Por Esteban Romero

Mis primeras inmersiones en el mundo de la literatura se dieron con las historias de detectives, como las de Auguste Dupin, Sherlock Holmes y Hércules Poirot, quienes hicieron el favor de acompañarme durante mi etapa de puberto. Auténticos héroes sin capa, me deslumbraba la capacidad analítica que los tres poseían para resolver crímenes inextricables con soluciones ingeniosas a la vez que sencillas, convirtiendo el género policiaco en uno de mis favoritos. Sin embargo, tengo que admitir que jamás me había encontrado con un detective tan peculiar como el que Bernardo Esquinca presenta en La Octava Plaga (Almadía, 2017), novela negra policiaca que posee elementos fantásticos y sobrenaturales. Con un estilo directo y profundo, al mismo tiempo que sencillo, Esquinca se abre camino dentro de la narrativa mexicana con un género que no ha podido arraigarse del todo en nuestro país, entregando un relato vertiginoso y sobrecogedor que da espacio a la reflexión con temas tan mal vistos como lo son la nota roja y la violencia.

La novela comienza con la narración de una serie de hechos insólitos: un anciano que puede caminar sobre el agua, un hombre que regresa de la muerte y un niño que se alimenta de excrementos. Mientras tanto, el científico Esteban Taboada acaba de descubrir una nueva especie de insecto con aparentes capacidades intelectuales. Tras esta breve e insólita introducción, sin aparente relación con la trama de la historia, se presenta a Eugenio Casasola, ex reportero  de la sección cultural de una publicación periodística que ha sido reasignado a la nota roja de ésta —lo que para él representa un claro descenso en su carrera como escritor—. A partir de la aparición de un cadáver degollado en un motel de la Ciudad de México, Casasola inicia su intrincado recorrido por un mundo lleno de horror y violencia, a la vez que busca superar la separación de su ex esposa Olga, quien trabaja en el mismo periódico. Sin deberla ni temerla, Casasola se ve poco a poco implicado en el caso de La Asesina de los Moteles, convirtiéndose en un inesperado detective que, al lado de un fotógrafo y un periodista de nota policiaca, buscan encontrar a la mujer que mata a sus clientes durante el acto sexual.

Conforme la novela avanza, el científico Taboada y los insectos que tanto le gustaba estudiar tomarán un papel clave en la historia dándole un giro sobrenatural e inesperado. Mientras la novela policiaca tradicional busca ser realista y precisa, donde los crímenes tienen razones concretas, Esquinca tiene el gran acierto de introducir elementos fantásticos en una trama que al principio parece ser muy parecida a cualquier serie detectivesca. De esta combinación surge una obra densa, llena de terror y ciencia ficción, con descripciones gráficas y violentas que jamás rayan en la exageración. El autor jalisciense presenta, a su vez, en Casasola a un héroe bastante común dentro de la novela negra: un hombre más bien alejado de los valores ideales a los que cualquier persona debe aspirar, frustrado, que sufre continuas crisis de identidad y que debe resolver sus problemas personales al mismo tiempo que se enfrenta a un crimen de escandalosas proporciones.

A pesar de ser un texto fantástico, La octava plaga no es solamente una buena historia de terror, ficción y suspenso, es también una bien lograda y necesaria apología de la nota roja que ha sido abandonada en el lugar más lúgubre y despreciado de la labor periodística. La nota roja o policiaca, que es un testimonio social con la presentación de historias relacionadas con violencia física, tiene como propósito, al igual que el resto de las noticias, la tarea de generar una conciencia en el lector siendo, dentro del periodismo, la que quizá más se presta al uso de figuras y recursos literarios. El consumo de esta sección, llamada despectivamente sensacionalista, ha sido adjudicada a las clases infrahumanas de las sociedad, a seres morbosos y violentos. Algunas publicaciones periodísticas de escaso juicio crítico han malinterpretado el propósito de este tipo de noticia presentando publicaciones vulgares y de poco valor literario. No obstante, Esquinca nos enseña, a través de Casasola, el verdadero valor de esta clase de noticias, que muestran un mundo oscuro y aislado pero real. Negar el valor de una nota que embona a la perfección con la realidad que estamos viviendo es como cubrir nuestros ojos con el mismo rectángulo negro que día a día cubre los ojos de las víctimas anónimas al ser expuestas en las noticias.

La violencia es, lamentablemente, uno de los tantos rostros —eso sí, el más duro y difícil de afrontar— que muestra hoy nuestro país. Bernardo Esquinca nos invita a buscar comprender esta violencia y no horrorizarse ante ella. La novela policiaca no es sólo una literatura de entretenimiento sin propósito social alguno, ésta busca reflejar los aspectos más intrincados y menos queridos del ser humano. El hombre debe contemplarse en toda su expresión para buscar comprender mejor su naturaleza, miedos e impulsos incluidos. Como bien dice en su libro, “el que aparece en el sueño no es menos real que el que sueña”, el que contempla la violencia en las noticias no está exento de ella. El ser humano, capaz de lograr las más grandes hazañas, es también capaz de realizar las más grandes atrocidades, y es necesario entenderlo. Ficción y realidad, novela negra y nota roja, combaten día a día en un duelo a muerte donde lamentablemente la realidad sigue superando a la ficción.  A final de cuentas, como tristemente dice Julio Patán, la nota roja más que acompañar a la historia de nuestro país, es la historia de nuestro país.

 

Bernardo Esquinca, La octava plaga, Almadía, 2017.

 

 

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