El conocido poeta y ensayista, Gabriel Zaid, recién publicó el libro Dinero para la cultura. Se trata de un análisis del desastre cultural en México y una serie de propuestas para revertirlo. Aunque sus datos son precisos y sus interpretaciones inteligentes, omite elementos fundamentales como la responsabilidad de los escritores en este desastre.

Con una impecable prosa, Zaid comenta las condiciones políticas y económicas que han empujado a México al desastre cultural. Entre universitarios que no leen, programas gubernamentales que no funcionan y empresas privadas que no se acercan al ámbito cultural, parece que la literatura y el arte están condenados a derivar en un pantano.

Ciertamente, las universidades privadas y principalmente las públicas han fallado en hacer estudiantes sensibles al arte y a la cultura. Los que deberían ser los principales consumidores de cultura en nuestro país se conforman con productos de baja calidad y de ideología cuestionable, como los programas de televisión. La difusión de la cultura entre este sector es francamente fallida.

Mientras tanto, los estratos más culturalmente huérfanos, que evidentemente son los más económicamente golpeados, están definitivamente alejados de las manifestaciones artísticas de calidad. En este caso no se trata de estrategias fallidas, sino de una completa falta de interés.

No obstante, este trabajo de Zaid no pretende dialogar con el mundo cultural, por el contrario, se trata de un texto que, por momentos de manera panfletaria, está pensado para convencer a los gobiernos y a las empresas privadas para que inviertan en “la cultura”.

Zaid evita los temas verdaderamente espinosos en la relación cultura-gobierno-empresas privadas. Al momento de explicar por qué el gobierno debe ocuparse de la cultura, su análisis es superficial y terriblemente excluyente. Si se trata de consumidores, todos deberían acceder; pero cuando se trata de productores (escritores o artistas), el estímulo económico sólo debe ser para unos cuantos.

Esa misma visión jerárquica lo hace construir una pirámide cultural en donde tanto las manifestaciones  populares y pop, como las formas canónicas pero de producción marginal, están fuera. En otras palabras, propone una dependencia gubernamental de carácter central. De esta manera, el gobierno delegaría la responsabilidad de elegir a los artistas a los “conocedores”. Este modelo implica necesariamente un perspectiva estética y cultural dominante.

En suma, la propuesta de Zaid es reaccionaria. Pretende conservar una “ciudad letrada”, cerrada, central y dominante que sancione lo cultural y goce de la protección de las instituciones más poderosas del país. En ese sentido, propone un ambiente institucional que trabaje para un ambiente cultural y artístico cerrado.

De ahí que a la hora de hablar de las plataformas electrónicas, Zaid tropiece. Simplemente porque no las conoce y porque su naturaleza es totalmente opuesta a los ambientes cerrados (un ejemplo elocuente es que el autor pretende que las obras completas de los escritores se distribuyan en “cederrón”). Mientras se pretenda generar contenidos electrónicos de “cultura superior”, la red no va a responder de manera positiva, pues se clausura la posibilidad de una participación masiva.

En fin, en resumidas cuentas Zaid pretende que el escritor se quede en su casa haciendo lo que quiera mientras las instituciones lo cobijan. Elude la responsabilidad del escritor y su papel en el mundo. En pocas palabras: “que el gobierno y las empresas nos protejan para hacer lo que nosotros queramos”.

Finalmente no se resuelve la cuestión de que en un país con serios problemas de desigualdad económica y cultural, ¿deber ser prioridad mantener a los escritores? El gobierno nunca ha invertido tanto dinero en la cultura como ahora, no obstante los índices de lectura siguen bajando; por consiguiente, ¿debe ser prioridad mantener a los escritores?

Es cierto que el ensayista coloca a la difusión de la lectura en un lugar principal, aunque considera que los lectores comunes y corrientes deben permanecer en un estado pasivo. No tienen nada qué decir en la cultura, porque no están “iniciados”. A lo más, aspiran a ser “espectadores” del desarrollo cultural. A la “ciudad letrada”, a la que Zaid pretende anclarse, sólo entran los elegidos por “los dioses”; en este caso, por los artistas en la cima del prestigio cultural.

Para este ensayista no hay otra posibilidad porque está convencido de que lo que él hace, lo que a él le gusta y lo que considera valioso es “la alta cultura”. En un esquema maniqueo en el que sólo existe la cultura “que eleva la conversación, o eleva la vida”, y la que no lo hace; no hay posibilidad de movimiento.

La belleza siempre es una consideración social y jerárquica. Se trata de “una” belleza que se impone sobre las demás. Pretender que el gobierno y las empresas protejan esa única belleza no es más que un delirio de poder cultural.

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