Por Esteban Illades

Este fin de semana hubo un contraste bastante notorio entre México y el resto del mundo. En sus tradicionales giras por el país, el presidente se refirió a las energías renovables como “sofismas”. No está de más recordar qué quiere decir la palabra, que seguro tendrá a bien repetir en sus siguientes intervenciones frente a medios o en sus próximos eventos: “sofisma”, según el diccionario, es una “razón o argumento falso con apariencia de verdad”.

Al mismo tiempo que el concepto tomaba tracción en la prensa y en las redes, la Agencia Internacional de Energía dio a conocer un nuevo hito en términos de renovables: por primera vez en la historia, la energía solar es la energía más barata; es decir, si uno quiere construir una planta de energía –solar, de carbón, hidroeléctrica y todo ese largo etcétera– lo mejor en términos de inversión será una planta solar.

En Coahuila, mientras tanto, el presidente decía que lo mejor para el país era el carbón y que su gobierno se va a encargar de comprar más, y no sólo eso, también le va a meter –como ha dicho desde el día uno– todo el dinero que pueda al petróleo.

No se necesita ser científico para entender cuál es el verdadero sofisma: el mexicano. Porque si bien es cierto que en Coahuila hay una región carbonífera importante de la cual depende parte de la población nacional, y que la infraestructura de Pemex ya está construida, la realidad es que ambas opciones saldrán mucho más caras a la larga. No sólo porque la infraestructura de Pemex está derruida, o porque el carbón tiene efectos tanto en el medio ambiente como en la salud de las comunidades mineras, sino porque el mundo entero se está mudando hacia las renovables. O por lo menos a las cero emisiones netas.

(A la larga saldría más barato subsidiar a los mineros para que dejaran el carbón; también invertir en capacitación para temas solares, pero como eso no lleva a votos inmediatos o levanta un sexenio…)

energías renovables
Foto: Pixabay

Hasta China, para quienes al leer esto seguramente dirán “pero los países más grandes siguen contaminando, eh. México también tiene derecho a contaminar como le guste porque es país en vías de desarrollo”. Y sí, las superpotencias contaminan. Y contaminan más, claro. 

Pero hasta ellos se están dando cuenta del desastre venidero. Incluso Joe Biden, que no comulga con el “Green New Deal” que promueve Alexandria Ocasio-Cortez y que es bastante conservador, ha dicho en días recientes que la transición hacia las renovables es necesaria.

Sólo Donald Trump y nuestro presidente –con quien tan bien congenia– van en dirección opuesta. Y claro, como son hombres en la última etapa de sus vidas, no están mayormente preocupados por lo que vaya a ocurrir en 20, 30, 40 o 50 años. Ya no se diga en 100, cuando el planeta enfrente –en serio– las catástrofes derivadas del calentamiento global.

Al primero porque lo único que le interesa es el negocio rápido y favorecer a las compañías que lo puedan favorecer a él también –la semana pasada, por ejemplo, habló de una conversación hipotética con los líderes de Exxon en la que podría proponer recibir donativos a su campaña a cambio de ayuda a la petrolera trasnacional–. 

Al segundo porque tiene bien implantado el chip de que el petróleo es la solución a todos los problemas mexicanos. Petróleo, petróleo, petróleo. Porque así lo educaron y así se va a quedar.

Y ese discurso sólo va a ser más necio y anacrónico conforme avance el tiempo. El fin de semana, el presidente aprovechó para pelearse directamente con una compañía española de energía, la cual ya dijo que mientras no vea claro no va a invertir un peso más en México. Aprovechó también para aventarle pleito a un grupo de congresistas estadunidenses. Todo porque hace unos días le enviaron una carta a Donald Trump para pedirle que intercediera frente a nuestro gobierno porque nos estábamos pasando el nuevo tratado de libre comercio por el arco del triunfo. 

(Y los congresistas tienen razón; contrario a lo que piensa nuestro gobierno, el de la energía es un tema fundamental en el T-Mec.)

¿Cómo terminará esto?

En resumidas cuentas, mal. Primero, porque Pemex es un hoyo negro que no puede rescatarse. Segundo, porque el carbón trae más daños que beneficios. Tercero, porque se está ahuyentando a la inversión extranjera. Cuarto, porque México tiene muchos recursos renovables que no quiere aprovechar. Quinto, porque la imagen del país queda peor ante Estados Unidos y Europa. Pero más importante, sexto, porque el daño ambiental que le va a hacer a México este gobierno, y que contribuirá al daño mundial también, será irreversible.

“Pero es que estás en la Roma-Condesa; habla de esto desde donde realmente impacta”. Pues impacta en el mundo entero. El daño de apostarle todo a los fósiles nos va a llevar parejitos al matadero.

Todo porque alguien vive convencido de que los pozos petroleros son las habichuelas mágicas del país.

******

Esteban Illades

Facebook: /illadesesteban

Twitter: @esteban_is

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios

Comenta con tu cuenta de Facebook