Por Esteban Illades

Este domingo, en un acto hecho a marchas forzadas para que coincidiera con el centenario de la Constitución Mexicana, se promulgó la Constitución de la Ciudad de México. El show cómico, mágico, musical organizado por Miguel Ángel Mancera destacó por ser poco incluyente: a pesar de que el Jefe de Gobierno presumía una constitución que incorpora y da derechos a los diversos grupos que conforman la ciudad, en el presidio ni siquiera hubo una sola mujer. Puros hombres –(los mismos de siempre, por cierto)– celebrando la diversidad.

A pesar de lo ofensivo y el mal precedente que sienta esta celebración, la verdad es que la Constitución de la Ciudad de México está mal hecha desde un inicio. La presentación fue sólo otro tropiezo en la creación de un documento no sólo innecesario, sino que además costó cientos de millones de pesos a los habitantes de la capital.

Qué es una constitución

Empecemos por lo básico. Para entender qué tanto celebraron Mancera y compañía el domingo pasado es necesario saber qué es una constitución. Si nos vamos por la definición más sencilla, una constitución es el conjunto de principios por el que se gobierna una sociedad o un Estado. Digamos que son las reglas básicas.

En México, la Constitución actual es la de 1917 y sirve como la ley fundamental del país. Cualquier acto o ley que vaya en contra de ella está prohibido.

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A nivel local, es común que los estados tengan sus propias constituciones. Aunque pueden ser muy parecidas, varias tienen diferencias importantes. Por ejemplo, en algunas, como la de Veracruz, se prohibe cualquier tipo de aborto. Pero, al ser constituciones estatales, están en una jerarquía inferior a la Constitución Mexicana: lo que ellas dispongan no puede ir en contra de ella, pero sí pueden ampliar sus derechos.

 

¿Necesitamos una constitución en la capital?

En el caso de la Ciudad de México, hasta este año no teníamos constitución porque no éramos un estado de la república. Por eso siempre se hablaba de los 31 estados y el Distrito Federal. Esto se debe a que la capital del país es la sede de los tres poderes de la Unión –el legislativo (congreso), ejecutivo (gobierno federal) y judicial (Corte y tribunales). Al ser la sede, tenía un estatus especial: muchas de las decisiones del gobierno local tenían que ser aprobadas por el gobierno federal, al grado de que apenas en 1997 los capitalinos pudimos elegir a nuestro Jefe de Gobierno.

Una de las grandes luchas de la actual administración fue que esto cambiara. Por ello, desde hace años, Miguel Ángel Mancera cabildeó ante congreso y gobierno federal para conseguir que la Ciudad de México no sólo cambiara de nombre –dejamos el Distrito Federal atrás– sino que tuviera el mismo nivel que el resto de los estados.

El problema es que, aunque la idea original era buena, su ejecución fue un desastre. Mancera –a pesar de ser abogado– nunca entendió para qué se necesitaba una constitución, o qué podía ganar la ciudad con ella. Prueba de esto es que las grandes diferencias que tiene la Ciudad de México con el resto de los estados –por ejemplo, total autonomía para el manejo de su presupuesto; autonomía de seguridad pública–, siguen existiendo. La Constitución de la Ciudad de México no sólo mejoró muy poco en la ciudad, sino que estuvo a nada de hacer que las cosas empeoraran. Veamos.

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Cómo se hizo

El proceso para crear la Constitución de la Ciudad de México siempre fue a la carrera. Desde que se anunció que habría sólo siete meses para que estuviera lista, muchos expertos en el tema dudaron que fuera a quedar bien. Esto se pudo ver desde las campañas del año pasado, cuando radio, tele, periódicos y prensa en general publicaron los anuncios de campaña de todos los partidos que querían participar en la redacción del documento. Muchos de ellos, en la incontable publicidad que transmitieron durante meses, no tenían ni la mínima idea de qué hacía una constitución: hablaban de que mejoraría la vida de los capitalinos, de que todos tendríamos más derechos y de que todo sería mejor tan sólo se aprobara.

El proceso también estuvo viciado de inicio. Aunque en la Ciudad de México los partidos de izquierda han sido mayoría desde que se vota en elecciones locales, Mancera negoció con congreso y presidente que esto no fuera así. Al contrario, por cómo se conformó la Asamblea Constituyente, partidos como el PRI, que en la capital no llegan ni a los dos dígitos en las votaciones, terminaron casi empatados con PRD y Morena, con la idea de que hubiera una representación más pareja de intereses. Lo que en realidad sucedió fue que los partidos que son minoría casi eliminaron los derechos ganados por mayoría desde hace años: matrimonio igualitario y aborto, por ejemplo. Aunque en la Ciudad de México el aborto es permitido, con este arreglo casi termina en la basura. Una de las cosas por las que destaca la capital en temas de derechos estuvo a nada de regresar a la Edad Media. Todo porque Mancera permitió que el 40% de los constituyentes fueran designados sin ser votados por los habitantes de la ciudad.

