***Esta nota fue publicada originalmente el pasado 24 de Octubre.  Sin embargo, dada la importancia del ejercicio electoral estadounidense decidimos compartilo de nueva cuenta el día de hoy y así entender mejor cómo funcionan las elecciones en Estados Unidos. 

Estamos, finalmente, a dos semanas de la elección presidencial en Estados Unidos. Después de un proceso larguísimo –pero no tan largo como el mexicano, donde desde hace un año ya se discute quién será candidato para 2018–, el martes 8 de noviembre sabremos quién será el nuevo presidente: Hillary Clinton o Donald Trump.

Vale la pena explicar unas cosas, porque la elección no es tan sencilla como parece. No sólo porque Donald Trump sea el candidato más extraño al puesto de gobierno más importante en el mundo, sino porque la propia organización electoral en el gringo es compleja. También hay que hablar de cómo nos afecta a nosotros los mexicanos, porque, aunque se nos olvide, el destino de nuestro país está ligado a lo que suceda del otro lado del Río Grande.

 

¿Cómo es una elección en Estados Unidos?

Aquí en México el asunto es sencillo: el Instituto Nacional Electoral (INE) organiza una elección cada seis años para que los mexicanos elijamos presidente. Cada partido con registro –actualmente hay nueve– tiene sus propios métodos para elegir a su candidato. Algunos abren la votación a militantes, otros al público en general y algunos lo hacen a puerta cerrada por lo que se conoce como dedazo: una persona o un grupo pequeño decide quién va a ser. Una vez elegidos, los candidatos reciben dinero –público, de nuestros impuestos– y lo gastan para promocionarse. Hacen campaña, a veces van a unos debates aburridísimos donde no pasa nada, y el día de la elección los ciudadanos votan. Al final, salvo en casos de irregularidades o de cualquiera de las otras miles de cosas de las que pasan en México, gana la persona que más votos obtiene y se le nombra presidente del país. Es un proceso sencillo en papel, pero, como todos sabemos, muy complicado en realidad.

En la elección de 2012, por ejemplo, del debate nadie recuerda nada salvo este momento:

Debate presidencial México - Gabriela Quadri y la edecán Julia Orayén.

 

En Estados Unidos, en cambio, el proceso es más complicado desde que comienza. A pesar de que sólo hay dos partidos grandes, los demócratas –considerados de centro o centroizquierda– y los republicanos –en general de derecha, pero ahora de extrema derecha–, sus procesos para elegir candidato son muy complejos. Para empezar, se puede registrar cualquier persona, incluso aunque no sea miembro del partido. Esa persona después hace campaña con dinero privado. Puede recaudar la cantidad que quiera y usarla como prefiera, siempre y cuando no sea ilegal. Por ejemplo, puede comprar propaganda en tele y radio y transmitirla a cualquier hora del día, y el anuncio puede estar lleno de insultos o ataques. Se pueden grabar anuncios como éste, que en México estaría prohibido por hablar mal del rival:

 

Este año, por ejemplo, los demócratas tuvieron 6 precandidatos y los republicanos, 17. Muchos de ellos se retiraron antes de lo que se conocen como las primaries, o elecciones locales dentro del partido. Cada estado y cada territorio –Estados Unidos son 50 estados más territorios, como las Islas Vírgenes o Guam–  tiene su propia elección para decidir quién será el candidato del partido. En algunos es por votación y en otros por algo que se llama caucus, donde los miembros locales del partido se reúnen y discuten. Al final, el grupo que logre más apoyo dentro del caucus gana y se lleva los votos para su candidato. Estos debates pueden durar horas.

Cada estado vota en una fecha distinta. Algunos lo hacen desde enero y otros lo hacen a principios de verano.

Si esto parece confuso, la cosa se complica más después. Cada estado tiene un valor distinto, que depende de las reglas internas del partido. Entonces, por ejemplo, los representantes de California tienen más votos que los representantes de Oregon.

Al mismo tiempo, los demócratas tienen algo que se llama “súper delegado”, que es un miembro respetado del partido que puede emitir su voto como quiera, sin consultarlo con nadie. Los republicanos no.

Las precampañas terminan en la convención nacional, cuando un candidato pasa del límite de votos necesario para ser nominado por el partido y el partido lo elige oficialmente.

Una vez que sucede esto, empieza oficialmente la campaña electoral.

Los candidatos hacen campaña y debaten –en esta elección hubo tres–. El 8 de noviembre se lleva a cabo la elección.

Pero la elección de hecho empieza desde antes. Casi todos los estados permiten el voto por correo, así que miles de personan votan con meses de anticipación. Esto puede ser porque no van a estar en el lugar donde les toca votar cuando va a ser la elección, o porque no van a poder salir del trabajo: en Estados Unidos la elección presidencial siempre es en martes, lo que hace que muchas personas no puedan ir a votar.

 

Y, ya por último, para terminar de confundir, resulta, que la elección no es directa.

No gana la persona que obtiene más votos, sino la persona que obtiene más votos del colegio electoral. El colegio electoral es un mapa con 538 votos que se asignan por estado. Cada estado tiene un número de votos que depende de la cantidad de diputados y senadores que tenga. Por ejemplo, California tiene 55 votos en el colegio y Montana tres. Entonces, en la práctica, los votos de un estado cuentan más que otro, y por eso a veces los candidatos ni campaña hacen en los estados que no les suman mucho.

