El 40% de la población de latinoamerica, casi la mitad de más de 600 millones de personas, está gobernado por tres mujeres: Dilma Rousseff en Brasil, Cristina Fernández en Argentina y Laura Chinchilla en Costa Rica. La participación y poder político de las mujeres en el subcontiente contrasta, tristemente, con las altas tasas de discriminación y violencia de género en los mismos países.

Si Josefina Vázquez Mota ganará las elecciones presidenciales, situación complicada aunque no imposible, el porcentaje de ciudadanos latinoamericanos gobernado por mujeres se elevaría a más de 60%, siendo aún peor el contraste en México, un país dónde las mujeres son perseguidas, torturadas y asesinadas impunemente.

Según las cifras del Instituto Nacional de las Mujeres en México se registró en el 2009 un total de 1.858 asesinatos “machistas” en el país. Mujeres asesinadas por sus esposos o ex parejas, mientras que las cifras de feminicidios en todo el territorio nacional son un misterio.

¿Cuál es la razón de este contraste, en un continente donde el número de mujeres en el poder supera en proporción al de Europa, pero con las tasas de violencia de género más altas del mundo?

Según los especialistas, la pregunta es tan compleja que es imposible ofrecer una sola respuesta: el alto índice de abandono escolar, la mortalidad materna y la corrupción son algunas de las causas en un continente caracterizado por sus altos contrastes.

Tampoco es posible saber si la violencia contra las mujeres está en aumento o decrece. Algunos análisis señalan que hay un repunte en el llamado triángulo negro: El Salvador, Honduras y Guatemala; y también en México y Costa Rica. En el resto del continente, las cifras van a la baja, tal vez a causa del crecimiento económico y las mejora de la educación pública.

Las cifras de la violencia, contrastan con las de educación superior, por ejemplo, y ofrecen una esperanza para revertir el problema de fondo: de acuerdo a los últimos reportes de la OEA, el 53% de los universitarios son mujeres y el empoderamiento de estas mujeres, altamente calificadas, ofrece la posiblidad de un cambio en las políticas públicas.

Michelle Bachelet en Chile logró que se reconociera por ley el derecho al divorcio y el uso de la píldora del día siguiente, fracaso en cambio, en su intento por legalizar el aborto, al igual que Dilma Rousseff en Brasil, pero la sola discusión pública del derecho a la mujer a decidir sobre su cuerpo es ya un triunfo.

Hoy, en su día, es sin duda un buen momento de preguntarnos, ¿qué estamos haciendo nosotros para terminar con la violencia y discriminación contra las mujeres?, con dedicarles un día seguramente no basta.

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