Por José Acévez

Hace unos días, YouTube, la plataforma para compartir videos, informó que “Despacito”, la canción de Luis Fonsi con Daddy Yankee, se había convertido en el video más visto de su historia alcanzando las 3 mil millones de reproducciones. Es como si los habitantes de los tres países más poblados del planeta (China, India y Estados Unidos) hubieran visto al menos una vez el video del éxito latino. Es difícil, si no es que imposible, conocer a ciencia exacta las razones de su reconocimiento (sería como averiguar por qué La Gioconda de Leonardo es más famosa que la Venus de Botticelli); sin embargo, me gustaría explorar algunas pistas para comprender el fenómeno. Y, más que comprenderlo, vislumbrar las implicaciones de que una canción de reguetón esté, literalmente, en oídos de todo el mundo.

Lo primero que debo aclarar es que éste no es un análisis musical, que no indaga en las referencias, estilos o pormenores de la industria; sino que es un esbozo de los ecos culturales que se viven en nuestros días y que repercuten en que ciertas canciones se vuelvan famosísimas.

“Despacito” es una canción lanzada a principios de 2017, compuesta por la panameña Erika Ender, y el puertorriqueño Luis Fonsi, acompañada de un rap del también caribeño Daddy Yankee. La canción se volvió rápidamente conocida entre los hispanohablantes; sin embargo, alcanzó el clímax internacional cuando el ídolo canadiense, Justin Bieber, realizó un remix con algunos versos en inglés, lanzado el pasado mes de abril (cuatro meses después del estreno). Esto sucedió cuando Bieber se encontraba de gira en Colombia y se fascinó con el pegajoso des-pa-ci-to, lo que lo llevó a buscar al equipo de Fonsi.

Aun sin saber de música, podría asegurar que la canción se hizo tan popular debido a que su coro es tremendamente contagioso, fonéticamente amable para muchas lenguas y retumba con los versos de Yankee que, pasito a pasito, suave-suavecito, nos obligan a bailar. Además, el triunfo de la canción está ligado, sin duda, a una consolidación del alcance del reguetón en la industria musical. Con cada vez más frecuencia, las personas de todo el mundo disfrutan de esa combinación de beats, torpes raps y ritmos afrocaribeños. Éste tampoco es espacio para analizar si “Despacito” es tan reconocida porque el reguetón se ha “blanqueado”, pero debemos aceptar que, sin conocer la historia del género con precisión, cada vez más gente quiere cantar reguetón, y el reguetón cada vez está más presente en la esfera musical.

Así, el récord de “Despacito” es evidencia de que la industria musical se está configurando desde nuevos códigos, talentos y fenómenos que quizá aún nos resulte difícil comprender. Pero la primera gran razón es que ahora la industria, gracias a internet, amplió y diversificó sus puntos de creación. Esto queda muy claro si observamos otro de los éxitos que, como “Despacito”, alcanzó internacionalmente la fama: el “Gang Nam Style” de PSY. Con referencias al k-pop, el hit coreano se aprovechó de los mismos elementos que la canción latina: un coro tremendamente bailable, con palabras que, aunque incomprensibles, todos podíamos pronunciar. Estamos, pues, en un escenario global donde lo que predomina para alcanzar el éxito no es el país de origen, los cánones musicales, las grandes producciones o los eventos que “reúnen al mundo” (como los Olímpicos o los mundiales deportivos), sino nuevas o replanteadas propuestas musicales que, en la era de la hiperconexión, posibilitan referentes comunes tanto en Santiago como en Nairobi, en Berlín como en Manila.

Esto confirma lo que planteó con entrañable lucidez Emma Garland, que tales referentes tienen algo más en común que coros pegajosos: son canciones cuya premisa, razón e inmensurable expansión se debe a que nos hacen el día más alegre. A muchos. A casi todos. No se trata de si te gusta el reguetón o el pop coreano, si consideras que los cánones musicales deben responder a problemáticas sociales o a escuelas intocables. No. De lo que se tratan estos nuevos fenómenos musicales es de aprovechar la hiperconexión, el mercado, el acceso y las facilidades de reproducción para alegrarnos de miles maneras los tedios de la cotidianidad. Si algo le aplaudo a “Despacito” es su capacidad abrumadora de romper con desigualdades nacionales, lingüísticas, educativas, de clase, de género, de raza y hasta de religión, para poner a cualquiera a cantar. Y esto sólo pudo deberse gracias a que la internet nos ha permitido ver más rostros, más ritmos y más panoramas.

En el más clichesco y cursi de los sentidos, las canciones con más reproducciones en YouTube o Spotify son verdaderos himnos universales a la alegría. No importa si eres de Seúl o de San Juan. Sin embargo, su intención no es la trascendencia de un himno, la perdurabilidad de lo excelso, o el comentario político (por eso Fonsi y Daddy Yankee reaccionaron cuando Maduro quiso apropiarse de la canción); al contrario, su intención responde a los signos vitales de nuestra época, donde lo efímero y lo hedonista es lo que, paradójicamente, sobrevive. Si hoy es “Despacito”, mañana será otra pegajosa y gozosa canción; quizá de Estados Unidos, quizá de Colombia, quizá de Indonesia o de Croacia. Lo que importa es recordarnos, a todos, que en cualquier rincón del mundo, pasarla bien y bailar es prioridad.

Por último, y como reflexión maliciosa, me gusta ver en los detractores de “Despacito” a aquellos incapaces de disfrutar con referentes evidentemente amplios y masivos con tal de mantener sus propios cánones y mitos. Me gusta usar a la canción como vara para medir el esnobismo y desearles suerte a todos a quienes su pegajoso coro no los pone a bailar.

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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.

Twitter: @joseantesyois

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