Un aniversario luctuoso es la excusa. ¿Quién es tu Beatle favorito? La pregunta gastada que nunca sobra cuando realmente quieres conocer a alguien. Hace 12 años que George Harrison desapareció de la tierra.

Sin que nadie me lo pregunte, mi Beatle favorito es él. Roger Ebert atinó cuando escribió que los Beatles son una pantalla en la cual cada quien proyecta sus propias ideas y concepciones sobre el mundo. Hay cientos de maneras de aproximarse al sonido y personalidades de los cuatro hombres que cambiaron a la música popular para siempre. Es difícil que alguien escoja a George como su favorito. No conozco a muchos que lo prefieran. ¿Será porque era el más silencioso, el más impenetrable? El brillo de Paul, Ringo y John puede resultar cegador. Pasado el cardillo, sigo prefiriendo a George. A su desinterés por el mundo material pero su capacidad para habitarlo con dignidad. A sus ojos curiosos llenos de una tristeza casi metafísica. A su voz cálida y sus dedos finos. En George había un compromiso. El de hacer del mundo un lugar más habitable, más cálido, sin emplear para ello impulsos mesiánicos ni discursos demagogos. Con sus canciones, sus oraciones, sus rituales, sus jardines.

Su vida estuvo marcada por una extraordinaria capacidad para transitar caminos nuevos y poco recorridos en todos sentidos. George aprendió a través de sus experiencias con la meditación y la filosofía trascendental que el miedo lo ataba más al mundo de las cosas, alejándolo del mundo espiritual que prefirió y buscó. Así que se deshizo de él. Miedo al fracaso, miedo al ridículo, miedo a morir. Comprendió desde muy pequeño que su estancia terrenal no tenía otro fin más que conquistarse a sí mismo. Era un individuo desafiante y la preparación para su muerte ocupó la mayoría de sus pensamientos durante sus últimos años.

George-Harrison

Los recuerdos son traicioneros. El tiempo aprende a moldearlos a conveniencia, funcionando como eje de nuestro editor de la memoria. Es posible quitarle toda la monstruosidad a un recuerdo de forma que permanezca el esqueleto benigno, o viceversa.

Por eso es que es fácil olvidar que George tiene discos espantosos, se puso sacos poco favorables en los ochenta, se enredó en una terrible adicción a la cocaína que tomó por sorpresa al mundo entero. Que no siempre fue una buena persona, un hombre delicado y generoso, imperfecto a todas luces. Nosotros como espectadores, público lejanísimo, no podemos más que construirnos un recuerdo a partir de retazos de realidad y ficción. Pero el mundo sigue estremeciéndose cada vez que alguna de sus piezas suena en unas bocinas o audífonos. La gente sigue casándose al compás de “Something”, un día tenebroso puede encontrar alivio mientras se escucha “All Things Must Pass”, aún se puede afrontar una jornada difícil escuchando “Here Comes the Sun” antes de que el sol salga, todavía hay relaciones que pueden salvarse al son de “Long, long, long”. Aún es posible tomar aire y lanzarse hacia lo desconocido -lo que sea que esto signifique para cada uno de nosotros- mientras reflexionamos sobre la vida y la obra de este hombre. Y eso es suficiente para que a doce años de su desaparición material, George siga siendo mi Beatle favorito.

*Una gran manera de acercarse más a ese luminoso misterio que fue George es a través del documental que dirigió Martin Scorsese con toda paciencia y amor, auxiliado por su viuda Olivia Harrison. Living in the material world (2011). 208 minutos.

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Por: Luli Serrano Eguiluz

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