Por Ricardo Quintana Vallejo

Unos días antes del Día International de la Mujer, apareció en marzo la estatua de una Fearless Girl, o niña sin miedo, frente al icónico Charging Bull, el toro de Wall Street, en el distrito financiero al sur de Manhattan. Desde entonces, la estatua ha permanecido en los encabezados de periódicos y revistas, con numerosas menciones en artículos y opiniones en The Atlantic y The Washington Post, por mencionar algunos de particular interés.

La estatua ha incitado debates acalorados: un debate sobre la escasa diversidad de género que caracteriza al sector financiero; otro en que la estatua se interpreta como una infantilización de la ambición de mujeres en un contexto machista; otro sobre el acoso sexual y la forma en que muchos hombres han “acosado” a la estatua, reflejando lo que viven muchas mujeres, de carne y hueso, en la esfera pública. Y mucho queda por decirse en estos importantes debates, sobre todo sobre la violencia hacia un cuerpo de bronce como espejo de la violencia a personas.

Pero, por ahora, quiero atender el problema de la función y significado del arte, del cambio de significado que sufrió el toro (un cambio irreversible, incluso si Fearless Girl desapareciera), y preguntar, ¿a quién le pertenecen los símbolos? ¿Son los artistas los que pueden decidir y preservar el significado de sus obras o nos toca a nosotros, los espectadores, decidir qué significan?

Foto: chargingbull.com

Inicialmente el artista instaló el toro en 1989, sin permiso de la ciudad, como respuesta al “lunes negro”, un desplome de los mercados de valores en todo el mundo, ocurrido el 19 de octubre de 1987. Según el artista, Arturo Di Modica (nacido en Sicilia, pero ciudadano estadounidense), el toro fue un regalo para la ciudad, símbolo de “la fuerza y el poder del pueblo estadounidense”.

El toro se puede interpretar como un emblema de virilidad exacerbada. Muchos de los turistas que visitan la obra se toman fotos con sus enormes testículos, pulidos por el constante tacto de visitantes. Su posición de embestida, su musculatura, su tamaño, todo indica una potencia masculina difícil de detener. No es sorpresa que, incluso antes de Fearless Girl, muchos no consideraran al toro una celebración de fuerza, sino un símbolo destructivo de la avaricia corporativa que, desenfrenada, culminó en la crisis financiera de 2008.

Fearless Girl, con su mera presencia, nos lleva a plantearnos la pregunta de si el toro representa únicamente avaricia desenfrenada; o si, además, retrata la masculinidad violenta de una industria con muy pocas mujeres. Incluso, nos lleva a preguntar si la avaricia corporativa y la masculinidad están relacionadas, o si una es consecuencia de la otra. Las respuestas a estas preguntas son complicadas y tendrían que considerar intersecciones de clase, género, raza e identidad nacional.

Pero lo que quiero rescatar en este momento, es la forma en que el sentido original del toro se ha transformado. Primero fue el tiempo que se encargó de generar otras interpretaciones. La enorme multiplicidad de turistas y las partes que tocan, han provocado que la estatua literalmente se transforme, pues hay partes más pulidas que otras. Y ahora es la estatua de la niña que desestabiliza su significado.

Photo: Tao Tao Holmes/Atlas Obscura

Di Modica, el artista, ha pedido que la niña se quite, argumentando que viola sus derechos de autor. Uno de sus abogados, Steven Hyman, explicó que “la niña como escultura está bien, sin embargo, usarla con el toro cambia al toro”. Pero recordemos que Di Modica instaló su escultura en el espacio público. Sí, tuvo la oportunidad de expresar lo que para él significó, pero ese camellón, donde están las estatuas, no le pertenece. La ciudad decidió dejar el toro y, por lo tanto, también puede decidir dejar a la niña.

El significado de una obra de arte en el espacio público está sujeto al cambio. Las estatuas se convierten en símbolos de las ciudades, en lugares turísticos, en centros de celebración y protesta. Se convierten en emblemas y en sitios de interés en los mapas. Y si son todas estas cosas, ¿cómo podrían pertenecerle sólo al artista? Si el toro fue un regalo a la ciudad, ¿no tienen derecho los habitantes de esa ciudad, hombres y mujeres, a interpretarlo como mejor les parezca, a cambiar la interpretación con el tiempo?

La Fearless Girl funciona, entre muchas otras cosas, como una lectura del toro. Nos obliga a reevaluar su significado. Y aunque hay artículos que explican (de forma inteligente y convincente) por qué la niña sí se debería quitar, la niña no vandaliza al toro, no más que los turistas que lo pulen. La niña crea debates, establece diálogos, critica, interpreta. Realmente es una expresión del lugar del arte en el espacio público, que sirve y funciona para pensar en la identidad de la ciudad y de su población. Y que es de todos.

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Ricardo Quintana Vallejo es crítico cultural y traductor. Estudia el doctorado en literatura comparada de la Universidad de Purdue.

Twitter: @realquir

Sobre Alocado y dislocado: Nuestras identidades (condición socioeconómica, género, sexualidad, nacionalidad, raza), tanto individuales como colectivas, están en constante cambio. Los mexicanos somos versátiles; replanteamos el valor de nuestra historia, cultura y literatura constantemente. Nuestras identidades nos dan mucho de qué hablar. En Alocado y Dislocado se ofrece el análisis de temas actuales y de nuestros símbolos, de nuestras posibilidades identitarias en este momento, desde la dis-locada perspectiva de un mexicano queer en el Midwest estadounidense.

Imagen principal: Reuters/Brendan McDermid

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