Por Guillermo Núñez Jáuregui

Para iniciar, ¿una confesión brutal o una anécdota jocosa? El pasado sábado fui a ver una nueva película de ciencia ficción. Llegué con antelación pero dio igual, la masa humana ya estaba ahí, así como las filas obligadas para consumir maíz inflado. En lugar de la película que quería ver, Life (2017, de Daniel Espinosa), en la sala estaban proyectando una “nueva” versión de King Kong –que mezcla el ethos de Apocalipsis ahora con el cine de monstruos japonés–. Cuando me di cuenta pensé en la curiosa decisión que tomaron los distribuidores de Life al traducir el título. ¿Por qué añadir el adjetivo “inteligente”? A lo que voy es que me había equivocado de cine y no era precisamente por ser un ejemplar destacado de la vida inteligente que supuestamente habita este planeta.

Con todo, llegué a tiempo para ver la película: el multicinema correcto se encontraba cruzando la calle –entre los avances logrados en más de 9,000 años de civilización está el tener enormes templos de consumo en los que se proyectan las mismas películas en cada esquina de las megalópolis.

No me hubiera perdido de nada si no hubiera visto Vida inteligente (o bien, al verla perdí un par de horas): en realidad no tiene mucho de nuevo, temáticamente es una obra vergonzosamente derivativa de Alien: el octavo pasajero (1979). Visualmente es descendiente de otra película de ciencia ficción menor, Gravedad (2013). Uno está tentado a imaginar que vendieron la premisa apresuradamente en un viaje de elevador en algún estudio hollywoodense (“Será como Gravedad, ¡pero con un pulpo sideral!”), pero la caridad obliga a reafirmar que en los tiempos que corren es cada vez más difícil dar con obras creativas auténticamente nuevas. No porque no existan, claro, sino porque hoy entendemos “lo nuevo” sólo en el sentido de “recién salido del empaque”.

Semanal y abrumadoramente hay estrenos de cine y no sólo hollywoodenses, a pesar de lo que nuestras marquesinas quieren hacernos creer. Y si uno, como yo, aprovecha algunos de sus ratos de ocio para pasearse por librerías, verá que mes con mes las mesas de novedades mudan de piel. De la editorial Siruela, por ejemplo, ahora se venden, como si fueran nuevos, thrillers como Misterio en blanco (1937) de J. Jefferson Farjeon o Un asesino en escena (1935) de Ngaio Marsh (típicos whodunnits). Apenas dos de la ingente cantidad de novelas policíacas y negras (y rosas) que llegan a las librerías cada tanto.

Existen nuevas novelas policíacas que merecen leerse. Tan es así que a menudo, para alabarlos, se insulta a sus autores señalando que “no parecen escritores de novela de crimen”. Pero tiendo a pensar que si algo define a géneros populares como éste, es que uno puede elegir entre dos novelas policíacas sin mucha dificultad porque no son muy distintas entre sí. Creo que por eso agradezco que, hace un par de semanas, me haya encontrado en una mesa de novedades con Pistas del relato policial en México: somera expedición, un breve ensayo de Miguel G. Rodríguez Lozano. El ensayo, publicado por el Instituto de Investigaciones Filológicas, traza una genealogía que va del policíaco al noir hasta llegar a narco-novelas recientes. Es un buen libro para quien esté interesado en leer novelas negras mexicanas, pero apenas concibe una pequeña constelación en torno a El complot mongol o El miedo a los animales. Lo más extraño de este ensayo es que, como he dicho, apenas lo encontré en una mesa de novedades, cuando el día de ayer (28 de marzo) cumplió nueve años de haberse publicado.

Otra ¿novedad? es que, como niño dickensiano en repostería, o como alma penitente, estuve preguntando en distintos puestos de periódico si ya había llegado la segunda entrega de la Biblioteca Clásica Gredos, con la que celebran su 75 aniversario (la primera entrega fue La Ilíada, de Homero, que compré para regalarla). No, me dijeron. Todavía no. “Si no llega hoy”, me explicó una amable señora con una lógica devastadora, “llegará mañana, y si no, el jueves o el viernes o la próxima semana”. Es apenas la segunda entrega y esto ya parece un refrito del fiasco de otra colección Gredos, la de los Grandes Pensadores (ejemplares que nunca llegaron a puestos de periódicos y que ahora pueden encontrarse, al doble o el triple, en línea). Y, en efecto, que algo bueno se compre barato para venderse caro no es precisamente una novedad en México.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

 Fotos: YouTube y Shutterstock

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