Por Laura Barba Ramírez

Quizá alguna vez haya escuchado la expresión “más viejo que Matusalén” al hablar sobre alguien que es muy viejo. Esta expresión hace referencia al personaje bíblico más longevo. Según se cuenta en el Génesis, el abuelo de Noé (sí, el del arca) murió a la sorprendente edad de 969 años. Dejando de lado lo inverosímil de la historia, valga la anécdota para hablar de una inquietud humana: vivir más años, algo que hemos alcanzado. Pero… ¿qué pasa cuando una sociedad comienza a llenarse de Matusalenes y esos años de vida ganados vienen, en la mayoría de los casos, acompañados de enfermedad?

Esta pregunta no es nueva. De hecho, en los últimos años ha habido un creciente interés de la ciencia por estudiar la vejez y algunos de sus factores asociados: enfermedad, discapacidad y sistema de pensiones. Esto se extiende al público en general y, para muestra, basta apretar un botón: una búsqueda en Google genera abundantes recomendaciones sobre cómo envejecer lentamente; despliega un millar de anuncios de productos milagrosos para borrar arrugas, e incluso ofrece múltiples remedios para combatir el envejecimiento. ¡Como si el envejecimiento fuera un mal contra el que tuviéramos que pelear y no un proceso biológico! Mucha de la información a la que se tiene acceso está plagada de mitos que carecen de una base científica pero, con todo, el gran interés no hace más que demostrar que cada vez hay más gente preocupada por llegar a la vejez con una adecuada calidad de vida: salud física y mental, e independencia económica.

Más de alguno se preguntará: ¿por qué el boom en temas relacionados con la vejez? Esta fascinación podría parecer frívola si se considera que la senectud ha acompañado a los humanos a lo largo de la historia. La razón detrás de esta preocupación es el acelerado envejecimiento poblacional que diversos países están experimentando en este momento, y al que llegarán el resto de los países. En México, por ejemplo, ya hemos iniciado este proceso, y en aproximadamente treinta años nos convertiremos en un “país de viejos”. Así, es explicable que surjan cuestionamientos tales como cómo dar atención y de qué manera cubrir la demanda de servicios médicos de una población cada vez más nutrida, o qué medidas tomar para que las personas que lleguen a la ancianidad lo hagan con mejores condiciones de salud.

¿Cómo se llegó a esta situación?

A nivel individual, la vejez es un proceso biológico que ocurre en la última etapa del ciclo de vida con manifestaciones fisiológicas, psicológicas y sociales; desde esta perspectiva, normalmente se emplea la edad para señalar si una persona ha alcanzado la senectud, para definir su acceso a la jubilación y otras prestaciones sociales. En México, y en otros países en desarrollo, esto es a los 60 años; en tanto que para los países desarrollados, a los 65*.

Ahora veamos cómo envejecen las sociedades. A diferencia de lo que ocurría hace cincuenta años, cuando las familias eran numerosas, ahora las parejas deciden tener menos hijos; sumemos que hubo mejoras en salud pública y avances en medicina que lograron reducir el número de muertes y extender los años de vida. Entonces, al disminuir el número de nacimientos y aumentar la esperanza de vida, la proporción de adultos mayores dentro de una población aumenta continuamente. Este fenómeno se conoce como envejecimiento poblacional. ¿Cómo saber cuando se ha alcanzado este punto? Simple, si menos de 10% de la población es adulta mayor, podemos hablar de una sociedad joven, entre 10 y 19% de una sociedad en transición, y a partir de 20% se define a una sociedad como envejecida**.

¿En qué punto se encuentra México actualmente?

De acuerdo a estimaciones de la Encuesta Intercensal 2015 levantada por el INEGI, existen poco más de doce millones de personas de 60 años, esta cifra representa 10% de la población total***. En otras palabras: uno de cada diez mexicanos es viejo. Esto implica que hemos dejado de ser una nación joven y hemos entrado en un proceso de transición; de acuerdo al Consejo Nacional de Población (CONAPO), se proyecta que para 2050 seremos una nación envejecida, cuando 21% de la población sea adulta mayor****.

¿Cómo lucirá México entonces con el envejecimiento poblacional?

En treinta años experimentaremos cambios importantes, por ejemplo, tendremos casi el mismo número de viejos que de niños, con lo que es probable que se requieran menos estancias infantiles y necesitaremos más espacios para el cuidado y esparcimiento del adulto mayor. También habrá menos población joven que sostenga económica y socialmente a los más viejos; esto implica que habrá menos recursos para los sistemas de seguridad social, menor número de cuidadores, y es probable que en los próximos años la edad de jubilación aumente, como ha sucedido en países europeos. 

¿Qué se debe hacer?

En primer lugar, no entrar en pánico. En segundo lugar, es necesario demandar la creación de políticas públicas de inclusión social y programas de prevención que favorezcan llegar a la vejez en mejores condiciones económicas y de salud. Es necesario también que el gobierno amplíe los programas sociales que actualmente operan, como la pensión de adultos mayores, que desarrolle programas para cuidados de largo plazo, que habilite servicios de alta especialización en geriatría en hospitales, que otorgue capacitación geriátrica para cuidadores y personal médico y, por último (pero no menos importante), que amplíe el número de adultos mayores con derecho a servicios médicos.

El reto no es menor. Bajo las condiciones actuales, ¿aún quisieran vivir tanto como Matusalén?

Referencias

* Organización Mundial de la Salud (OMS), 2015, Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud, Estados Unidos, OMS.

** United Nations (2015). World Population Ageing 2015. New York: UN.

*** Instituto Nacional de Estadística y Geografía  (2015). Encuesta Intercensal 2015.

**** Consejo Nacional de Población (2014). Proyecciones de Población 2010-2050.

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Laura Barba Ramírez es Maestra en Estudios de Población por El Colegio de la Frontera.

Twitter: @Laura_Barba

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