Por Christian Mendoza

El martes 16 de mayo se cumplió el centenario de Juan Rulfo. Esa cifra redonda siempre ha espoleado agendas culturales que se confunden mucho con las que son de índole política: si bien se planean coloquios y aparecen revistas monográficas, existe cierto tufo a institucionalidad y a exaltación nacionalista. Lejos de señalar conspiraciones en el poder, lo que busco decir es que es algo bueno que en el centenario de un autor tan inmenso como Rulfo funcionarios públicos salgan a celebrar su obra para que, así, haya una mínima discusión pública en torno a un fenómeno literario. Pero esa clase de actos son eso: celebración. No son crítica, no impulsan una discusión entre los lectores y un clásico de las letras mexicanas que aún contiene, como buen clásico, más de un significado

Tal vez quienes sí vean conspiraciones son los que sólo buscan celebrar al jalisciense. En una nota del 6 de abril de Fabiola Palapa Quijas en La Jornada, se lee:

[La Fundación Juan Rulfo] También solicitó a la Dirección de Literatura de la UNAM que se abstenga de manejar el nombre del autor de Pedro Páramo, así como su imagen, la cual les había facilitado, explicó [Víctor] Jiménez [director de la Fundación Juan Rulfo], quien añadió que su inconformidad se debe a que nunca fueron informados de que en el encuentro se presentaría el libro Había mucha neblina o humo o no sé qué: exploración sobre la obra literaria de Juan Rulfo, de Cristina Rivera Garza, que consideran ‘difamatorio’, explicó a La Jornada.

Publicado a finales de 2016, Había mucha neblina o humo o no sé qué propone leer a Rulfo a partir de dos frentes: el ensayo crítico y la intervención escritural. El primero es un análisis de Rivera Garza en torno a la construcción de la modernidad mexicana en proyectos como la Comisión del Papaloapan o la construcción de carreteras en México bajo el alemanismo y, a mayor escala, bajo un incipiente priisimo cuyo imaginario y motor fue el progreso. Rulfo fue un discreto partícipe de ambas misiones, pero la autora especula, sin enunciar un juicio moral, que el responsable de Pedro Páramo pudo leer las contradicciones de la modernidad mexicana: por un lado, la promesa de mayores recursos naturales y de transporte para los mexicanos; por otro, el desplazamiento de las comunidades indígenas que habitaban los espacios donde después fueron trazadas las carreteras. Esa especulación está dada por una interpretación bastante cuidadosa  de cuentos como “Nos han dado la tierra”.

Foto: Notimex

Rivera Garza no es la única en decir que la modernización tiene siempre un anverso violentador, y que aquello repercutió en las prácticas literarias no sólo de Rulfo, también de otros autores como Nellie Campobello, autora de Cartucho, una de las narraciones formalmente más arriesgadas sobre la Revolución. Otros críticos literarios, como Marshall Berman o Ricardo Roque-Baldovinos, han diseccionado las consecuencias del progreso en la literatura (como la fragmentación del sujeto y de su discurso, también la suspensión de la anécdota como hilo conductor del argumento narrativo). Lo único que sucede es que Rivera Garza traduce las mismas estrategias de análisis al entorno mexicano para señalar los matices políticos bajo los que operó la escritura de Rulfo. Esquivar las obviedades de un texto literario, mirar los contextos históricos como generadores de estéticas, es mucho más productivo.

Además de la crítica, Rivera Garza propone algo inusitado en lo que respecta al análisis de un clásico. Había mucha neblina o humo o no sé qué también traza una teoría de la lectura que trabaja bajo la máxima “la lectura es producción y no consumo”. Leer, para Rivera Garza, es un acto creativo que puede traducirse a la escritura. Para el lector emancipado que se propone en Había mucha neblina o humo o no sé qué, la escritura es un artefacto móvil que puede ser manipulado a través de diversas fracturas y reconstrucciones. Además de la lectura crítica, para Rivera Garza cuentan los signos con los que se compone la literatura. De cierta manera, se actualiza a Rulfo leyéndolo bajo los embates de la modernidad, pero también reescribiéndolo. Rivera Garza transforma los formatos textuales de El llano en llamas y Pedro Páramo y los convierte en fragmentos poéticos. Incide, también, entre los renglones de algunos cuentos ya sea interviniéndolos, o “engordándolos”, a la manera de Pablo Katchadjian, con sus propios ejercicios ficcionales. A partir de oraciones puntuales de Rulfo, Rivera Garza construye otros cuentos, crónicas, poesía. En suma, lenguaje. 

Había mucha neblina o humo o no sé qué no es un libro académico. Tampoco se suma a los títulos conmemorativos que irán apareciendo a lo largo de este año. Rivera Garza confiesa que su libro no surge de ninguna agenda legitimadora: no fue alumna de Rulfo, no tomó café con él, mucho menos trabajó a su lado. Rivera Garza sólo es una lectora de su obra.

Había mucha neblina o humo o no sé qué plantea a la lectura como una práctica que funciona al margen de lo unilateral, y que, en su caso, aportó nuevas perspectivas alrededor de dos textos fundacionales de la literatura del siglo XX mexicano. Sin duda es un libro polémico, pero habría que cuestionarse si la incomodidad que provoca es por la libertad con la que Rivera Garza vuelve a Rulfo: no como una reliquia sagrada de sus herederos y del Estado, sino como un autor que puede criticarse y transitarse.

Cristina Rivera Garza, Había mucha neblina o humo o no sé qué, Literatura Random House, Ciudad de México, 2016.

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Christian Mendoza ha trabajado y colaborado en distintos medios culturales, como La Tempestad y Arquine.

Twitter: @christianclumsy

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