Por Esteban Illades

El primer día de este año comenzó a funcionar el Instituto de Salud Para el Bienestar, que ahora conocemos por sus siglas (INSABI). Este instituto tomó el lugar del Seguro Popular, programa que funcionaba desde 2003 y que otorgaba atención médica a la población más vulnerable del país, aquella que no cuenta con seguridad social.

El INSABI no es cosa nueva: desde que llegó el actual gobierno al poder se habló del desmantelamiento total del Seguro Popular. Para el presidente y compañía, el SP era un programa que no funcionaba y que sólo servía, como todo programa creado y operado por administraciones pasadas –a su parecer–, como una caja no tan chica para desaparecer el dinero de los mexicanos.

Por ello, a partir de este año, desapareció por completo.

Hay que decirlo, el presidente y su gobierno no están del todo errados. El Seguro Popular estaba lleno de irregularidades, como sucedió con gran parte de los programas federales operados por el gobierno del sexenio pasado: miles de millones de pesos se hicieron perdedizos a través del SP. De que había graves problemas, los había.

Pero en lugar de resolverlos o modificar el diseño de un programa que con todo y sus desastres internos daba atención médica esencial a gente que no puede pagarla, se optó, como casi todo en esta administración, por empezar desde cero. Eso significa que el gobierno tuvo que adaptar el enorme y complejo sistema de salud nacional para mover a más de 50 millones de personas de un esquema a otro.

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Foto: Cuartoscuro.

¿Y qué es lo que sucede cuando se intenta una operación tan grande? Lo que hemos visto en estas primeras tres semanas del año: gente sin acceso a tratamiento, hospitales y doctores que no entienden cómo funciona el nuevo programa, y falta de comunicación generalizada.

Incluso mayor desabasto de medicinas que el normal por falta de dinero en la administración del INSABI, pues no se presupuestó bien la transición. Dirán algunos que es normal, que siempre habrá errores al inicio de algo nuevo. 

Sin embargo, y aquí es donde está mal minimizar lo que ocurre, es que estamos hablando de: 1) Cuestiones de vida o muerte para muchísimos mexicanos, y 2) Cuestiones de vida o muerte para los mexicanos más pobres. En la mudanza de un sistema a otro no debería haber espacio para un solo error. Pero no sólo los ha habido, sino que al día de hoy pocos, si no es que nadie, tienen claro cómo funciona el nuevo esquema. Mucho menos los pacientes.

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Foto: Cuartoscuro.

Eso es lo grave. Nadie está en contra de que se mejore el sistema de salud mexicano. Al contrario, todos queremos, como el presidente ha dicho, tener un sistema de salud que se asemeje al de los países escandinavos. Lo que sucede, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones con el gobierno actual, es que con la prisa de enterrar el pasado han tomado decisiones sin medir las consecuencias. Pasó con la eliminación de las guarderías infantiles, pasó con los refugios para mujeres víctimas de violencia. Había prisa y nadie se detuvo a pensar en las consecuencias.

Hoy vemos lo mismo, pero a una escala mucho mayor y mucho más preocupante: ni el presidente ni su secretario de Salud parecen tener claro cómo funciona el INSABI. Y si ni ellos lo saben, podemos entender la magnitud del problema.

La peor parte es que esto se veía venir desde hace meses. Diversos especialistas en la materia, incluidos exsecretarios de Salud, advirtieron de lo que podía suceder en el tránsito de Seguro Popular a INSABI. Y no sólo eso: advirtieron que la reforma se estaba haciendo mal, pero nadie les hizo caso. Porque, como sucede de forma recurrente con esta administración, la crítica que venga de fuera, en particular la de quienes en el pasado fueron gobierno, se descalifica de inicio. Es cerrarse a la experiencia y al conocimiento

Habrá muchas cosas que reprocharles a los gobiernos anteriores.

Muchísimas, sin duda. Pero tampoco se les puede ignorar por completo. Porque 1) mal que bien, ellos ya estuvieron ahí y ya saben lo complejo que es manejar un país y 2) mal que bien, es gente destacada en su campo. 

No obstante, en la cerrazón se les ignora por un complejo de superioridad. Como el pasado es malo, y quienes hoy están en el gobierno se sienten los buenos de la película, no están dispuestos a escuchar consejo de nadie. Sólo ellos saben lo que es bueno, porque como dicen, ellos ganaron la elección y hay que aguantarse.

No, no hay que aguantarse cuando hay vidas de por medio. Hay que, perdón por la cursilería, jalar parejo para evitar que alguien se muera por un padecimiento que se pueda tratar; que alguien muera por errores de un gobierno que no supo medir las consecuencias de sus decisiones.

Perdón una vez más, ahora no por cursilería sino por grosería, pero si el gobierno no quiere escuchar a nadie –ni siquiera a los que saben– en cuestiones de salud, pues entonces está cabrón.

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Esteban Illades

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