Al final, el candidato que logre sacar más de 270 votos gana la elección y se vuelve presidente. Esto puede llevar a cosas raras, como la elección del 2000: Al Gore obtuvo más votos que George W. Bush, pero como Bush obtuvo más votos en el colegio electoral, ganó la elección a pesar de perder el voto popular.

 

¿Por qué es distinta la elección de 2016?

En Estados Unidos los candidatos a presidente son, tradicionalmente, políticos de carrera. Una excepción fue Barack Obama, que llevaba pocos años como senador antes de ser candidato. Pero en general, como Hillary Clinton, han tenido puestos en el gabinete presidencial o han estado durante años en el congreso. A veces, personas que no son políticos entran a la contienda. Ross Perot, un millonario texano, compitió como independiente en los 90 y quedó en tercer lugar.

Pero este año pasó algo muy extraño: Donald Trump, magnate de bienes raíces y anfitrión de un reality show en el que despiden gente, se registró en la elección republicana y ganó. Lo hizo con un discurso que representa lo peor de su país: inició diciendo que los mexicanos son violadores, luego dijo que se le debe prohibir la entrada a Estados Unidos a los musulmanes por ser terroristas, y luego dijo… muchísimas otras cosas que si las siguiera escribiendo jamás terminaría este texto.

Eso le llamó la atención a muchas personas: Donald Trump podía ser racista, podía odiar a otras religiones, podía decir cualquier cantidad de cosas que nos ponen los pelos de punta y lo podía decir en público. Todas esas cosas que muchos estadounidenses pensaban pero no se atrevían a decir, Trump las estaba gritando. Le dio voz a los millones de personas que pensaban así pero no se atrevían a decir nada.

Por culpa de Trump el odio ha regresado a las calles de Estados Unidos, y las minorías han vuelto a tener miedo. Hay muchos casos documentados desde que se volvió candidato: la violencia en contra de los mexicanos y los musulmanes ha aumentado.

Al mismo tiempo, Trump ha hecho una campaña a base de mentiras. Ningún candidato en la historia de Estados Unidos había dicho tantas cosas tan falsas durante la campaña presidencial. Pero eso, en lugar de alejar a los votantes, los ha atraído. A muchos de ellos no les importa que lo que diga no sea cierto. Incluso hasta les parece bueno. Trump es distinto a cualquier político y hay muchas personas dispuestas a votar por él con tal de ver qué pasa, así sea el fin del mundo. Es, como le dijera Alfred a Batman en The Dark Knight:

Batman - Joker - Meme -Watch the world burn.

 

En realidad no vale mucho la pena detenernos en este punto. Todos hemos visto a Donald Trump, lo que ha dicho, y lo que ha hecho. Pero aun así no hay que olvidarlo: es candidato a presidente de los Estados Unidos y por eso esta elección es tan importante. Con algunas diferencias, pero es como si estuviéramos viendo a Adolf Hitler de candidato en la Alemania de los años 30. El destino del mundo se juega el 8 de noviembre.

 

¿Por qué nos debe importar esto en México?

Y por si eso no fuera suficiente, hay que preguntarnos una última cosa. A muchos podrá no valerles gorro lo que suceda en el gringo, pero la verdad es que sí debe ser un motivo de preocupación. Si el argumento del fin del mundo no es suficiente, aquí cuatro puntos para explicar qué nos espera el próximo año.

1) Estados Unidos es nuestro principal socio comercial. Si la elección la gana Donald Trump, es posible que la economía mexicana se vaya al traste. Si gana Hillary Clinton, como parece que sucederá, las cosas igual podrán ser malas para México, pero ni de cerca tan malas como con Trump.

2) Esto porque, por un lado, Trump quiere salirse del Tratado de Libre Comercio (TLC), el principal tratado comercial entre Canadá, Estados Unidos y México, y Clinton quiere modificarlo. Aunque no parezca, México se beneficia mucho de este tratado. En caso de renegociarse, nos podría ir peor en los próximos años. Nuestra economía está tan atada a la estadounidense que cualquier cambio puede generar problemas.

3) Porque no sólo es la economía. Si gana Trump, a los mexicanos nos van a tratar todavía peor en Estados Unidos. A pesar de que Barack Obama sea uno de los mejores presidentes que haya tenido el gringo, con Obama ha habido cifras récord de deportaciones de migrantes. De ganar Trump, deportarían a todavía más compatriotas.

4) Si gana Clinton, las cosas tampoco van a estar padres. En primera, porque la política de Clinton sería similar a la de Obama, y muchos paisanos regresarán deportados si se continúa bajo el mismo esquema. Y, en segunda, porque el gobierno actual y la campaña de Clinton siguen enojados con Enrique Peña Nieto. Esto en gran medida porque su gobierno fue el único país que tuvo la brillante idea de invitar a Donald Trump en visita oficial. Semanas antes de que Trump viniera a México su campaña parecía ir perdiendo fuerza, pero la visita a los Pinos lo revivió e incluso hizo que en algún momento pareciera que podía ganar la elección. Nuestro gobierno se prestó a su juego y salió humillado. Peña Nieto no sólo se echó encima a la mayoría del país, también se echó encima al gobierno más poderoso del mundo.

 

Ésa es la elección de Estados Unidos. Un sistema complicadísimo en el que no siempre gana el que obtenga más votos. Este año la disputan un hombre que podría hacer un daño irreversible al mundo entero, y la primera candidata mujer en la historia de uno de los dos partidos más grandes de allá. En México tendremos que estar muy atentos: gran parte de nuestro futuro se juega en una elección en la que ni podemos votar.

 

Esteban Illades
Twitter: @esteban_is
Facebook: /illadesesteban

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