Por Mariana Pedroza

Cada vez que cortaba con un novio, que me negaban una beca o no me llamaban después de una entrevista de trabajo, mi mamá siempre me consolaba diciéndome “todo pasa por algo”. Odiaba que hiciera eso. ¿Qué podía haber de ganancia en el hecho de que me fuera mal? ¿Por qué no simplemente aceptar que a veces las cosas no nos salen como queremos y no por ello la vida nos debe algo? Me parecía que la frase “todo pasa por algo” reunía lo peor del pensamiento mágico, la autocomplacencia y el conformismo.

Sin embargo, reconozco que me he ablandado con los años y he llegado a desarrollar cierto respeto por esa cosmovisión. Quien dice “todo pasa por algo”, instaura la posibilidad de ver sentido en donde no lo hay, ¿y no es finalmente esa inclinación a generar narrativas congruentes, lineales, causales y proyectivas la que nos define como humanos?

Nuestra identidad está basada en nuestra historia y nuestra historia no es más que un conjunto de datos que hemos aprendido a ordenar de cierta manera para que tengan sentido, poniendo en el centro ciertos episodios que justifican nuestras decisiones actuales y haciendo caso omiso de muchos otros que bien nos invitarían a tener otra opinión sobre nosotros mismos o sobre lo terrible o lo grandiosa que ha sido nuestra vida.

Dan Gilbert, psicólogo social y estudioso del fenómeno de la felicidad (es decir, de la forma en la que incorporamos positiva o negativamente las contingencias de la vida), distingue entre dos tipos de felicidad: la natural y la sintética. Como explica en su TED talk The surprising science of happiness (La sorprendente ciencia de la felicidad), la así considerada felicidad natural es la que surge cuando obtenemos lo que deseamos y, por algún motivo ideológico, hemos creído que es la única válida, pero no lo es.

 

El cerebro –explica Gilbert– tiene una gran capacidad adaptativa y una predisposición a considerar el escenario en el que se encuentra como el mejor escenario posible; es decir, a sintetizar la felicidad y producirla independientemente de qué tan bien nos hayan salido las cosas.

Los ejemplos que pone producen entre suspicacia y risa, como el caso de Moreese Bickham, un hombre que pasó 37 años en una prisión por un crimen que no cometió y que, cuando finalmente fue exonerado a sus 78 años, declaró: “No tengo un minuto de arrepentimiento, fue una experiencia gloriosa”. O como Pete Best, el baterista original de los Beatles, antes de ser despedido y sustituido por Ringo Starr; de acuerdo a una entrevista que le hicieron en 1994, Best estaba mucho más feliz de lo que hubiese estado con los Beatles.

Si nos vemos incentivados a levantar la ceja con sospecha al escuchar estos testimonios es porque creemos que no hay forma en la que estos personajes pudieran estar diciendo la verdad: tuvieron mala suerte, eso es todo, pero en el fondo –estamos convencidos– habrían preferido tener libertad y fama respectivamente, ¿quién no?

El problema –dice Dan Gilbert– es que tendemos a descartar la felicidad sintética y a considerarla menos válida o menos auténtica, pero de ella dependemos en gran medida para adaptarnos exitosamente a nuestra realidad, pues de hecho son más las veces en las que no obtenemos lo que deseamos que en las que sí.

Existen mecanismos psicosociales que nos impiden sintetizar la felicidad, como la noción de que toda decisión es reversible o de que siempre está abierta la alternativa de elegir otra cosa, pero en general, como Dan Gilbert lo constata en una serie de experimentos que explica en su TED talk, la síntesis de la felicidad es algo que ocurre en nuestro cerebro, incluso inconscientemente: tendemos a creer que las cosas nos resultaron de la mejor manera posible y  que tomamos las mejores decisiones que pudimos haber tomado.

Puede ser que la frase “todo pasa por algo” no sea más que una forma optimista de interpretar la vertiginosa arbitrariedad de la vida, pero no deberíamos menospreciar nuestra capacidad de imprimirle sentido al caótico despliegue de los acontecimientos e incorporar lo imprevisto a nuestros planes. De eso, diría Dan Gilbert, depende nuestra felicidad.

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Mariana Pedroza es filósofa y psicoanalista.

Twitter: @nereisima

Foto: Shutterstock

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