Por Esteban Illades

En el mundo político de Estados Unidos, los viernes son conocidos como “el día de tirar la basura”. La gente no pone atención porque ya está pensando en el fin de semana, con lo que el gobierno puede aprovechar y publicar o decir lo que en cualquier otro día sería problemático. En México la regla opera más o menos igual. El ejemplo más reciente es lo que sucedió este viernes: de un plumazo, el gobierno declaró el fin de las energías renovables en el país. Lo hizo un viernes, y lo hizo de manera tan confusa –con un acuerdo imposible de entender y lleno de vaguedades– que uno podría pensar que hasta buena decisión fue.

La realidad, sobra decirlo, es la opuesta.

Desde que estaba en campaña –2006, 2012 o 2018, cualquiera de las tres–, el hoy presidente dejó en claro que su interés principal era regresar a Pemex a la gloria del siglo pasado: mayor producción, mayor venta, mayores ingresos. También dejó en claro que la energía –sea el petróleo o la eléctrica– son parte del patrimonio nacional. Bajo la palabra “soberanía”, el presidente se negó a aceptar cualquier inversión que no fuera estatal, y tiró desde un inicio contra las empresas privadas que entraron al mercado mexicano durante el sexenio pasado.

Ya como presidente, siguió lo dicho en campaña. En ese sentido no se le puede acusar de incongruente: está haciendo lo que dijo que iba a hacer. Y eso es regresar toda producción energética a manos del Estado, cueste lo que cueste.

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Foto: Cuartoscuro.

Con Pemex ya lo vimos: le está inyectando una cantidad de dinero espectacular a la empresa y a la refinería que quiere construir en Dos Bocas, Tabasco. Y para hacerlo redirige el presupuesto nacional. Por eso se ven boquetes en otros lados; por eso se pide cooperacha a los trabajadores del Estado. Todo el dinero se va al petróleo y no queda para nada más.

Con la Comisión Federal de Electricidad ocurre algo similar. El presidente quiere que sea la única abastecedora de energía en el país, con todo y que la empresa está muy lejos de las condiciones necesarias para desempeñar ese papel. En parte porque sus instalaciones están viejas y descuidadas, en parte porque no se ha invertido en nueva tecnología, y en parte porque lo que se usa para generar electricidad en el país son combustibles fósiles, que son los que más contaminan.

Tenemos carbón y combustóleo –un residuo del petróleo– , que son poco más que porquería por la cantidad de contaminación que producen.

Pero son nuestra porquería.

(Basta con ver la contaminación en la Ciudad de México para entender sus efectos; a pesar de que la Jefa de Gobierno instauró el Hoy No Circula durante la Fase 3 de la pandemia, la calidad del aire sigue siendo muy mala porque la Central de Tula, que funciona con combustóleo, sigue operando como si nada.)

Mientras tanto, otras empresas, privadas, han optado por nuevas formas de generación eléctrica. Solar, eólica. Renovables. Pero como no son del Estado y le generan ganancias a privados, son poco menos que el diablo. Por eso hace unas semanas en Baja California el presidente se quejó de los “ventiladores” –aerogeneradores, en realidad– y de cómo hacían que se viera feo el paisaje. No son nuestros ventiladores y no dejan ver. Fuchi caca. (Menos se puede ver cuando el aire tiene polución de combustóleo, pero pues, ya saben cómo es esto).

El viernes se concretó la amenaza. Con la publicación del “Acuerdo por el que se emite la Política de Confiabilidad, Seguridad, Continuidad y Calidad del Sistema Eléctrico Nacional (SEN)”, el gobierno le regresó la rectoría del sector eléctrico a la Secretaría de Energía, que lo único que quiere es petróleo, petróleo, petróleo.

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Foto: Cuartoscuro.

En este punto me dirás, querido sopilector, ¿y qué tiene de malo? Total, estamos usando nuestros recursos para mantener el país en pie. Y pues sí, salvo por dos pequeños detalles. El primero es que los precios de la energía renovable han bajado muchísimo, al grado de que durante la pandemia un montón de países han decidido que carbón nunca más. Sale más caro depender de los fósiles, y sale más caro tu recibo. Siempre y cuando el gobierno no intervenga y meta subsidios. La cosa ahí es que con el choque económico del COVID-19 no hay ni por dónde sacar dinero para subsidiar el servicio, deja tú para dar mantenimiento a la industria.

Entonces, básicamente, estás pagando más por algo que podría ser más barato.

Y la segunda, y mucho peor, es que los fósiles contaminan y duro. Estamos –aunque los conspirólogos lo nieguen– en pleno calentamiento global, causado por humanos. Por nuestro consumo desenfrenado de contaminantes. Algunos ya lo entendieron, y por eso transitan rápidamente a las renovables. Pero aquí no. Aquí seguimos con el mito de que son más caras –falso–, de que son intermitentes –falso– y de que nos roban el viento –no hay ni que calificar esto último–.

Al cerrarle las puertas a las renovables le cerramos la puerta al futuro. Ah, y no sólo eso: creamos una serie de problemas con otros países. Canadá y la Unión Europea, por ejemplo, ya le enviaron cartas a Rocío Nahle, la secretaria de Energía, para preguntarle qué onda con la decisión: resulta que varias empresas de esos países operaban energía renovable en México y tenían contratos para hacerlo. Con el acuerdo del viernes pasado, los están obligando a cerrar e irse. Y de paso, le dan buena mano para demandar al gobierno por cambiar las reglas de juego. O sea que, aparte de todo, se perderá un montón de dinero extra en las demandas que los demás países nos van a aventar, y con absoluta razón. Se ve que nos gusta aventar dinero.

Sin contar que quién querrá invertir en México después de esto.

Por último: el acuerdo es tan turbio que causó un desastre en la CONAMER, la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria. Para poder ser publicado, la CONAMER tenía que darle su visto bueno. Para darle el visto bueno, la CONAMER tenía que decir que el acuerdo beneficiaba al consumidor y a la economía. Es decir, que la decisión no sólo no empeorará las cosas sino que las mejorará. Tan no lo hacía que el titular de CONAMER renunció antes de firmar su aprobación por no querer prestarse a tremendo desastre. Obviamente, el gobierno en cinco minutos se consiguió a alguien que no tuviera problema en regalar su integridad y el futuro del país.

Así que en ésas estamos: seguiremos quemando petróleo y usando energías contaminantes, que son más caras y dañan el medio ambiente. Pero son nuestras, y para el presidente eso es lo único que importa. No así el futuro porque, como decía el economista JM Keynes, a la larga todos estaremos muertos.

Posdata:

Si usas este artículo en un argumento, no faltará el listillo que te diga, “pero ve el documental de Michael Moore. Ahí se demuestra que las renovables son un engaño”. Efectivamente el documental que produjo Moore, llamado Planeta de los humanos, se dedica a intentar demostrar lo malas que son las renovables. Sólo que tiene un pequeño problema: está tan mal hecho que su propia distribuidora declaró que dejaría de apoyar la película para evitar difundir desinformación.

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Esteban Illades

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