Por Esteban Illades

El terremoto devastador de hace unos días hizo que muchos mexicanos se pusieran las pilas y ayudaran a los habitantes de Oaxaca y Chiapas, donde el temblor de magnitud de 8.1 destrozó todo a su paso. En menos de 12 horas ya había centros de acopio levantados en distintas partes no sólo en estos dos estados, sino en la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey también.

Rápido se vio a un país solidario, dispuesto a ayudar a una población que, aparte de ser la más afectada por el peor sismo en 100 años, ha sido constantemente golpeada por vivir en dos de las entidades más pobres de todo México.

Hasta que se involucraron los políticos.

Algunos, como los del gobierno de Oaxaca, lo tenían que hacer. Otros tal vez, tal vez, lo hicieron de buena voluntad (aunque todavía queda duda si esto en verdad sucedió). Pero después llegaron los oportunistas.

Como los senadores de la República, que con toda la caradura del mundo aportaron una cuenta bancaria para la causa. Es decir, no donaron, no ayudaron. Sólo abrieron una cuenta de banco para que los mexicanos, quienes pagan el dinero que ellos ganan, dieran todavía más.

Y no sólo eso: varios de ellos mostraron el cobre la última semana –una vez más– al ser descubiertos emplacando sus coches en el estado de Morelos para no pagar tenencia… un impuesto. Entiéndase: dinero que los gobiernos requieren para poder hacer cosas como… enfrentar emergencias.

(Y sí, la tenencia es un impuesto local, pero el punto es igual de válido: si no se pagan impuestos los gobiernos no tienen dinero, y que los propios legisladores eviten pagarlos muestra el estado actual de las cosas.)

A eso hay que sumarle que, a pesar de que el INAI (Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales) les dio un reconocimiento al Senado por ser un ente transparente –tal cual–, muchos de ellos no comprueban sus gastos, al grado de que la Auditoría Superior de la Federación, año con año, dice que no puede ni saber si el dinero se usa bien o mal en el Congreso porque ni documentos hay de cómo se gastó.

Sismo Oaxaca
Sismo Oaxaca

Ya parece que uno va a querer donar, entonces, a una cuenta cuasianónima cuyo dinero pasará por el Senado par después llegar a quién sabe dónde, todo sin siquiera documento alguno de comprobación para la persona que de buena fe pensó que los senadores iban a hacer buen uso del dinero que les dio.

Luego aparecieron los funcionarios federales, como Rosario Robles, actual titular de Sedatu, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano. Robles, que antes de esto se desempeñaba como secretaria de Desarrollo Social, hizo su aparición en Oaxaca dos días después del temblor. Y lo hizo con este mensaje:

Dijo, literalmente, que tenía la orden del presidente de reconstruir el Istmo. No dijo que iba a hacer el trabajo que, como funcionaria, tenía que hacer. Dijo que el presidente se lo había ordenado. Como si en México las cosas sólo sucedieran por voluntad de un máximo líder.

Pero eso no fue lo grave. Robles fue a hablar bien del presidente y a placearse a Oaxaca cuando, días antes, una investigación de Animal Político y Mexicanos Contra la Corrupción demostró que bajo su mandato, la Sedesol desapareció miles de millones de pesos destinados a ayudar a las personas más pobres del país. En concreto lo hizo a través de la Cruzada Nacional Contra el Hambre, el programa que el gobierno creó hace cuatro años para dar de comer a las personas que no tienen suficientes recursos para tener una buena alimentación.

En total, según la investigación, tan sólo en un año, la Sedesol bajo Robles defraudó al erario por más de dos mil doscientos millones de pesos.

A diferencia del Senado, Robles no pidió que le donaran dinero. Pero sí fue la cara del gobierno durante estos días en Oaxaca. Y, sin duda, sirvió para desincentivar esfuerzos, todo lo contrario a lo que debería de hacer: difícil donar si se sabe que la persona que lidera esfuerzos es la responsable de una dependencia que lucró con el dinero destinado a ayudar a la población más pobre del país.

Con ello se vuelve imposible dudar que el dinero y las despensas, a través de cualquier organismo gubernamental, en verdad sea entregado a quien lo necesita. Después de demostrarse que varios funcionarios federales, sistemáticamente, desaparecieron recursos, pocas personas podrán o querrán dar de su dinero –a través del gobierno– con la seguridad de que lo que dé llegue a donde debe.

Cosa horrible, si se detiene uno a pensarlo. No saber si la ayuda que se le quiere a quien lo necesita en verdad va a llegar porque el gobierno se la puede robar.

(Pero eso no quita que sea necesario donar, ni debe impedirlo. Mejor hacerlo a través de una ONG que garantice que los recursos lleguen a donde necesitan y que aparte compruebe que así sucedió. Aquí hay dos muy buenas opciones.)

Y, ya por último, llegó la primera dama, Angélica Rivera. En un video de dos minutos, difundido a través de la cuenta del vocero de presidencia, Rivera aparece en cámara lenta, con fondo musicalizado, hablando a gente que participa en la colecta de víveres para los sobrevivientes del temblor.

El video, que más bien parece anuncio, no tiene motivo de ser, y peor, al igual que con Robles, abona a la desconfianza que muchos tienen del gobierno federal. Esto, por dos motivos. El primero, por la imagen que se tiene de Rivera. Su última gran aparición en redes fue esa vez que regañó a los mexicanos por cuestionar que había recibido una casa a precio preferencial de un contratista gubernamental. Después de que hace años nos regañó por dudar sobre cómo había obtenido una casa de millones de pesos, ahora se muestra magnánima, organizando los donativos de alguien más.

Y el segundo, más indignante aún, es que el video tiene todo el aire de un spot estilo los que ahora circulan por el Quinto Informe de Gobierno –aunque ni de lejos tan malos como los que acaba de grabar Miguel Ángel Mancera, pero eso, como decía la Nana Goya, es otra historia–. Un spot, claro está, pagado con recursos federales, que, vale la pena recordar, han sido canalizados en exceso a la comunicación social.

Según un estudio de la ONG Fundar, bajo la administración de Peña Nieto el gobierno ha gastado 71% más de lo aprobado en el presupuesto, cifra que ya de por sí es alta. En total se han ido más de 36 mil millones de pesos en anuncios y propaganda, como el video de Rivera y las despensas.

En ésas estamos. En una situación en la que los más –y perdonen el vocabulario, sopilectores– jodidos, como el hombre que vivía en un cuarto –cuarto– con esposa, madre y hermanos ahora no tienen nada, ni cuarto, mientras que los recursos van a dar a los bolsillos de quien hace los anuncios, de quien finge pasar las leyes y de quien se lo queda en el camino porque no tiene ni una fibra de humanidad en su cuerpo.

Estamos en una situación en la que los senadores abren una cuenta bancaria para, en una de ésas, dar dinero a quien lo necesita, y en caso de hacerlo, hacerlo a nombre propio. En una situación en la que una secretaria federal que va a hablarles a personas que no tienen casa, ni cuarto, sobre cómo su líder magnánimo le ordenó ayudarlos. Una situación en la que esta secretaria supervisó, en su encargo anterior, una dependencia en la que el dinero dirigido a los más pobres se esfumó. Una situación en la que una presidencia presume que hace algo, cuando en realidad se gasta gran parte del dinero en decir que está haciendo algo, no haciéndolo en verdad.

La mayor devastación que ha ocurrido en muchos años en México la podrá haber causado un terremoto. Pero, sin duda alguna, la hizo mucho peor nuestra clase política.

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Esteban Illades

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