La pregunta por “la verdad” suele llevarnos fuera de nosotros mismos. Ocurre que asumimos de inmediato que se encuentra en otra parte. El gesto de buscar la verdad en el exterior esconde probablemente la esperanza de que en efecto se encuentre ahí, pero no la certeza. La metafísica clásica coloca a “la verdad” en un sitio ascético pero perceptible, accesible; hay, finalmente, una garantía de que existe y se puede asir.

Dicha actitud fue una construcción certera. Podíamos vivir dentro de la caverna platónica y apenas intuir que la realidad está en otra parte, aunque nunca lleguemos a ella. No obstante, nos queda la intuición, una especie de certeza que nos arrebata de los abismos del sinsentido.

Con el paso de los siglos, esa metafísica y la metafísica en general han perdido terreno dentro del pensamiento. En este ensayo, Rüdiger Safranski analiza a algunos autores que sintieron esa caída y erigieron edificios de verdad propios. Ante la idea de que la verdad externa estaba derrumbándose, eligieron colocarla en su interior, como una experiencia casi mística o una voluntad irrefrenable.

Para el filósofo alemán, Jean Jacques Rousseau, Heinrich von Kleist y Friedrich Nietzsche son ejemplos de intentos por interiorizar la verdad. No obstante, para él, todas las construcciones de estos autores terminan en un vértigo embriagante: ya sea en la imposibilidad de salir de ellos mismos, o en la amenaza de terminar devorados por su propia obra. El ansia de “verdad” terminó por consumirlos, de una u otra manera.

El peligro de perder y ansiar la verdad se trasluce en las semblanzas que lleva acabo sobre Adolf Hitler y Joseph Goebbels. El partido Nacional Socialista se levantó sobre un embuste metafísico, sobre principios “verdaderos” simples que garantizaban un mundo ordenado y bueno. En suma, se trata de una ficción especialmente levantada para llenar un vacío de verdades. No es concebible el poder que reunieron si no se considera la justificación metafísica detrás de ellos. La dosis de verdad que el nazismo construyó para sí y para sus allegados es sin duda una muestra de las peligrosas verdades que nos asechan, aquellas que prometen mitigar nuestra ansia de sentidos sin comprometernos.

Contra eso, Safranski propone la respuesta de Kafka. Entre las múltiples lecturas que se pueden llevar a cabo de su magna obra, el filósofo elige proponernos una en la que Kafka desnuda esos presupuestos de verdad falsos, sobre todo en relación al poder. El nazismo alcanzó su poder gracias a que una gran cantidad de gente decidió delegarles sus verdades.

“Por un lado encontramos la intensa ‘luz’ de la escritura kafkiana, capaz de desintegrar el ‘mundo’, de abolir cualquier forma de poder; y por otro, los protagonistas de la obra de Kafka, ‘aniquilados’ por el poder al no reparar en una cuestión decisiva: son ellos mismos los que otorgan el poder al poder. No resultan débiles porque exista un poder: eso es sólo lo que parece. Sucede justo lo contrario: sólo por creerse débiles existe el poder”

Para Safranski la verdad es un camino necesario de libertad. Podemos delegar esa responsabilidad, pero ese es el principio de las torturas totalitarias. También podemos decidir encontrar una sola verdad, propia e intransferible, con el riesgo de que esa verdad nos consuma. La libertad, por el contrario, se nos presenta como un destino ineludible. La verdad que considera a esa libertad acepta la contingencia, los cambios: renuncia a ser unívoca y no delega su responsabilidad.

En suma, la respuesta que propone el autor a la pregunta que abre su ensayo es necesariamente provisional. De ahí que el subtítulo de su ensayo sea “Contra las grandes verdades”, pues para él asumir la verdad es aceptar la responsabilidad de ser libres y la conciencia de que delegar nuestras verdades es construir el poder.

Por: Fernando Barajas

Rüdiger Safranski

¿Cuánta verdad necesita el hombre? Contra las grandes verdades

Tusquets, 2013

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