Por Mariana Morales

El viaje es uno de los temas literarios más populares en la literatura universal. Basta pensar en clásicos como La Odisea de Homero o La Divina Comedia de Dante para darse cuenta de la relevancia que esta acción tiene en diferentes planos, además del físico. Claro está que al hablar de un viaje se espera un desplazamiento espacial y temporal, pero esto suele ser la base para otro tipo de traslados o transformaciones para los personajes. Esto también depende de los motivos por los que se realizan los viajes, que en muchos casos son inesperados y fuera del control de quien los hace, como sucede en Opisanie Swiata (Antílope, 2017), novela de la brasileña Verónica Stigger y traducida al español por Paula Abramo.

En este libro, cuyo título se traduce del polaco como “descripción del mundo”, se lee la historia de Opalka, un señor que sale de su natal Polonia —previo a la invasión en 1939— hacia Brasil por petición de su moribundo hijo, Natanael, quien se encuentra en algún hospital en medio de la selva y quiere conocer a su padre. La mayor parte de la trama, de la que hay fotos y postales, sucede en movimiento, entre el tren y el barco que Opalka debe tomar para llegar a su hijo, en los que convive con todo tipo de personajes que a veces parecen salidos de otros mundos y que hacen la travesía de lo más entretenida y surreal. Entre ellos, Bopp, un joven brasileño, se vuelve acompañante de viaje del padre de Natanael y, aunque al principio no lo parece, es un personaje clave en el desarrollo de la trama y del libro. Esta distinción se debe a que parte de la historia se desdobla y adquiere tintes metaficcionales que el libro objeto hace evidente mediante su diseño y organización.

Opisanie Swiata de Veronica Stigger
Foto: Del original en portugués | amazon.com

De manera tradicional, la metaficción implica que el texto es consciente de su carácter artificial, aunque en este caso la novela parece jugar con el concepto y hace que el mundo narrado refuerce la realidad de la historia incluso fuera de éste; es decir, en nuestra realidad. No me parece casualidad que la página legal esté después de la carta con la que inicia la novela y que no haya punto final en el último capítulo. Dentro de la historia, parece que el texto es autogenerado, ya que lo que se desdobla de la narración principal y se lee en hojas de diferente color es una retrospectiva de la historia desde la voz de Opalka y que después se empata temporalmente con los sucesos de la narración principal. Es en este progreso temporal de la (aparente) narración secundaria donde Bopp se pierde como personaje, pero como recurso narrativo facilita el entramado de narraciones. También él es quien, hacia el final de la novela, reflexiona sobre el acto de escribir: “Uno escribe para no olvidar. O para fingir que no ha olvidado. […] O para inventar lo que ha olvidado. Tal vez sólo escribimos sobre lo que no ha existido nunca”. Con este diálogo se pone en entredicho lo que la lectura hasta ese punto invita a pensar.

Por otra parte, intercalados con los capítulos hay consejos que salen de una guía de viaje que Bopp tiene al principio de la historia y que hasta cierto punto involucran al lector y lo conectan con su mundo. Es como si por momentos fuéramos parte de la travesía, una o un acompañante más de Opalka, quien, aunque de manera sutil pero más visible gracias a los niveles narrativos, cambia su forma de ver las cosas. Y si bien el pretexto del viaje es conocer a su hijo, al final ese hecho parece irrelevante. No es que en verdad pierda su importancia, sino que el significado también cambia, precisamente para recalcar la transformación del viaje.

Al final, las circunstancias en las que se encuentra Opalka son inciertas. Sin embargo, la desestabilización que el viaje prevé también apunta hacia cierta conformidad que, otra vez, se encierra en la narración y en la posibilidad de que el libro sea escrito por un personaje. Con esto viene a la mente una de las frases en los primeros capítulos: “Pero escúcheme bien, me dijo al fin, apuntándome a la nariz con el dedo: hay que volver. Váyase un año, dos tres. Pero vuelva. Váyase y vuelva. Hay que saber volver”. El sabio consejo de una anciana parece ir más allá de su propia naturaleza y se convierte en un comentario sobre la narración misma. Así, la novela no sólo cuenta una historia de viaje en el espacio físico y mental, sino también sugiere una reflexión sobre éstos y su relación con el espacio textual.

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Mariana Morales estudia Letras Inglesas en la UNAM y es editora en línea de Cuadrivio.

Twitter: @marianaden_

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