Por Sofía Mosqueda

La B es la tercera letra del aglomerado LGBTTTI. En la disidencia sexual –refiriéndonos únicamente a la orientación sexual–, además de las personas que se sienten atraídas a otras de su mismo sexo, hay quienes sienten atracción hacia ambos sexos. La bisexualidad indica atracción hacia hombres y mujeres, aunque no está vinculada necesariamente con quien se tiene sexo o con quien se establecen relaciones de pareja.

La escala de Kinsey, publicada por primera vez en 1948, diseñó un espectro que va de la homosexualidad a la heterosexualidad. ésta demostró que las personas no suelen ajustarse exclusivamente a las dos categorías, sino que pueden ubicarse en cualquier punto en una escala del 0 al 6*. A pesar de que esta escala es básica y lineal, sirve para expresar la variedad que hay en la orientación sexual: no todas las personas se sienten igualmente atraídas por hombres y mujeres, sino que hay grados de atracción diferentes que pueden ser fijos o fluidos.

Mientras la aceptación de las personas homosexuales avanza, el reconocimiento de la bisexualidad ha quedado rezagado. Ésta es altamente invisibilizada; peor todavía, deslegitimada. Se le ignora porque no se ve; la gente suele asumir la orientación sexual de otras personas en función de su pareja, y a las personas bisexuales con facilidad se les etiqueta de homosexuales o de heterosexuales. Se le critica porque transgrede los estándares normativos sobre el género y la orientación sexual, porque se le adjudica un carácter promiscuo y anormal. Reconocerse y asumirse bisexual en un mundo de binarismos y lleno de prejuicios es, además de un reto, una empresa de concienciación y de reivindicación.

Para muchas personas la bisexualidad no existe; cuando sí existe, está acompañada de varios prejuicios: creer que es una etapa, y que eventualmente “se va a pasar”; pensar que es una moda, o peor, que es una búsqueda de atención; preferir (tanto homosexuales como heterosexuales) no salir o relacionarse con personas bisexuales, ya sea por la concepción errónea de promiscuidad (esa idea de que te van a cambiar o a engañar con alguien del sexo opuesto al tuyo) o por la “falta de lealtad” a la orientación (sic). Las razones poco importan, sino la discriminación en la que éstas derivan, tanto al interior de la comunidad (otro sic) LGBTTTI como al exterior. 

Debido a la invisibilización, a los estereotipos y a la falta de apoyo comunitario, el índice de depresión, de abuso de sustancias y de intentos de suicidio en personas bisexuales es significativamente más alto que en el resto de la población. Hay estudios que indican que las personas bisexuales se sienten mucho más incómodas saliendo del clóset que los homosexuales y las lesbianas por el desprestigio que hay al respecto**.

Se podría pensar (y de hecho hay quien lo hace) que las personas bisexuales son menos afectadas por la discriminación, puesto que tienen la posibilidad de elegir adscribirse a la heteronorma, vivir una vida común y corriente con una pareja del sexo opuesto y fingir que no pasa nada. Sin embargo, procurar una vida digna (que es parte de los derechos humanos fundamentales) no se trata de eso, sino de poder expresar abiertamente quién se es en una sociedad que juzga y discrimina cualquier expresión de diversidad.

Reconocer la bisexualidad nos sirve para identificar –y resistir- muchas de las normatividades del sistema sexo-género en el que vivimos. La medida en que se le sigue otorgando un valor mayor a la pareja heterosexual (y la consecuente expectativa de que los bisexuales se adscriban a esa norma) es el principal ejemplo de esto. 

Los obstáculos a los que se enfrenta una persona bisexual, tanto en materia de discriminación como de negación de su propia existencia, de expresión o incluso de cortejo, son reflejo de lo rígida y limitada que es nuestra concepción sobre la forma de ser y de hacer. La noción de que la fórmula hombre + mujer es la única que sirve a los fines de reproducción, y por lo tanto de preservación de la sociedad –y de los constructos que la sostienen-, tiene que ser cuestionada y desmontada para poder aspirar a un mundo en el que todos sus individuos sean libres de ser y de amar a quienes elijan.

Más que adscribirnos a un modelo heteronormado de pareja (aunque sea entre personas del mismo sexo) debemos reconocer las diversas formas que tenemos de construir familia, de amar, y de entender las múltiples expresiones de ejercer nuestra sexualidad. Visibilizar la bisexualidad no como una decisión o como una etapa, sino como un rasgo tan digno de respetarse como cualquier otro es indispensable. Aun cuando en un mundo ideal nadie sería etiquetado en función de su sexualidad, hoy todavía necesitamos apropiarnos de esta etiqueta para crear conciencia sobre la bisexualidad, para así reivindicarla y reivindicarnos.

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Sofía Mosqueda estudió relaciones internacionales en El Colegio de San Luis y ciencia política en El Colegio de México. Es asesora legislativa.

Twitter: @moskeda

* 0 – exclusivamente heterosexuales; 1 – predominantemente heterosexuales pero incidentalmente homosexuales; 2 – predominantemente heterosexuales pero también homosexuales; 3 – igualmente heterosexuales y homosexuales; 4 – predominantemente homosexuales pero también heterosexuales; 5 – predominantemente homosexuales pero incidentalmente heterosexuales; 6 – exclusivamente homosexuales. (Nótese el carácter exclusivamente clínico y, por lo tanto, rígido de la escala; recordemos que cuando ésta se diseñó la homosexualidad seguía considerándose una enfermedad mental).

** Human Rights Campaign, 2015. Health disparities among bisexual people. Reporte disponible en: http://www.hrc.org/resources/health-disparities-among-bisexual-peopleAllen, Samantha. 2016. Bisexual women are at higher risk of depression and suicide. En: The Daily Beast. Disponible en: http://www.thedailybeast.com/bisexual-women-are-at-higher-risk-for-depression-and-suicideStonewall’s Workplace Equality Index, 2009.

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