Por Mariana Morales

Arde Josefina, primera novela de Luisa Reyes Retana, y ganadora del Premio Mauricio Achar, no deja descansar a los lectores. Desde el inicio, la trama entra con fuerza y, a lo largo de sus veintitrés capítulos, logra mantener su tono sombrío y la incertidumbre que parece surgir de una época pasada. Aunque corta, la novela contiene prácticamente toda la vida de sus personajes —o al menos sus momentos más significativos—, quienes viven rodeados de una violencia y una locura que no saben estar una sin la otra y que, paradójicamente, le dan sentido a la historia.  

Entre los personajes, la principal, y también narradora, es Josefina, niña y mujer que crece en un entorno tan hostil que, según sus propias palabras, “la violencia es el lenguaje de [sus] emociones”. Hermana de Juan e hija de Holly y Jonathan, Josefina y su hermano nacen en Manchester, Inglaterra, pero viven entre Pachuca y la Ciudad de México por el trabajo de sus padres y después por la salud de Juan. Las relaciones entre los miembros de la familia son perturbadoras, ya sea por su exagerada cercanía o su distancia abismal: con su hermano, quien padece trastornos mentales, Josefina tiene una conexión que raya en el incesto y con sus padres, “los ingleses”, simplemente comparte techo. Es en este contexto que ella se describe a sí misma y a otros personajes como “víctimas de la locura y sus administradores”. Sin embargo, los personajes no son las únicas víctimas de la historia.

Si bien en cualquier obra ficcional existe un contrato implícito entre narrador(a) y lector(a) en el que el segundo acepta como verdad lo que el primero narra, en casos como éste la relación entre ambas figuras puede resultar problemática. Josefina como narradora es muy poco confiable, ya que también es un personaje dentro del mundo que describe y esto le resta la ilusión de “objetividad” que podría tener otro tipo de narración, por ejemplo, en tercera persona. Además, a lo largo del texto hay ambigüedades que podrían indicar falta de conocimiento u omisión deliberada de información y un extraño fenómeno en el que los personajes parecen no tener control alguno sobre sus acciones y los objetos o fuerzas externas tienen agencia. Los únicos momentos en los que Josefina actúa decididamente, ella inicia la acción, pero necesita de algo o alguien para completarla.

Aunado a esto, la estructura de la novela contribuye a la falta de fiabilidad ya que los capítulos alternan presente y pasado, lo que crea vacíos, pero que logran pasar desapercibidos por la brevedad de los capítulos que no permite que el entretejido temporal se rompa. Dentro de los mismos capítulos también hay huecos visibles pero que de alguna manera se entienden como parte del trato inicial. Así, gran parte de la narración transcurre con la figura de Josefina como un personaje inocente que poco a poco, y gracias a estas pequeñas “pistas” que se hacen evidentes hacia el final, evoluciona y se deja ver en toda su complejidad.

Pese a estos elementos, la trama está tan cuidada que la fluidez no deja ver que mientras Josefina dice ser víctima de la locura, quien está del otro lado de la página es a su vez una víctima indirecta de ésta. Margaret Atwood escribe en su relato “Murder in the Dark” sobre la escritura como un juego de roles en el que el asesino puede ser el escritor, el detective el lector y la víctima el libro. O el escritor puede ser el asesino, el crítico el detective y la víctima el lector. Bajo esta lógica, Josefina es un medio para transmitir la locura que pueden ocasionar los vínculos afectivos y por el cual el lector, sin darse cuenta, cae en la locura de seguirle el juego a un personaje que sale de un incendio para crear los propios.

Arde Josefina de Luis Reyes Retana
Luis Reyes Retana, Arde Josefina, Literatura Random House, 2017.

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Mariana Morales estudia letras inglesas en la UNAM y es editora en línea de Cuadrivio.

Twitter: @marianaden_

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