Por Christian Mendoza

¿Cómo se inscribe Lincoln in the Bardo, la primera novela de George Saunders, en el momento político actual de Estados Unidos? Para acercarnos a una posible respuesta, se puede mencionar primero a un personaje que se esboza en las páginas del texto y que constituye un logro formal de Saunders: un retrato de Abraham Lincoln extraído, en su totalidad, de fragmentos de algunos diarios de personajes ilustres y prensa de la época. A través de los diversos jirones discursivos se teje algo inasible que se describe, por un lado, como un presidente bondadoso y sabio, y, por otro, como un hombre totalmente mezquino y cuasianalfabeta. A este binomio contradictorio se le agregan varias aristas: Lincoln estaba enfermo de melancolía; Lincoln era vanidoso; Lincoln organizó una fiesta exuberante la misma noche que su hijo padecía una fiebre mortal. En manos de Saunders, la figura del presidente alberga las posturas en conflicto de un momento sumamente conflictivo; no representa otra cosa más que un objeto, un monumento al tiempo que un espectro. La historia y los medios meramente reportan sus propias ansiedades.

A esta imagen enmarcada por prejuicios, a menudo contradictorios, Saunders contrasta otra: la de un cementerio. Muere el hijo más querido del presidente bajo las circunstancias antes mencionadas (la fiesta que ofrece Lincoln en la casa presidencial) y, poco después de su entierro, el padre vuelve para abrir el ataúd y abrazar al vástago. Lo que bien podría interpretarse como una profanación, en el territorio del cementerio significa una suerte de subversión política, y una que toma como punto de partida el luto de un Lincoln humanizado, no de un Lincoln arquetípico. Los muertos que habitan ese pedazo de tierra mantienen el estigma de sus estratos sociales, de la diferenciación entre quienes ocuparon no sólo posiciones mayoritarias sino que también practicaron los ideales de decencia y rectitud, y quienes encarnan la marginalidad (ladrones, negros, mujeres sin matrimonio, sodomitas, etcétera). Los muertos leen en el abrazo de Lincoln a su hijo muerto no un gesto filial, más bien el reconocimiento de que ellos siguen existiendo.

Foto: Shutterstock

La presencia de Lincoln en el cementerio provocó la organización de un colectivo social que sólo conocía la soledad de un limbo.

Aparece la voz de un homosexual que intentó suicidarse, la de una niña negra que fue abusada por los trabajadores de una hacienda, la de un hombre que todavía tiene deseos sexuales hacia una esposa con una consciencia cada vez más difusa (para Saunders, la putrefacción de un cuerpo es también ontológica; hay muertos mucho más lúcidos que otros, y esto tiene que ver con el desarrollo orgánico de su desaparición física). En el momento de Lincoln, las convulsiones políticas y sociales giraban alrededor de las razas minoritarias, la economía centrada en la compra-venta de las mismas y el peligro comercial e ideológico que significaba su libertad. Los muertos, mucho más invisibles que las minorías vivas, son quienes ponen en la superficie, a través de su propio físico, todo la brutalidad de la política de ese tiempo, no únicamente la que queda consignada en los textos históricos.

Lincoln in the Bardo es una novela pertinente. A raíz de los hechos ocurridos en Charlottesville, se pudo ver a la supremacía blanca contemporánea enarbolar la bandera de los confederados, aquellos que se oponían a la emancipación de sus esclavos en tiempos de Lincoln. La respuesta no sólo fue la protesta de los vivos. El racismo no sucede a partir de la victoria de Donald J. Trump, sus orígenes pueden trazarse desde antes de la Guerra Civil estadounidense. Quienes fueron asesinados o desaparecidos, quienes sufrieron las opresiones de las políticas de Trump y de las que existían antes de los intentos democráticos de Lincoln ocupan, desde su lugar espectral, el discurso de quienes se oponen a un retorno al esclavismo.

George Saunders, Lincoln in the Bardo, Bloomsbury, 2017.

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Christian Mendoza ha trabajado y colaborado en distintos medios culturales, como La Tempestad y Arquine.

Twitter: @christianclumsy

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