Por José Ignacio Lanzagorta García

A veces creo que la lectura y comprensión de encuestas debería estar en el programa de educación básica. Pensaría que nos ahorraría muchas vergüenzas cada seis años, especialmente cuando el concierto de los estudios de opinión publicados no favorece la tendencia de quien las lee. Pero la verdad es que también he visto que hasta quienes llevaron cursos especializados en ellas a nivel superior incurren en tales desfiguros. Tal vez no hay manera. “Es que mira los indecisos”, “es que mira la tasa de rechazo”, “es que un primo de un amigo me contó que tienen una encuesta interna donde sí’stá más cerrado”, “yo tengo otros datos”. La encuesta miente, la encuesta no significa lo que significa, en las letras chiquitas de la nota metodológica está la verdadera tendencia. Es parte del juego.

Algunas de las razones del sospechosismo demoscópico son bien legítimas. Las encuestas pueden ser las “fake news” por excelencia, incluso antes de que tomáramos una expresión en inglés para referir a los bulos, a las noticias falsas. Una misteriosa nota en el pasquín de su preferencia que dice que según el estudio de la empresa “México Contento AC” el candidato que iba en tercero ya medio llegó al primero no es una cosa exclusiva de este proceso electoral. También es cierto que, en cambio, la nota de una encuesta reconocida en un medio menos penoso mostrando un cambio de tendencias, puede alborotar la elección. ¿Recuerdan hace seis años cuando Reforma publicó un empate técnico entre AMLO y Peña? Luego, seis años después, ese mismo periódico presentó un sondeo como si fuera un encuesta y al día siguiente ahora sí una encuesta de a de veras. Así cómo.

Ciertamente las encuestas marcan la pauta de buena parte de las campañas y eso genera muchos incentivos perversos y dinámicas. A veces las grandes casas encuestadoras también tienen clientes con los que toca negociar entre la satisfacción de los que pagan y el prestigio de la empresa, estirando los márgenes de lo técnicamente posible para mostrar los resultados más apapachadores dentro del marco de lo que apenas podrían calificar como “la realidad”. O bien, en sus encuestas públicas, las empresas muy consolidadas en el gremio también pueden darnos resultados que, al final, fueron muy distintos del comportamiento electoral. ¡Cómo olvidar las encuestas de salida de hace seis años!

Justamente a propósito del fiasco en 2012, algunos recordarán el ejercicio de reflexión pública que hicieron muchos de los grandes encuestadores en torno a los resultados. Diálogos entre columnas de opinión y mesas redondas en televisión. Hablaron del terrible papel que jugaron comunicadores que hoy seguimos viendo al frente de noticieros y columnas, al presentar las encuestas como profecías y no como “fotografías del momento”. Hablaron de la eterna incapacidad de una encuesta para capturar la probabilidad de que la preferencia electoral que manifiesta el entrevistado se traduzca en un voto efectivo el día de la elección. Hablaron de muestreos, de fraseos. Hablaron de la posibilidad de que muchos de los encuestados el día de la elección mintieran sistemáticamente sobre el voto que emitieron. Quien prestó oídos, mucho habrá aprendido.

Precampañas electorales 2018

De ese ejercicio derivó, tal vez, que hoy contemos con mejores instrumentos públicos para leer las encuestas. Asumiendo que, además de las limitaciones técnicas, entre los estudios públicos hay algunas trampitas para mostrar una tendencia más o menos favorable o desfavorable en algún sentido, mirar el promedio de encuestas —lo que, de nuevo, en inglés llamamos “poll of polls”— como el que hace Oraculus, es quizá lo único que deberíamos estar mirando. ¿Es esto un predictor confiable del resultado electoral? No. ¿Muestra una tendencia confiable de la opinión pública en las semanas más recientes sobre preferencias electorales al margen de si votarán o no? Sí.

En redes sociales es común encontrar la mofa de que quienes cuestionaban a las encuestas hace seis años hoy las defienden y viceversa. Sí. Digo, ¿alguien esperaba lo contrario? “Sí, mira, la encuesta del Financiero me da 20 puntos de ventaja, pero las encuestas siempre mienten, seguro voy perdiendo”. ¿Ésa sería la expectativa? Por el lado del sentido contrario quedan otros onanismos: la de señalar que existen —porque seguro que las hay— otras encuestas “internas” donde la tendencia es otra, sólo que el público no lo sabe y hay un gran complot mundial para que no se sepa la verdad; que el porcentaje de indecisos se levantarán el día de la elección en una masa uniforme a cambiar la tendencia, porque es seguro que si no se han decidido es porque están en contra del candidato puntero; que la tasa de rechazo de las encuestas, esto es, el porcentaje de veces que el encuestador no pudo realizar la entrevista a domicilios seleccionados porque no había nadie o “iban de salida” o “ahorita no joven, muchas gracias” seguro tiene un sesgo sistemático a favor del candidato del segundo o tercer lugar. Este juego, digamos, es parte de un período de campañas, es un gaje del oficio y algo que difícilmente cambiaría en otros contextos electorales.

Para trascender este juego y tratar de mirar lo más cercano a la realidad, lo que tenemos hasta el momento es una tendencia que favorece a López Obrador con una ventaja que, vista a la luz de otros procesos electorales y a estas alturas, es holgada. Las encuestas nos sirven para saber sólo eso y ya. Nada más. Ante esa información todos los actores de la sociedad mexicana contrarios a la tendencia ganadora podrán tomar diferentes acciones: hacer hasta lo imposible por remontar en las encuestas (declinar, endurecer campañas negativas, descarrilar el erario al estilo mexiquense a favor del candidato oficial), dar por “cantada la elección” y comenzar el acercamiento con el equipo del puntero, esperar pacientemente algún evento que pudiera cambiar la tendencia o apostar por la anomalía, que también existe: nadie pensaba que Trump pudiera ganar una elección ni siquiera al ritmo del conteo rápido tras el cierre de casillas.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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