Por José Acévez

Mucho se ha dilucidado sobre la Internet como una forma moderna, digitalizada, inmediata, accesible e internacional de la plaza pública. Recientemente, el ex presidente Felipe Calderón llamó a las redes sociales “el ágora moderna”, convocando a una responsabilidad discursiva, esa que se logra con argumentos y apertura al diálogo. Y es que sí, la Internet como espacio público ha redefinido muchas de nuestras interacciones y nos ha posicionado como nuevos enunciadores que aprovechan diversas plataformas para expresar opiniones y sentires que infinidad de veces encuentran eco en otros usuarios que responden —casi siempre— con aprobación, ya sea en forma de likes o con comentarios positivos. El “problema”, ése del que se queja Calderón, es cuando nuestras manifestaciones encuentran disensos y las formas en como se expresan no son las más diplomáticas, sintiéndonos amenazados por la guillotina de la irracionalidad (como menciona el esposo de Margarita Zavala).

Con la distancia (a veces anonimato) que implica interactuar en internet, la ofensa fácil y la reprimenda inmediata son muchas veces las características principales de alguna “discusión”. Total, voy ahí a “gritarle” que es una chaira, mirrey, feminazi, niñito fresa, ñoña de escritorio o priista de clóset, porque ni sé quién es y porque me siento muy aliviado de confirmar mis convicciones diferenciándome visceralmente de quien piensa distinto a mí. Ahí, entonces, pierde sentido el ágora porque para gritar que nos odiamos y que estamos en desacuerdo, tenemos que mantener la compostura.

La discusión argumentada, la que apuesta al diálogo, es un proceso arduo que requiere paciencia porque, al final, la intención es llegar a un acuerdo: pulir las asperezas de lo que nos diferencia y señalar lo que nos parece injusto o poco ético. Quien se acerca al ágora va con la intención de ese encuentro, con la finalidad de resolver la discrepancia. Ir a la plaza pública a debatir, además, presupone que se equiparan las condiciones de los enunciadores y que, en el debate racional, lo que cuenta es la capacidad argumentativa, no los contextos particulares: el ágora es la utopía de la vida social que se intenta simular en los parlamentos contemporáneos y que los medios masivos modernos (desde la prensa hasta la televisión) quisieron tantas veces provocar. Por eso Internet se nos antojó (o a veces todavía) tan posible: una simulación de esa plaza que prioriza y facilita el diálogo. Pero nunca consideramos que la vida digital iba a pender, primero, del acceso a ella y que esa estratificación encontraría caminos para esterilizar el debate (como los bots o, peor, las cajas de resonancia donde nos aplaudimos infinitamente unos a otros en nuestros círculos más cercanos sin ser capaces de ver huecos o diferencias).

Aun así, resulta emancipador que para quienes no tienen la posibilidad de acceder a las asambleas tradicionales —en especial a las universidades, donde se incita al debate especializado y con recursos para hacer “argumentos empíricos”; es decir, comprobar las posturas— sea Internet un método para pulir diferencias, para apostar por cambios, para no quedarnos estancados en las desigualdades de siempre.

Para mí, que he tenido el privilegio de aprovechar ágoras como coloquios universitarios o espacio en algunas publicaciones, Internet me ha sido infinitamente significativo porque me ha dado la posibilidad de encontrar otras voces, otras referencias, otras historias; muy alejadas de mis cajas de resonancia o que han provocado que me acerque a nuevas cajas. Sin embargo, este acceso a otros mundos, sin duda me ha hecho un enunciador más responsable, donde la diferencia y el señalamiento, me ha ayudado a recomponer mis criterios, a deshacerme de prejuicios, a procurar la congruencia. Esa ágora de los bits permite acceder a esa idea que planteó el teórico canadiense, obsesionado con los medios, Marshall McLuhan: “en un ambiente de información eléctrica, los grupos minoritarios ya no pueden ser contenidos ni ignorados […] cada uno de nosotros está envuelto en la vida de los demás y es responsable de ellos”. Me atrevería a complementar a McLuhan y decir que, más que responsabilizarnos de la vida de los demás, nos responsabilizamos de lo que decimos, opinamos, visibilizamos o invisibilizamos en este torrente excesivo de información que es Internet.

En este maravilloso texto, Alejandra Eme Vázquez da con un punto muy luminoso en cuanto a nuestra interacción en Internet: la nube es memoriosa. Publicar en un blog, mandar un tuit, responder un comentario o hasta tomar una foto para Instagram da “materialidad” a nuestros piensos, opiniones y desencuentros. No necesitamos una casa editorial, una carta de lector o un espacio para revirar; no, en Internet nuestra postura sucede si tenemos la pantalla frente a nosotros y decidimos expresarla. No hay que caminar al ágora, ni hay que pedir ser parte de ella. Por lo que, como reflexionó Alejandra, participar activamente en redes sociales digitales, además de pedirnos cuentas, nos permite autoexplorarnos. Saber qué dijimos, por qué lo dijimos, qué nos contestaron, con quién debatimos, en qué nivel discutimos, acordamos o sólo nos descalificamos. Y, más allá de eso, tener el acceso a la historia de mis creencias y juicios; la capacidad de ver si he sido capaz de transformar mis ideas y mis acciones, o si he confirmado certezas. Esa ágora de los bits, que puede ser política, pero sobre todo es moral, abre una puerta que antes poco se había reconocido: la posibilidad de aceptar los desaciertos. Argumentar por qué y cómo ha sido el proceso de encuentro, y ver por qué y cómo la interacción con otros ha permito moldear las ideas, el criterio y la acción, nos permite decir: sí, antes creía tal cosa y ahora me doy cuenta de que no era así, no contemplé tal, no consideré tales factores.

Y es así como, desde la interacción cotidiana, el reconocimiento y la crítica, podemos hacer que Internet sea más que plazas de patíbulos, confesionarios que terminan en honestas evoluciones.

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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.

Twitter: @joseantesyois

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