Por José Ignacio Lanzagorta García

Desde el lunes está en todos los medios: en México ya tenemos una plataforma pública donde podemos conocer los nombres y características de casi 32 mil personas desaparecidas en los últimos 10 años: http://personasdesaparecidas.org.mx/. No sólo eso, la plataforma permite que vayamos llenando las historias de cada uno de ellos. Sí, la gran sorpresa es que no tuviéramos algo así antes. Es decir, que ante el reporte de una desaparición, el gobierno tomaba nota de esto, pero no producía una base de datos pública, sino una pobre herramienta de búsqueda que sólo te arrojaba información en caso de conocer el nombre de la persona extraviada y, peor, no asociando su nombre con el resto de los datos. La otra gran sorpresa es que no fue el gobierno quien publicó esta plataforma, sino que fue una empresa, Data Cívica,  la que logró extraer de ese buscador casi todos los nombres posibles y organizarlos en una nueva plataforma… una que sí sirva.

Son tantas las lecturas pertinentes a partir de este caso. La primera es que esta plataforma exista a pesar del gobierno y no gracias a éste. El compromiso de esta administración con la opacidad, con el pacto de silencio sobre el contexto de violencia que estamos viviendo y con la desmovilización de la ciudadanía es sorprendente. La base de datos que construyó Data Cívica lo hizo con información existente, con información gubernamental, con información pública. Esta plataforma la pudo y la debió haber creado el gobierno. Pero no lo hizo. Se limitó a la más mínima expresión de la publicidad de estos datos. Una que de alguna manera no mostrara la magnitud del desastre, una que no permitiera socializar la tragedia, una en la que los registros podían desaparecer, aparecer o duplicarse sin que nadie lo notara.

Sin embargo, también es cierto que esta ventana del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas de la Secretaría de Gobernación de la que, tras dos años de intentos y de construir una laboriosa y creativa forma de hacerlo, Data Cívica consiguió extraer todos los datos, es producto ya de conquistas por la transparencia y rendición de cuentas. Ahí donde las administraciones tienen aún los incentivos y la posibilidad de ocultar información, existen ya los márgenes y grietas para que la sociedad civil puede penetrar y extraer esa información, organizarla, sistematizarla y, por supuesto, politizarla. Algo se ha logrado, mucho queda por lograr. Pero lo que este caso manifiesta como pocos es la importancia de una sociedad civil organizada, activa y que no quite el dedo del renglón.

Y justo lo que queda por lograr, tiene que ver con que podamos contar con esta plataforma. México constantemente es difícil de mover (guiño al eslogan oficial). Nos sorprende con frecuencia que los escándalos de corrupción que en otros países tendrían la capacidad de desmontar regímenes enteros, en el nuestro no pasan de una acalorada conversación de un par de semanas. Algunos sí nos sacan a las calles enfurecidos. No pasa de ahí. No pasa nada. Entre la frecuencia y la tibieza de sus consecuencias, tenemos una relación casi pornográfica con el escándalo. Y esa relación sólo significa anestesia.

Y así, anestesiados y atarantados, la violencia en el país pasa con relativo silencio. No son sólo los escándalos de corrupción los que no prosperan sino, dolorosamente, también los procesos de verdad y de justicia. Pueden desaparecer 43 estudiantes y es la fecha que no tenemos respuesta. Pueden desaparecer 32 mil personas y no podíamos tener, siquiera, sus nombres en una base de datos. Una chica que iba a la escuela y nunca llegó. Un comerciante que transportaba una mercancía. Aquellos que emprendían un largo camino desde el sur del país con la esperanza de cruzar la frontera. Alguien que estaría “en malos pasos”. Quién sabe. Todos merecen ser encontrados. Todos sus familiares y amigos merecen alguna respuesta, alguna información. Luego, además, tenemos colectivos dedicados a buscar a sus desaparecidos, esa otra forma de sociedad civil organizada desde el sufrimiento, desde el dolor; y son hostilizados y a veces… también desaparecidos. Los dejamos solos.

La plataforma por sí misma no es más que lo es: un lienzo con nombres reales para que lo llenemos de historias. 32 mil desaparecidos no tenían rostro, no tenían nombre, eran sólo renglones inconexos en una inoperante y desmovilizadora base de datos, historias que han sido calladas en estos años de violencia, de muerte, de silencio. Está en nosotros que esta plataforma sea también detonante de todos los procesos de justicia y de verdad tan pendientes en nuestro país en la última década. Que quienes buscan a los suyos ya no estén solos. Que estas historias sean la semilla de los cambios que nos urgen y que no llegan.

Felicidades a todo el equipo de Data Cívica y a las organizaciones de derechos humanos involucradas. Pero sobre todo: gracias.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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