Por Alejandra Eme Vázquez

Si existiera la república soberana de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), seguro que el 26 de junio sería algo así como el día de la patria. Ese día, en 1997, se publicó un libro crucial para la historia de la literatura con énfasis en la lectura: Harry Potter y la piedra filosofal. Son ya históricas las filas afuera de las librerías para conseguir las entregas y ya se conoce la odisea de la ahora millonaria autora para ser publicada; vamos, ya hasta los niños que protagonizaron las adaptaciones cinematográficas son respetables señores. Y aunque se sabe que desde antes de estos siete libros había una producción literaria para niños y jóvenes muy prolífica, también se acepta cada vez con menos tapujos que la aparición del primer libro de Rowling es parte de un cambio de paradigma en las formas de escribir para estos públicos y de ser lectores.

Llegando tarde a todo

En 1997 yo tenía 17 años y ni enterada estuve del fenómeno generado por J. K. Rowling. En 2000, recuerdo haber visto una fila enorme a las puertas de un Chapters en Montreal y haber sabido que era para esperar uno de los libros, quizá el segundo, de esa saga que entonces me sonaba tan ajena. En 2002, mi hermana de 11 años comenzó a leerla y me insistió en repetidas ocasiones que la acompañara, pero nunca tuve el impulso ni la disciplina: preferí ver las películas y creí que era todo lo que este mundo y yo podíamos relacionarnos.

A punto de terminar 2017, justo cuando aquella primera publicación se coronaba veinteañera y ya con mi prejuicio sobre las sagas literarias deconstruido, me pareció buena idea leer el primero de Harry Potter como una deuda conmigo misma: ¿cómo me podía llamar reseñista y seguidora de la LIJ mundial sin haber leído este clásico? Porque quizá hace veinte años nadie apostaría un quinto a llamarlo clásico con todas sus letras, pero ahora ni siquiera hay que justificarlo demasiado: los libros de Harry Potter son referente y parteaguas, quizá en más sentidos de los que estamos dispuestos a aceptar.

Libros Harry Potter

Lectores intermediales

Es difícil que hoy día haya lectores que se acerquen al universo potteriano con total desconocimiento. Existe al menos una idea vaga de la trama, los personajes, el entorno en el que suceden las situaciones, la autora, algo que permite entrar a las páginas con una sensación de conocimiento de causa que no se tenía hace 20 años. Podría ser frustrante esta imposibilidad de replicar la experiencia de aquellos lectores que acompañaron en vivo el fenómeno y se sorprendieron tanto como la propia autora con las dimensiones que alcanzó, pero la frustración se olvida pronto al tomar conciencia de que quienes nos acercamos apenas a estos libros somos lectores intermediales, es decir, podemos establecer relaciones con esta historia desde los distintos lugares en que se ha posicionado. Podemos detenernos a apreciar el gran casting que hicieron para las películas, revivir escenas con nuevos detalles y no temer al espóiler. Eso es otro tipo de poder, ni mejor ni peor sino sólo distinto, y es un placer ejercerlo.

Lo curioso es que, con todo y las ventajas que da ser receptores con una perspectiva diversa, es fácil que los lectores intermediales de esta saga olvidemos que en principio fue el libro. La sorpresa, entonces viene al descubrir que Harry Potter y la piedra filosofal es una historia extremadamente ambiciosa que cumple con creces las expectativas y se resuelve con una maestría narrativa pocas veces vista. Rowling sí es una maga en esto de narrar. Basta que esboce a un personaje para que éste pueda funcionar en el universo. Basta que suelte un hilo para que pocas o muchas páginas adelante lo retome y nos demuestre que era parte del esplendoroso tejido inicialmente proyectado. No se le va una, no hay detalle que deje descuidado y maneja una sutileza encantadora que ya quisieran muchos escritores para un día domingo.

Uno puede ver todas las películas sin entender gran cosa de los recovecos del mundo mágico y del mundo muggle, pero bastan unas cuantas líneas en este primer libro para entender a la perfección el quidditch, o las formas de convivencia de los magos con el mundo no mágico, o la compleja personalidad de los profesores de Hogwarts. Sólo en la experiencia literaria se valora la lista de útiles de los estudiantes de magia de primer año, la creación de libros ficticios en el propio universo, la hermosa onomástica que configura Rowling para sus personajes y tantos otros detalles que pueblan la historia. Todo esto, que quizá nos faltaba en lo cinematográfico, se encuentra en el texto y es lo suficientemente poderoso como para querer cada vez más. Así ya se entiende por qué los niñitos iban disfrazados a los estrenos; 20 años tarde, pero ya se entiende.

(Re)leer hoy Harry Potter

Por mi parte, es propósito de 2018 terminar los seis libros y decidir si soy del club de amantes o de haters del final escrito, ya que sé cómo termina la saga por las películas. Mi hermana, por ejemplo, que sí es Generación Potter y que estaba tan entusiasmada con las primeras entregas, se enojó tanto al leer la séptima (“desde la página 300 quería desgreñar a alguien”, cito) que se negó a ver las últimas películas y se deshizo de los libros: ese fenómeno también es digno de memoria y estudio.

Lo que es cierto es que Harry Potter es un fenómeno de umbral en el cambio de milenio y que hoy, ya con tesis dedicadas a la saga, ya con su legitimación de clásico y ya con una LIJ que recibe los beneficios de lectores jóvenes educados en historias que les respetan plenamente, apenas estamos atestiguando su enorme influencia. Por eso es que resulta valiosísimo constatar que con todo y la expectativa de estar leyendo algo que cambió vidas (comenzando por la de su escritora), no es tarde para dar una oportunidad a conocer al Potter de letras. Esta primera entrega, por lo menos, supera hasta el mejor pronóstico en términos tanto literarios como ideológicos y de experiencia emocional, pero también demuestra que, como para los vinos y las personas, para las buenas historias 20 años no son nada.

Harry Potter y la Piedra Filosofal

J. K. Rowling, Harry Potter y la piedra filosofal, traducción de Alicia Dellepiane Rawson, 3ª edición, Salamandra, España, 2017.

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Alejandra Eme Vázquez es profesora y ensayista. Estudió en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas.

 Twitter: @alejandraemeuve

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