Por otra parte, el Jefe de Gobierno convocó a un grupo de expertos para que redactaran la base sobre la cual trabajaron los constituyentes de los que hablamos en el párrafo anterior. Este grupo tuvo dificultades de inicio porque entre esos redactores hubo personas que abiertamente dijeron que no sabían qué hacían ahí. Por ejemplo, Guadalupe Loaeza, que en una columna contó que ella sólo asistía para tomar café y echar el chal.

A marchas forzadas los redactores originales lograron entregar la Constitución. Después vino la votación del Constituyente. Ahí ocurrió el problema más grande.

En primera, porque muchos de los integrantes de las listas que fueron votados para crear la Constitución no entendían en lo que se metieron. Cuando se les pidió ir a sesiones y discutir, muchos renunciaron. El actor Bruno Bichir y el flautista Horacio Franco, por ejemplo, pidieron licencia porque el trabajo de redactar la constitución de la ciudad interfería con sus labores diarias. Primero ellos y después la ciudad, así de serio el asunto.

Qué incluye la constitución

Como todo se hizo a las patadas –si algo pidió Miguel Ángel Mancera fue prisa para colgarse del centenario de la Constitución Mexicana y poder presumir que la de la Ciudad de México nació en la misma fecha–, la constitución está muy mal hecha. En el colmo del cinismo, Bernardo Bátiz, uno de los asambleístas, confesó que “Ya no había tiempo de dar los argumentos, de hacer propuestas que alcanzaran la posibilidad de pasar”.

En pocas palabras, se hizo como se acostumbra: al chilazo.

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Pero bueno, la constitución ya está. ¿Qué incluye o por qué hay que celebrarla?

Poco, la verdad. El gran aporte –negativo– de la constitución de la capital es que incluye una reorganización política innecesaria: las delegaciones ahora serán alcaldías. Esto quiere decir que se parecerán más a los municipios, pero no tendrán las mismas facultades que ellos. Por ejemplo, no contarán con policía propia y deberán depender de la policía de la ciudad para cualquier cuestión de seguridad. Al mismo tiempo, eso sí, engordarán su burocracia. Junto con los delegados, que ahora serán alcaldes, tendremos cabildos integrados por regidores y síndicos. Entiéndase, más funcionarios.

De las cosas buenas que se pueden presumir –aunque falta que se especifique cómo se hará– es que los funcionarios de la Ciudad ya no tendrán fuero y se les podrá revocar el mandato: si cometen o se les acusa de cometer un delito, tendrán que enfrentar los cargos como cualquier otro ciudadano. Y, si después de cumplida la mitad de su período los gobernados lo desaprueban, podrán proponer que se vote revocarles el mandato y echarlos del puesto. Sin embargo, falta ver si la remoción del fuero se sostiene: algún diputado o funcionario que se ponga vivo, que no quiera ser demandado, podrá interponer algún recurso para ver si es legal o no.

Otras cosas, como la legalización de la prostitución –que incluía derechos para los sexoservidores–, no entraron en el documento por la falta de tiempo que argumentaba Bátiz. Lo mismo la prohibición de que las jornadas laborales duren más de 40 horas semanales.

Todo por hacer las cosas al aventón.

¿Pero por qué estás tan enojado, si ya nos dijeron que la Constitución será la panacea?

El gran problema de la Constitución de la Ciudad de México –si algún sopilector es masoquista la puede leer aquí– es que no va a servir de mucho. Varias de las cosas que reconoce –como el matrimonio igualitario– ya existían en la Ciudad y otras tantas están redactadas de manera tan poco clara que pueden significar cualquier cosa. Por mencionar unos casos: el “derecho a la ciencia”, el “derecho al deporte” o el “derecho al tiempo libre”. Si viviéramos en Springfield, también incluiría el “derecho a hacer lo que se me antoje”.

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Por otra parte, la constitución parece más una carta de buenos deseos que otra cosa. Ahora resulta que algo que deberían estar haciendo de cualquier manera lo proponen en un texto que claramente no se va a cumplir. Unos ejemplos: los capitalinos tenemos derecho “a una vida libre de violencia”. Eso que se lo digan a todas las personas que sufren de asaltos en la Ciudad. Tenemos derecho “a una alimentación adecuada”. Eso que se lo digan a las personas que ganan el salario mínimo y que no pueden comprar lo básico para poder cumplir con eso. Tenemos derecho al acceso al agua: que se lo digan a las miles de personas de Iztapalapa que a duras penas pueden comprar pipas para el suministro básico. Y así nos podemos seguir. Por más buena onda que quieran ser Mancera y compañía, la tan cacareada Constitución de la Ciudad de México nos dejará a los chilangos en la misma posición que antes.

Pero, eso sí, ahora tendremos un papelito que ondear cuando un funcionario nos pida mordida para realizar un trámite. Que se ría de nosotros no será nuestra culpa por ingenuos, sino del Jefe de Gobierno y compañía que pensaron que los problemas de la capital se resuelven firmando un documento.

Esteban Illades
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