Por Rodrigo Cornejo

Hay varias ideas flotando cuando decimos “seguridad”. Generalmente escuchamos la palabra y la sentimos como sinónimo de armas y de ejército. A veces, también es la sensación de paraíso perdido de quienes nacieron entre 1960 y 1990 y podían jugar fútbol en la calle o ausentarse de sus casas sin supervisión de sus padres, siendo menores de edad. En realidad, el concepto de ‘seguridad’ es uno de esos términos en la discusión pública que cambia de significado dependiendo de quién lo diga.

Por ello, es necesario distinguir entre dos conceptos. El primero, de seguridad pública, que es salvaguardar el orden público, la seguridad física y la integridad física de inmuebles o bienes. Básicamente es proteger a las personas, su convivencia y a la propiedad privada. Luego, el de seguridad nacional, que es evitar que cualquier persona o grupo, nacional o extranjero, ataque la soberanía, la democracia o la constitución de México. En su expresión más extrema, es defender al país de una invasión extranjera.

Estos conceptos son muy viejos y sin meternos en la teoría más moderna de seguridad (“seguridad humana”) quienes decimos ‘seguridad’ hacemos referencia a alguno de esos dos conceptos anteriores. Los mezclamos, jugamos con ellos e incluso nos dejamos atrapar por la compleja leyenda que se ha creado alrededor del famoso ‘policía de barrio’, inexistente en la mayor parte del país, excepto en el pasado sentimental de la Ciudad de México y en algunos modelos relativamente exitosos como el de Morelia. La seguridad es todo y nada, es lo que nos falta y lo que usan para reprimir la protesta social, es la policía y el ejército, es lo que rodea al narcotráfico.

¿Cómo podemos entonces saber realmente qué es la seguridad, qué amenazas enfrentamos y cómo debemos crear en conjunto con gobiernos (o a pesar de ellos) soluciones a nuestros grandes problemas como país? Es un problema muy complejo, pero para empezar a trabajar en él hay que emprender un rápido clavado a saber qué se protege cuando hablamos de seguridad.

El concepto de seguridad pública tiene inscrito en sí la defensa a la propiedad privada. A la población duele mucho el delito contra carro y casa, porque pierde ahí su patrimonio que tanto trabajo costó conseguir. Estos delitos ciegan —la rabia de perder bienes evita que veamos qué hay detrás de un país en donde uno de los mayores miedos, después de perder la vida, es perder lo que poseemos. Aquí topamos con el primer problema: la seguridad pública como la conocemos no busca entender las relaciones de convivencia social, no hace geografía humana sino una económica y mucho menos busca mantener relaciones de convivencia social armoniosa. En nuestra época, se limita a administrar e impedir agresiones directas. De ahí que exista tanta nostalgia por el policía de ‘barrio’, que es la imagen que casi nadie conoce pero todo el mundo añora, de un personaje social que se interesa por su comunidad y la defiende de las amenazas porque es parte de ella.

Foto: Wikimedia.org

Ahora, el concepto de seguridad nacional es aún más difícil de atrapar para la población, porque lo identificamos con el ejército y todas las tentaciones que existen desde el poder de usarlo para resolver problemas difíciles mediante la fuerza y las armas. En realidad, la seguridad nacional en su definición vigente habla de ‘preservar y defender el territorio’ de ‘amenazas’ y de mantener la ‘unidad de la federación’. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando el gobierno mexicano pierde control de amplios territorios, se pierde la unidad de México porque estos territorios se vuelven broncos y salvajes y comienzan a mandarse por sus propias leyes o comienza a haber una falta de ley total —comienza a reinar la muerte y el caos social. Ahí es donde nace otra imagen popular, la del soldado y del marino confiable, que tanto arraigo tiene en la franja norte de México. En el centro y occidente del país, y mucho más en el sur, no existe esta confianza al militar por el historial de violencia y represión en el que el ejército ha jugado un papel terrible. Seguridad nacional es el gobierno garantizando dos cosas —un territorio gobernable y que sea éste, el gobierno, quien lo controle.

Por esto el matrimonio entre seguridad pública y nacional es complejo. Ambas lógicas no están diseñadas para convivir —por ejemplo, en muchos municipios pequeños, el número total de policías ni siquiera alcanza a rascar el de un triste pelotón (entre 8 y 10 personas). ¿Cómo podemos conjuntar esto, si la naturaleza de los mandos militar y policíaco es separada y dispar? El gobierno electo ha dicho que la solución se llama Guardia Nacional. Esa es su respuesta. ¿Y la de la población de México cuál es?

Para saber eso, hay que preguntar qué es lo realmente nacional de la seguridad nacional. ¿Qué nos une como país? No puede ser solamente la acumulación de bienes y su protección. ¿Qué perdemos cuando dejamos de ir a espacios públicos o privados a raíz del miedo que nos causa la inseguridad? ¿No será que no es el gobierno quien pierde el control de los territorios sino la mayoría de la población, que queda a merced de pequeños grupos armados que hacen lo que les viene en gana? ¿No será que estos grupos a veces no son solamente de bandidos que rompen la ley sino de grupos de poder establecidos dentro y fuera de ella?

La derrota de la seguridad nacional en México no ha sido de seguridad. Ha sido la pérdida del patrimonio común de nuestro país. Los viejos le llamaban “soberanía”. Los más jóvenes le llaman “comunidad” o “tejido social”. Los de izquierda llaman “individualismo” y los derecha le llaman “valores”. La derrota está ahí, a la vista de todos.

Por eso debe haber una respuesta social a esa derrota. Podemos comenzar a defender el país y eso implica dejar de obedecer doctrinas de seguridad ajenas a México para reconocer que la seguridad nacional requiere tener un país qué defender. Y en la mejor tradición nacionalista de México, nuestro país es una cultura común donde caben muchas expresiones bajo una misma bandera. Lo nacional de la seguridad nacional es ganar lo que no hemos conquistado: un país para las mayorías que, con su esfuerzo, han sostenido a México durante décadas y que merecen vivir con justicia, libertad y tranquilidad.

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Rodrigo Cornejo es Consejero de Futuro Jalisco, organización que busca ser partido político local. Fue parte de #YoSoy132 y candidato a diputado federal. Político local y autodidacta de la transparencia y rendición de cuentas. Su web personal es www.rodrigocornejo.info

Twitter: @Rodrigo_Cornejo

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