Por Guillermo Núñez Jáuregui

«Se prohíbe, con razón, toda sátira que entienda el censor», dicta un inquietante aforismo de Karl Kraus. En una de sus últimas entrevistas, realizada a veinte años de que se publicaran sus investigaciones sobre los feminicidios en Ciudad Juárez, Sergio González Rodríguez señaló que «en sociedades saturadas de información», como la nuestra, los fenómenos extremos «tienden a ser desestimados». ¿Por qué es inquietante el aforismo de Kraus? Porque ya desde principios del siglo pasado, ante la “magia negra” del periodismo, Kraus había advertido, con su sagacidad apocalíptica, que se cometían crímenes para que luego en los periódicos se cometieran nuevos. La libertad de expresión (y lo digo yo, que no tengo la menor importancia, desde la altura de este ladrillito que un editor arriesgó ofrecerme) siempre corre el riesgo de malbaratarse. Cuando el progreso significa para muchos el tener las noticias de la última catástrofe al instante, ocurre lo que periodistas de voz crítica como la de González Rodríguez no se cansaron de señalar: lo importante se pierde en el ruido y las masacres tienden a normalizarse (lo dijo a propósito de la infame frase de Francisco Barrios Terrazas: los más de cien asesinatos de mujeres registrados al final de su gestión como gobernador de Chihuahua «eran una cifra normal»). También lo dijo Kraus (aunque él sobre Viena, pero bien aplica para el México contemporáneo): si no fuera por la guerra, parecería que este país vive tiempos de paz.

Uno se asoma a las redes sociales, con el asco de siempre (y lo digo yo, que soy otro de sus adictos) para descubrir trágicamente que la liga de la indignación pierde cada vez más su elasticidad. No debe sorprendernos: no sólo diario hay algo nuevo y terrible, sino que personas como Álvaro Cueva, Martha Debayle o Ciro Gómez Leyva pasan por “líderes de opinión”. Una cabeza de periódico: Esteban Arce gana el Premio Nacional de Periodismo. Francamente, ¿qué se puede opinar en los medios si el pensamiento complejo tiene tan mala prensa? Como lo puso mi amigo Édgar Yepez, a quien le pido disculpas por embarrarlo aquí: «Quisiera tener una columna en un periódico o blog en una revista y cobrar por decir que estoy a favor de lo bueno y en contra de lo malo».

¡Léanme con caridad!: la alternativa no es callarnos la boquita pero sí, al menos, hablar de tal manera que desconcertemos al censor (hablar mal, si se quiere, con la boca llena, entorpeciendo, insistamos y machaquemos, la comunicación; o escribir bien, que no correctamente, evitando la fluidez y la posibilidad de participar, negándonos a reducirnos, en jerga publicitaria, a ser mero “contenido”). Es la conclusión a la que siempre regreso: no hay que ser claros. Hablo, claro, por mí, que no tengo aún interés en convertirme en un opinador o un escritor profesional (que no es sólo cobrar). Y aunque las ganas de adoptar plenamente el sentimiento apocalíptico de Kraus (no sólo el de sus textos de La antorcha sino el de la de su irrepresentable obra de teatro Los últimos días de la humanidad, en la que capellanes y periodistas se arrastran hasta la vanguardia de las trincheras para preguntar, tímidamente, si también ellos pueden disparar), lo cierto es que incluso en el periodismo, o a través de sus medios y canales, también se ha escrito y bien: hay una constelación de autores que se han resistido, desde sus columnas, a alinearse con las otras columnas indignas.

Sergio González Rodríguez, escritor y periodista
Foto: Facebook

Despidamos, una vez más, al infatigable González Rodríguez de Escalera al cielo. Y también al Fogwill de “El periodismo no es para nosotros” (compilada en Los libros de la guerra). Al Flann O’Brien, ese alcohólico con problema de escritura, de La gente corriente de Irlanda. A la excelente antología La eternidad de un día, con clásicos del periodismo alemán, que publicó Acantilado (y que Héctor Orestes reseñó aquí). Al Mario Levrero de las Irrupciones. A los autores y críticos que no le dan la espalda al momento pero tampoco le ponen buena cara –y pienso, de pronto, en las columnas de María Moreno y Beatriz Sarlo, compiladas y publicadas en Mardulce, por otro autor de columna, Damián Tabarovsky.

Además de recordar esta pequeña constelación, aprovechemos para celebrar la aparición de los tres tomos que componen Inventario de José Emilio Pacheco, y lamentar que aún debemos ahorrar un poco más para comprarla en la mesa de novedades. Pero lo bueno cuesta, supongo. Como cuesta admitir que este texto es una coda melancólica del que escribí la semana pasada: suspiremos, hay mucha novedad pero poco de nuevo.

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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

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