Por Esteban Illades

Después de 12 años, Andrés Manuel López Obrador al fin es presidente de México. El nuevo presidente rindió protesta en la Cámara de Diputados el sábado por la mañana y ante un grupo de representantes indígenas por la tarde. En ambos eventos dio dos largos discursos e inició, formalmente, un período presidencial que concluirá en 2024.

Sin lugar a dudas, lo ocurrido este 1 de diciembre fue histórico para el país. En primera, porque es la primera vez que un candidato y un partido que se identifican a sí mismos como de izquierda llegan a la presidencia. En segunda, porque lo hicieron con una gran mayoría en las urnas. En tercera, por el cambio de símbolos que se dio desde ese día y que se buscará continuar durante los próximos seis años. Y en cuarta, por lo alto de las expectativas que el nuevo gobierno trae consigo y que tendrá que manejar.

Sobre estos puntos vale la pena enfocarse en los últimos dos, en particular para entender qué tipo de presidencia puede ser la que comienza y qué esperar de ella.

Foto: Manuel Velasquez/Getty Images

El simbolismo

Mucho se ha dicho que López Obrador es un político de formas. Para él el mensaje es casi tan importante como la manera de darlo a conocer. Por eso fue tan comentado el video de hace unas semanas, posterior a la consulta sobre el nuevo aeropuerto, donde se podía ver, entre bustos de héroes de la patria, una serie de libros entre los que destacaba uno llamado ¿Quién manda aquí?. Lo que haga López Obrador tendrá, siempre, múltiples significados.

Un ejemplo de ello es cómo se trasladó a la Cámara de Diputados y a Palacio Nacional el día de la toma de protesta. Lo hizo en el mismo automóvil de siempre, el compacto blanco en el que viaja por la Ciudad de México. Lo hizo para mostrarse a sí mismo como alguien que no necesita más, pero también para mostrar al presidente saliente, Enrique Peña Nieto, como alguien en la situación opuesta. Mientras AMLO se bajó solo del automóvil y entró sin mayor complicación, EPN venía en un convoy de camionetas blindadas, con varios escoltas que corrieron a abrirle la puerta.

Foto: Getty Images

Lo mismo sucedió con la valla alrededor de Palacio Nacional, que llevaba ahí por lo menos este sexenio. La valla separaba la entrada de los funcionarios del resto de la gente, que estaba obligada a caminar por fuera o sobre la plancha misma del Zócalo para recorrer el trayecto. Desde el cambio presidencial esa valla ya no está ahí. La división entre gobierno y “pueblo”, como él le llama, se reduce con ese acto.

Y así en general. Con la recepción del bastón de mando –cosa que no es nueva en asunciones presidenciales, que de hecho se hacía antes, pero se había dejado atrás durante las últimas décadas– y el acto posterior para sus votantes, López Obrador igual buscó mostrarse como un político ajeno a la alta esfera, a las costumbres “fifís”. Quiso identificarse como un mexicano más; más bien, como la encarnación de ese mexicano, su representante.

No por nada ha dicho en más de una ocasión que ya no es dueño de sí mismo.

Sin embargo, el simbolismo sólo lo puede llevar hasta cierto punto, pues debe estar acompañado de sustancia. El medio sin el mensaje no es suficiente y corre el riesgo de ser una cáscara sin contenido de no venir aparejado con algo más. Cosa que López Obrador deberá empezar a poner en práctica lo antes posible, para que sus palabras no sean lo único que llene espacio.

AMLO presidente
Foto: Manuel Velasquez/Getty Images

Las expectativas

Los dos discursos de López Obrador fueron una amplificación de las expectativas que ha generado desde que anunció su candidatura. Por la mañana, en la Cámara de Diputados, ocupó su tiempo en hacer un diagnóstico de los problemas del país y procedió a ofrecer las mismas soluciones –entiéndase, en los mismos términos que en campaña– para enfrentarlos. Fue un diagnóstico amplio, y no exento de contradicciones. Pero el punto central del discurso fue decretar un nuevo comienzo: a partir de ese momento inició la época de AMLO y Morena y la promesa de que todo aquello que tanto daño le ha hecho al país quedará atrás.

Por la tarde el discurso fue menos teórico y más práctico, pues se enfocó en las 100 políticas públicas que intentará llevar a cabo durante los siguientes años. La mayoría, si no es que todos los puntos, son los que ha repetido durante los últimos meses, así que no hubo sorpresas.

Para quien votó por él fue la reiteración de un plan, un nuevo recorrido por la hoja de ruta a seguir. Una manera de mantener el espíritu.

Pero para quien no votó por él las respuestas y el desarrollo del plan fueron escasos. En San Lázaro y en el Zócalo el presidente ofreció lo que ha ofrecido en los mismos términos.

No, no iba a cambiar de manera radical, pues el punto del mensaje del inicio de un gobierno es, en términos llanos, decir qué vas a hacer. Y hasta cierto punto lo hizo, pero sin la elaboración que requerirá para dar un siguiente paso, que lo aleje de las consignas de campaña.

Foto: Manuel Velasquez/Getty Image

Esto será difícil, ya que también dijo que estará en gira permanente. Que cinco de los siete días de la semana los dedicará a recorrer el país. Y se entiende, es la actividad en la que mejor se desempeña. Por regresar al simbolismo: un presidente cercano, accesible, que recorre donde gobierna, crea una imagen poderosa y memorable.

Pero no puede ser lo único. Porque gobernar –por más que eso haya hecho parecer el expresidente Peña Nieto con su interminable lista de inauguraciones de obra pública– es más que atender eventos. Gobernar implica tomar decisiones y hacer que el gobierno haga cosas, por más obvio y simple que suene. Y ahí es donde el AMLO candidato, que todos conocemos sobremanera, deberá ceder su lugar al AMLO presidente. Ambos pueden coexistir, eso es innegable. Pero para manejar las expectativas que ha creado y para intentar convertirlas en realidad, el país necesitará a un gobernante, no a quien promete que algún día lo será.

Ya veremos en las próximas semanas cuál será la elección de Andrés Manuel López Obrador. Ojalá que sea, a diferencia de su antecesor, la que privilegie el trabajo por encima del reflector. Y ojalá que el cambio que prometió para México no termine como terminó con Vicente Fox hace 12 años, cuyas palabras no fueron más que los gritos vacíos de un presentador de circo.

Ojalá.

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Esteban Illades

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