Por Esteban Illades

La semana pasada, como platicábamos en este espacio, transcurrieron tres días de gran importancia para el futuro de Estados Unidos. Primero fueron los “caucuses” de Iowa, la primera elección interna del partido demócrata en el ciclo electoral para determinar quién será su candidato frente a Donald Trump en noviembre. Luego fue el “State of the Union”, o el informe de gobierno de Trump. Y, por último, concluyó el juicio político –el impeachment– del presidente estadunidense.

En el informe presidencial de Trump no hubo sorpresa alguna. Habló de cómo su gobierno construye un gran muro en la frontera con nuestro país; también felicitó a la actual administración mexicana por cómo está llevando la política migratoria –entiéndase, deteniendo migrantes a diestra y siniestra–. Concluyó con lo que será el tema de su campaña: la economía va muy bien, y si quieren elegir a Bernie Sanders y mandar todo al traste, pues allá ustedes. Las cosas funcionan y para qué cambiarlas.

Demócratas Estados Unidos
Foto: Win McNamee/Getty Images

Con la conclusión del juicio político también sucedió lo esperado: los republicanos se ataron a Donald Trump y decidieron que se van a convertir en su partido pase lo que pase. Esto quiere decir que lo defenderán a capa y espada, al grado de que incluso quizás apoyen, como ya sugieren algunas encuestas, a alguno de sus hijos en la elección presidencial de 2024.

La apuesta era previsible: el partido republicano ya no representa nada. Después de los ocho años de Barack Obama en la Casa Blanca pudieron reconstruirse como una alternativa; como la promesa de, no sé, algo. Todo lo contrario. Mientras Obama gobernaba sólo se dedicaron a bloquear todas sus propuestas. Mitch McConnell, el líder del partido en el Senado, llegó a decir que su misión era evitar la reelección de Obama y nada más.

Entonces, cuando llegó Trump encontraron el vehículo perfecto. Él les podía dar la plataforma, ellos le podían dar su apoyo en el Congreso. Al traste con los ideales que alguna vez tuvieron: se entregaron por completo a Trump al grado de que durante el impeachment en lugar de preocuparse por cumplir con su deber como senadores cumplieron su deber como paleros presidenciales. Ignoraron su mandato constitucional.

Así será el proceso de impeachment contra Donald Trump

Eso no quiere decir que los demócratas estén mucho mejor parados rumbo a la elección de noviembre. Al contrario, como demostraron los caucuses –cuyo resultado sigue, increíblemente, en disputa una semana después–, los demócratas siguen sin entender a qué juegan. Y eso que llevan casi cuatro años de oposición.

Por un lado están los “moderados”, que representan más de lo mismo en la cultura política estadunidense: ahí aparecen Joe Biden o Pete Buttigieg, el Ricardo Anaya del país vecino. No tienen posiciones claras, su única idea es vencer a Donald Trump, y, de ser electos, no se enfrentarán a ninguno de los grandes problemas que aquejan a Estados Unidos. Serían un regreso a lo que repudiaron en masa los gringos en 2016. La única manera en que podrían ganar sería si machacaran el mensaje de que Trump es malo para el país y para el mundo, pero eso es harto difícil cuando la economía, el principal barómetro electoral en EEUU, funciona bien.

Por el otro están los que allá se consideran “radicales”. Elizabeth Warren y Bernie Sanders son políticos que sin ningún problema podrían ser considerados de izquierda más o menos moderada en América Latina. No están cerca de convertirse en Hugo Chávez, vaya, ni en los Kirchner de Argentina. Pero para la sociedad tan de derecha de Estados Unidos, que alguno de ellos gane, sería equivalente a que la Unión Soviética hubiera vencido en la Guerra Fría.

Bernie-Sanders-legalización-marihuana
Foto: Getty Images.

A pesar del miedo que le inspira una candidatura como la de Sanders al estadunidense promedio –no por nada el grito de campaña de Trump ya es que el socialismo destruirá al país–, el senador de Vermont va a la cabeza, y por bastante, en las encuestas demócratas. Para llevarse la candidatura necesita 1,990 de los 3,979 delegados en juego. Esto lo consigue ganando no el voto popular, como sucede en otros países, sino ganando estados clave. Gana la elección del estado y obtiene una cantidad determinada de delegados. Suma los 1,990 y con ello es candidato.

De hacerse con la cantidad de delegados necesaria antes de la convención demócrata, que se celebra a mediados de julio en Milwaukee, nada podrá hacer el partido para evitar que el senador se quede con la candidatura. O eso parece.

Porque he ahí la cuestión: los demócratas están atorados en el tema de Sanders. En 2016, cuando él no quedó como candidato –después de que el partido echó su peso atrás de Hillary Clinton–, los sanderistas, como varios de ellos se autodenominan, optaron por no apoyar a la candidata. Algunos se fueron con Trump, otros con candidatos independientes y otros simplemente no votaron.

En 2020 podría suceder lo mismo si Sanders no es el abanderado del partido, lo cual entregaría, una vez más, la presidencia a Trump. 

Y es que si algo necesitan los demócratas para ganar la presidencia es aumento en la participación electoral. Cuando Trump ganó hace cuatro años lo hizo con una participación baja; cuando Obama ganó por primera y segunda vez lo hizo con números muy altos, en particular de comunidades afroestadunidenses y latinas. Necesitan que ellos salgan a votar, cosa que no parece suceder con ninguno de los precandidatos, pues ninguno inspira lo que les inspiró Obama en 2008.

Si Sanders se acercara a ganar la nominación, el establishment demócrata bien le podría poner el pie. Podría mover las reglas, podría mover los apoyos, para que otro candidato –Mike Bloomberg, exalcalde de Nueva York y multimillonario, probablemente– se quedara con la candidatura. Si aun así Sanders alcanzara el número mágico, el partido bien podría quedarse en casa y permitir una victoria de Trump. Porque a los estadunidenses –demócratas incluidos– les aterra mucho más que alguien que se autodenomine “socialista”, así sea light, llegue a la Casa Blanca a que lo haga alguien como Trump. No por nada Estados Unidos se precia de ser la nación más capitalista del mundo; mejor alguien que los deje en paz, así encarcele migrantes y haga todo tipo de ilegalidades, a alguien que les expropie sus casas. Cosa que jamás sucedería, pero nada como el miedo para influir en el resultado de una elección.

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Esteban Illades

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