglés abiertamente gay, ha dicho que la “rape culture” (la cultura que normaliza el acoso y la violación) existe sólo en la imaginación de las feministas; ha dicho que lo mejor que se puede hacer por alguien con sobrepeso es insultarlo, que la gente pobre elige serlo, que las personas trans están enfermas y que no hay nada mejor que hostigarlas. Milo era editor de Breitbart News, un medio conservador que lo apoyó sin importar lo que dijera, sin importar a quién ofendiera.

Milo se convirtió para muchos en el ejemplo más claro de la libertad de expresión. Un estandarte de lo ofensivo, un seguidor implacable de Trump, un defensor de la discriminación anit-islámica; en palabras de otro editor de Breitbart, Alexander Marlow: “el guerrero acutual no. 1 de su generación por la libertad de expresión en Estados Unidos” [the No. 1 free speech warrior of his generation in America at the moment].

Y fue todo esto hasta que la semana pasada un video en Twitter lo mostró justificando la pedofilia. En este video, Yiannopolus explica que “pedofilia no es la atracción sexual a alguien de 13 años de edad que ya es maduro sexualmente. La pedofilia es la atracción a niños que no han alcanzado la pubertad” [Pedophilia is not a sexual attraction to somebody 13 years old who is sexually mature. Pedophilia is attraction to children who have not reached puberty]. En otras palabras, Milo piensa que siempre y cuando hayan pasado la pubertad, la atracción a una persona menor de edad se puede justificar. Esto es verdaderamente preocupante. Aunque no está llamando al estupro, sí que es un intento por normalizarlo.

Después de sus comentarios en el video, Milo renunció a Breitbart, perdió un contrato de publicación con Simon & Schuster y se canceló su participación en la Conferencia de Acción Política Conservadora CPAC el fin de semana del 22 al 25 de febrero (en donde hablaron importantes personalidades conservadoras desde Trump y Pence hasta Sessions y Ben Carson).

No fueron sus comentarios anti-trans, su violencia a las mujeres, a musulmanes, su discurso nacionalista ni su conexión a supremacistas blancos lo que hicieron que perdiera acceso a sus espacios de publicación. Por supuesto, sus comentarios normalizando el crimen de estupro son asquerosos. Y qué bueno que perdió acceso a todos estos espacios, pero, ¿por qué no perdió acceso antes… mucho antes?

Pareciera que sí hay cosas que no se pueden decir. Pareciera, por todo lo que le ha pasado a Milo a partir de estos comentarios, que incluso en los medios conservadores hay comentarios que la libertad de expresión no puede permitir o tolerar. La libertad de expresión es un tema complejo que no se puede reducir a: todo es posible. La libertad de expresión no puede eximir de responsabilidad. Y aunque sí garantiza que el estado no puede perseguir o enjuiciar a Milo, sus palabras tienen consecuencias.

Ahora, lo que no se nos puede escapar es que Milo es una persona cuya orientación sexual es una identidad subordinada. Es posible que, de ser heterosexual, sus comentarios se habrían tolerado. ¿Por qué digo esto? Al presidente Trump se le ha acusado (y debemos suponer que es inocente hasta que pruebe lo contrario) de cometer estupro, pero también ha dicho que el estupro no es necesariamente malo si el menor de edad es hombre y la mayor de edad es mujer. ¿Por qué estos comentarios no resultan tan desagradables como los de Milo? Tal vez la libertad de expresión, además de ser un asunto mucho más complejo de lo que nos quisieran hacer creer, puede ser una herramienta que protege el discurso de los poderosos.

Es difícil trazar la línea entre discurso de odio y libertad de expresión. Pero lo importante del caso de Milo Yiannopoulos es que demuestra que no hay medio sin límites. Cuando los estudiantes de la Universidad de California en Davis protestaron y cancelaron el evento de Milo en enero de este año se les acusó de ser hipersensibles y de violar la libertad de expresión, pero cuando Breibart News se tornó en su contra, ningún conservador salió a la defensa de la libertad de Milo.

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Ricardo Quintana Vallejo es crítico cultural y traductor. Actualmente estudia el doctorado en literatura comparada de la Universidad de Purdue.

Twitter: @quintanavallejo

Sobre Alocado y dislocado: Nuestras identidades (condición socioeconómica, género, sexualidad, nacionalidad, raza), tanto individuales como colectivas, están en constante cambio. Los mexicanos somos versátiles; replanteamos el valor de nuestra historia, cultura y literatura constantemente. Nuestras identidades nos dan mucho de qué hablar. En Alocado y Dislocado ofrezco el análisis de temas actuales y de nuestros símbolos, de nuestras posibilidades identitarias en este momento, desde la dis-locada perspectiva de un mexicano queer en el Midwest estadounidense.

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