Por Bosque Iglesias


Este texto es producto del encuentro de tres desconocidos, o casi desconocidos que nos dimos cita en un café por rumbos del Parque Hundido para participar en un entretenido experimento: una especie de cita de a tres, o ménage à trois a ciegas.* 

Nunca nos terminó de quedar claro el procedimiento experimental, pero entendimos que la idea era dialogar desde diferentes perspectivas de vivirse como varón homosexual en la Ciudad de México, buscaban que @petepistolas y yo contrastáramos las diferencias en nuestros estilos de vida-preocupaciones y @Jicito tendría la función de ser nuestro facilitador-moderador guiando y provocando la conversación. Sospechamos que nos eligieron como dos extremos porque representamos, o así nos leyeron, estereotipos distintos de “gays urbanos”. Pedro lleva cuatro años yendo al gimnasio todas las mañanas, cuidando su alimentación y cultivando un cuerpazo a cuyas selfies le llueven likes en Instagram, mientras que a mí más bien me pasa que cuando amanezco con muchas ganas de ejercitarme me cubro completamente con mis cobijas hasta que se me pase y me vuelvo a dormir…

… La sesión fue muy amena, un rato agradable de charla amistosa en la que conversamos sobre, ay, muuuuchas cosas, ¡wuuuuu!; entre ellas, temas sensibles de nuestras “biografías gay”; nos llamaron la atención ciertos paralelismos y contrastes en nuestras trayectorias; por ejemplo, la “salida del clóset” de mis dos interlocutores fue en su época universitaria, aunque ya tenían claridad sobre su orientación sexoafectiva desde la prepa; además, en ambos casos, se sintieron en la necesidad de ocultar esa certeza hasta que la ansiedad y malestares relacionados con ella les hicieron imposible seguir guardándolo en secreto.

Hablamos sobre los lugares a los que salimos, y resultó que los tres preferimos planes más bien caseros y tranquilos, aunque de cuando en cuando sí nos juntamos con nuestras pandillas para sacudir los esqueletos (si el tumulto lo permite) en los lugares de ambiente donde todo es diferente en República de Cuba, la Zona Rosa y demás.

Entrados en esa temática, también nos dio por hacer una reflexión sobre los avances y retrocesos en la aceptación y visibilidad del relajo y los afectos no heterosexuales en nuestra ciudad y sociedad. Por un lado, vimos que las identidades y comportamientos antes eran sancionados y vigilados desde un rasero más bien moral y persinado. La rígida vara de medición era la moral pública, y si bien ese criterio se ha ido relajando y cada vez se escandaliza menos por la existencia de los afectos diversos y permite  espacios más libres para el joteo, no es que quienes no nos ajustamos a esa norma beata y piadosa estemos ya exentos del ¿Qué dirán?.

Sigue existiendo un rasero de medición que juzga y vigila los comportamientos, sólo que ahora reside más bien en el mercado. Para ser aceptados cabalmente en los circuitos donde la moral pública ya nos permite “visibilidad” tenemos que cumplir con una serie de requerimientos y consumos culturales; existe una presión por apegarnos a ciertos estereotipos para tener cabida dentro de la “comunidad” y sus espacios. Y la manera de cumplir con esos estereotipos es, principalmente, a través de prácticas de consumo.

Estos estereotipos tambien están presentes en nuestros entornos familiares y de confianza, la aceptación de lo gay se va dando condicionada a un cierto tipo ideal de varón “chic”, culto y cosmopolita, en forma, con gran gusto por vestirse con estilo, con pareja estable, con mucha ambición y éxito en el entorno laboral…
…y no adecuarse, poder o querer cumplir con esas expectativas genera extrañamientos, hay una nueva expectativa a cumplir, salirse del molde de “gay ideal” le resta puntos de visibilidad y aceptabilidad a la diferencia de uno. Está bien, no seas heterosexual, pero cumple con el estereotipo, pareciera ser la consigna…

El bombardeo cultural de los estereotipos sigue surtiendo efecto y en la llamada “comunidad” existen muchos filtros y prejuicios en los que se adula a quien cumple con los estándares de belleza y éxito y se desprecia y rechaza a cuerpos e identidades que no se apegan a esas reglas. Esta maquinaria genera nuevas ansiedades, auto-desprecio, sufrimiento. Es un contrasentido que en tiempos de supuesta apertura, muchos varones no heterosexuales vivan con un cadenero invisible restringiéndoles el acceso a una felicidad libre, y condicionándola a cumplir con prácticas de consumo que les acerquen a los “tipos ideales de gay urbano”.

Al final del ejercicio no es que hayamos llegado a grandes conclusiones, en todo caso, no sentimos que los estereotipos desde los que nos asumieron y eligieron a Pedro y a mí para el experimento fueran polos opuestos que nos tuvieran enfrentados.

Si por algo hago votos después de nuestro ménage à trois es porque construyamos sociedades, espacios de convivencia y sistemas de afectos en los que nadie tenga que lidiar con el fantasma del gay perfecto; en las que quienes opten por un estilo “fitness” de vida como Pedro puedan hacerlo sin sentirse perseguidos por la angustia del cuerpo ideal y se apropien de esas rutinas y cuidados como él, sin ser víctimas del desprecio del mercado por los cuerpos que no embonan. Que nos construyamos relaciones sociales y afectivas en las que la felicidad no se tenga que pagar como mercancía de consumo, sino que se pueda descubrir, donar y compartir en gratuidad.

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Bosque Iglesias es biólogo por la UAM-Xochimilco, aficionado al marimbol y a la jarana. Colabora en el Programa de Medio Ambiente de la Ibero y en la revista informativa Kilombo de Ibero 90.9.

* Para este texto, se solicitó reflexionar exclusivamente sobre las dinámicas y dilemas que enfrentamos los “gais urbanos”, ya que dentro de la serie de contenidos del mes del orgullo habrá un texto específico para cada una de las letras que componen las siglas lgbttiq. Aún así, considero preciso resaltar que frente a las dinámicas de horror y violencia que nuestra sociedad patriarcal, capitalista y racista impone a quienes se salen de las normas (baste ver los transfeminicidios de Alessa y Paola  en nuestra ciudad en 2016), los dilemas planteados para los gais urbanos resultan parte de lo que llamamos “first world problems“. Aún así se intenta aportar a una crítica al discurso de aceptación y visibilidad de lo lgbttiq en el que se reeditan las dinámicas de privilegios: el acceso a dicha “aceptación” pasa por filtros que excluyen por raza, clase, género-identidad sexogenérica y afectiva…

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