Por Guillermo Núñez Jáuregui

Alguna vez Samuel Johnson apuntó que lo más desalentador de la vida es el número de modas, pasatiempos y falsas religiones que se necesitan para que algunos años de ella se vuelvan tolerables. Al menos creo que lo apuntó el Dr. Johnson, pues lo leí de segunda mano en uno de esos relatos fantásticos que consumo para entretenerme. Hablo específicamente de “Consecuencias”, un cuento de 1915 de Willa Cather que pueden leer aquí. Si no quieren leerlo, les resumo no la trama sino el tema: es sobre un problema filosófico esencial (que algunas veces quiere disfrazarse como una cuestión de salud), el suicidio, o su fantasma, y las tristes empresas en las que se embarcan las personas para mantenerlo a raya.

Vista así, con el frío desapego que fingía Johnson, la vida se asemeja a una casa de campo en la que pueden encontrarse libros, revistas, juegos de mesa, equipamiento para hacer deporte y otras formas de entretenimiento. ¿Y cuántos juegos y otras formas de matar el tiempo espera uno encontrar en esa casa de campo? Tantos como el tiempo que, suponemos, nos aburriremos.

Foto: clutterhoardingcleanup.com

Les confieso que además de leer relatos extraños me ha dado por fumar. No he caído en la adicción del cigarro que se consume ávidamente, pero sí me he permitido, cada tanto, encender una pipa. Creo que me hace ver interesante (o ridículo, pero es lo mismo), que me da un aire de autoridad (al menos en la materia de perder el tiempo) y que va muy bien con la idea de leer relatos fantasmagóricos. Sólo me falta la chimenea. Y no lo digo tan en broma: veo un vínculo espectral entre los relatos extraños y las pipas (incidentalmente, aquí un cuento excelente sobre un fumador de pipa), pero también con los cuentos policíacos. Pues, claro, las pipas aparecen en este tipo de relatos cuando se invoca el pensamiento analítico (en el caso de que el protagonista sea un detective) o cuando el “viejo de cabellera fantasmal” está a punto de compartir una leyenda tradicional. Supongo que se debe a que, a diferencia del cigarro, la pipa parece exigir tiempo, como tiempo exige pensar.

Así las cosas, necesariamente fumar pasó de moda. Debo decir que se trata de una manera de matar el tiempo bastante económica (aunque, es cierto, no calculo el gasto del panorama canceroso), pero tal vez no tan barata como otra forma que ha perdido popularidad a pesar del prestigio que algunos escritores le han querido insuflar. Hablo, claro, de pasear. Y pasear fuera de una plaza comercial, hay que subrayar.

Tengo la impresión de que no se puede ser un ensayista mexicano sin atender, en algún momento u otro, la importancia romántica del paseo y su larga ascendencia. Que si Hazlitt, que si De Quincey, que si Thoureau… incluso Benjamin y Baudelaire pasan a saludar aquí. Con razón y justicia, por supuesto. Aunque, ¿no es cierto que existe otra tradición del paseo que se relaciona con el sacrificio? Se le invoca poco. El flâneur y el dromómano cuentan con su oscuro hermano gemelo: el peregrino y el migrante. (No en vano, se me ocurre ahora, me llama la atención la figura del fantasma que arrastra cadenas.)

Imagen: Paul Gavarni, Le Flâneur, 1842

En este sentido es refrescante, en el universo de textos que se le han dedicado al paseo (con alturas como las que alcanzó Robert Walser), leer uno que le preste atención a la “historia sufrida” del paseante. En Wanderlust, de Rebecca Solnit (original de 2000, traducido al español en 2015 por Hueders), varias páginas subrayan la historia del peregrinaje, ese caminar sacrificado. Pues, es cierto, caminar no sólo involucra al cuerpo sino que a veces lo deja en el camino. Es algo que en nuestra época, cuando se suceden crisis migrantes una tras otra, no podemos pasar por alto.

Para cerrar, estas líneas del prólogo que Joseph Roth escribió a su colección de artículos periodísticos Judíos errantes, original de 1927:

En su peregrinar tienen que apartarse de los amigos, del saludo habitual, de la palabra con la que están familiarizados. […] Desde el sobresalto que se acaba de experimentar se camina hacia el miedo, hermano mayor del sobresalto, y en el extraño e inquietante seno del miedo se intenta sentirse a gusto y cómodamente. Se peregrina hacia el engaño… hacia la peor especie de engaño, a saber, el autoengaño. Pero también se peregrina de una autoridad a otra, de la comisaría a la jefatura de policía, de la oficina de recaudación de impuestos a la delegación del partido nacionalsocialista, se peregrina del campo de concentración a la policía, de la policía al tribunal, del tribunal a la prisión, de la prisión al campo de reeducación. […] Se camina…, no, se van dando tumbos hacia esta ridícula esperanza: “¡Las cosas no saldrán tan mal!, cuando tal esperanza no es sino una corrupción moral.

***

Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.

Twitter: @guillermoinj

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios

Comenta con tu cuenta de Facebook