Para tratar de frenar la tendencia de los libros electrónicos, dos de las más grandes empresas editoriales unieron esfuerzos en 2013. Penguin de grupo Pearson y Random House de Bertelsmann. Juntas formaron el emporio de libros más grande que jamás se haya visto, con más de 250 sellos bajo su mando. Hoy esta editorial da un golpe de autoridad en el mercado hispánico con la adquisición de Alfaguara. ¿En qué nos afecta a nosotros los lectores?

Es muy seguro que en tu librero tengas algún libro de sellos como Alfaguara, Punto de Lectura, Taurus, Suma de Letras, Aguilar, Altea y Fontanar. Estos sellos pertenecían al grupo Santillana que fue comprado por uno de los monstruos editoriales anglosajones: Penguin.

Ahora, un enorme catálogo, especialmente el de Alfaguara que incluye a autores como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Arturo Pérez Reverte, Fernando Vallejo, José Donoso, Tomás Eloy Martínez, José Saramago, entre muchos otros, le pertenece a Penguin.

La pregunta es, ¿por qué la compra de sellos por parte de una editorial me afecta?

Piensen la forma en que compramos libros, generalmente consumimos a un autor por la propaganda que las editoriales han hecho del mismo, incluso por la forma en que nos lo presentan en las librerías.

Ahora imaginen que tienen una editorial tan grande como esta, que imprime millones de libros al año y que tiene el poder de imponer a un autor en cualquier parte del mundo, de darle una difusión macabra y que logra que se consuma en todo el mundo. Se podría decir incluso que hay editoriales que seleccionando a tal o cual autor, y haciendo un gran trabajo de marketing, dictan incluso la agenda de Hollywood.

La cosa es que la compra de casi todo Santillana deja clara una cosa: se trata de la entrada al mercado hispánico de las políticas culturales que actúan en el mundo anglosajón: dejar en unas cuantas manos casi la totalidad de los autores importantes.

 

 

informe prisa
Del informe anual 2013 de PRISA

 Así, esta compra se relaciona directamente con la forma en que consumimos libros. No necesariamente de una forma negativa pero sí debemos pensar que el hecho de publicar cierto tipo de libros o privilegiar determinadas visiones coloca a las editoriales en una posición particular frente a sus lectores. Están en una posición de modificar nuestro horizonte de lecturas. 

Los libros que leemos no los decidimos solo nosotros. Dependen de lo que está al alcance en nuestro país o en los lugares que frecuentamos.  Por ejemplo, si un autor gana un Nobel sabremos que lo encontraremos hasta en los restaurantes disfrazados de liberías. Si, por el contrario, preferimos a un autor desconocido, dependemos de que alguna editorial pequeña decida publicarlo, al menos en lo que se refiere al libro físico.

El mundo editorial necesita que haya sellos vanguardistas y conservadores, que apuesten por jóvenes o que prefieran los grandes nombres, que apoyen visiones incómodas o de autores que no se insertan fácilmente en lo que los grandes críticos llaman “literatura“ y que apoyen visiones chapadas a la antigua. En suma, se necesita variedad.

Stephen King amando los libros

El crecimiento de Penguin Random House pone en pocas manos lo que podríamos llamar las “opciones disponibles para nosotros”. Estas prácticas han provocado, por ejemplo, que podamos leer al autor japonés de moda, pero que no tengamos ni idea de lo que hacen los escritores chilenos, argentinos o de Oriente Medio en este momento.

Al final del día, todas las editoriales pretenden consolidar un canon frente a otro ( su catálogo frente a otros catálogos). Esto no es necesariamente malo, pues permite que el consumidor tenga posibilidades de elección. En cambio, cuando una sola empresa controla casi todo el mercado, entonces impone un canon por encima de los demás.

En América Latina, como región siempre “en desarrollo, estamos acostumbrados a que EEUU o los países europeos decidan nuestra oferta editorial. No es casualidad que por años hayamos leído a autores estadouniudenses, pero apenas conozcamos algunos autores árabes: o que tengamos una lista enorme de autores franceses o alemanes disponible, pero no conozcamos sino a dos o tres africanos. Cualquiera diría que eso sucede porque los europeos escriben “mejor”, pero esa afirmación sólo denota que lo creemos porque simplemente no concemos nada más. Las tendencias culturales también están condicionadas por intereses políticos.

Es natural que las editoriales pretendan imponernos unas lecturas sobre otras. Lo que no es natural, es que esa imposición se deje en pocas manos. Pensemos lo que pasa con la televisión: con pocas opciones, la calidad y la variedad disminuye. Penguin Random House no es en sí mismo un mal grupo editorial; simplemente tiene demasiado poder de decisión sobre los libros que leemos.

*Vía Publishers Weekly

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