Por Diego Castañeda

Por sugerencia de un buen amigo este texto debía tratarse de El mercader de Venecia y la economía, sin embargo, resulta muy complicado encontrar en obras de teatro de hace 400 años conexiones con la medición de pobreza en México, salvo ésta: “El diablo puede citar las escrituras para su propósito” (frase de Antonio, no de Shylock en la obra).

Parece algo sumamente positivo saber que la pobreza ha disminuido en 2 millones de personas tal como la medición de CONEVAL arroja, pero los que la presumen son los mismos que han conducido la economía del país durante los últimos 25 años en los que la pobreza más o menos se ha mantenido constante en términos absolutos (número de personas) rondando por arriba de los 50 millones. Presumir tal reducción sin considerar el contexto de largo plazo de la pobreza en México es darle un propósito distinto al de verdaderamente reducirla, el de mantener un modelo de desarrollo que a todas luces no funciona. Lo que hacen, pues, es citar las escrituras para un propósito ulterior.

Desde 1992, que contamos con mediciones de pobreza comparables en alguna medida con las actuales, la pobreza se ha mantenido por arriba de los 50 millones de personas, un número extremadamente alto para una economía del nivel de desarrollo de la mexicana. Si bien se han logrado avances importantes en temas como la reducción de la pobreza extrema también es cierto que el rezago es brutal. ¿Cómo podemos explicar la persistencia de la pobreza en México?

Podemos explicarla por el lento crecimiento de la economía.  Por ejemplo, mientras que la economía de China se duplica aproximadamente cada 7 años, a lo largo de los últimos 30, hecho que la ha llevado a reducir la pobreza en cientos de millones de personas, México la duplica apenas cada 70, lo que quiere decir que durante los últimos 25 años la economía china creció más de 400 por ciento mientras que la economía mexicana apenas un 30 por ciento. La razón por la que no somos capaces de reducir la pobreza como otros países es porque no crecemos lo suficiente y lo poco que crecemos es distribuido de forma poca inclusiva.

De hecho, los años en los que hemos tenido mejoras en la pobreza han sido en gran medida porque hemos contado con expansiones gigantescas de programas sociales, como en el caso del sexenio de Fox o con inflaciones inusualmente bajas como el año pasado, no porque se registraran incrementos salariales importantes o creación extraordinaria de empleo. La política económica del país ha fallado en acompañar a la política social para realmente romper las trampas de pobrezas en las que se encuentran millones de mexicanos.

Además de este contexto, que debería obligarnos a ser cuidadosos en ser demasiado festivos con las cifras, existe una discusión seria sobre cómo se deben llevar a cabo estas mediciones. Estas discusiones están siendo alimentadas por la polémica del año pasado sobre la comparabilidad de las cifras de las encuestas de ingreso y gasto. Este año INEGI se vio obligado a desarrollar un modelo de ajuste para rescatar en parte la comparabilidad de la medición de CONEVAL  de este año con las de los años anteriores. Este hecho introduce un mayor margen de error en las estimaciones y, por lo tanto, no es estrictamente comparable con el pasado. Es irresponsable para cualquiera atribuir el descenso en la población en pobreza a un factor en específico o al resultado de alguna política. Lo responsable es reconocer que la baja inflación, los cambios en cómo se levantaron esos datos y muchas otras cosas pueden estar detrás del cambio, incluso lo responsable sería darle cierta incertidumbre a los cifras que vemos, pensarlas más como un rango en el que la pobreza pudo bajar, subir o permanecer igual, pero no podemos aseverar plenamente ninguna.

Es importante que en este tema en particular pongamos la mirada en las causas estructurales y en el largo plazo. En el mejor de los casos, si la estimación es correcta y libre de dudas, si las políticas que se llevaron a cabo pueden explicar la reducción es un motivo de reconocimiento; no obstante, existe poco que celebrar si reconocemos que 53 millones de personas siguen en situación de pobreza y otros tantos millones en vulnerabilidad. Es importante que no perdamos la atención sobre el hecho de que la falta de crecimiento sostenido de la economía mexicana hace que, en lugar de tener una tendencia de reducción bien marcada en el tiempo, tengamos una especie de danza alrededor de un valor central, los 53 millones, algunos más o algunos menos.

Volviendo con Antonio y con Shylock, en la vida pública de nuestro país estamos llenos de Shylocks, por todas partes usando las cifras de forma irresponsable, obviando sus contextos, sus debates y presumiendo resultados o criticándolos de forma descontextualizada, con el propósito de lucrar de ellas, no por un genuino interés. Para resolver el problema de la pobreza es necesario que abandonemos los lugares comunes de la discusión, los eufemismos del debate sobre el modelo de desarrollo del país y que planteemos como objetivo lograr reducciones significativas en un horizonte de tiempo razonable. En un país como México deberíamos poder contar con los recursos para que en diez años nunca más veamos 50 millones de pobres, para que veamos 0 personas en pobreza extrema, para que algunas carencias y, sobre todo, enfermedades (especialmente las infecciosas) fueran erradicadas del país. Si no podemos plantear un objetivo semejante, quizá pasemos otros 25 años sumando y restando de dos en dos para terminar en el mismo lugar.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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