Por Cristóbal Álvarez Palomar

Vivimos en un mundo acelerado. Lo que antes tomaba meses, ahora puede ser resuelto en cuestión de minutos, y lo que solía llevar poco rato, se consigue ahora de manera inmediata. Lo queremos todo aquí y lo queremos ahora. Lo opuesto, relacionado con la lentitud, el descanso y la previsión, adquiere una ineludible connotación negativa. Este fenómeno de híper aceleración se extiende a todas las esferas de la vida: las telecomunicaciones, el arte, el entretenimiento, la comida y, naturalmente, también se ha apoderado de la política.

En otra época, la construcción de una política de masas tomaba meses o años, si no es que décadas. Ahora, existen mecanismos que permiten que la comunicación de los poderes se torne masiva de manera instantánea, modelando la opinión pública a través de la repetición de ciertos mensajes y fabricando una realidad artificial a su merced. Las conversaciones deliberadamente tumultuosas y arremolinadas en redes sociales son solamente uno de los muchos ejemplos de ello: recordemos el escándalo de Cambridge Analytica, la difusión de noticias falsas para las campañas de Donald Trump o Jair Bolsonaro, o la manipulación digital del proceso electoral de nuestro país en 2012. Este método propagandístico perfeccionado por Breitbart y Fox News, orilla a las fuerzas políticas a la ultra-simplificación y la repetición de su mensaje a gran escala, pues sólo así pueden mantenerse presentes en la conversación pública. De esta forma, se vuelve difícil posicionar un discurso con más sustancia que requiera de argumentación, profundización e interlocución.

Tal para cual: 'Brasil y EUA nunca han estado más cerca', dice Trump a Bolsonaro
Foto: Getty Images.

Hay otros ámbitos en los cuales se expresa este fenómeno, al que podemos llamar la política de la inmediatez. Consiste en hacer política atendiendo solamente a lo más próximo y con miras al corto plazo. En Jalisco, nuestro gobierno contrae deudas millonarias –aún cuando se nos dijo que esto no ocurriría– para atender proyectos que sólo solucionan problemas inmediatos, pero que no resuelven las condiciones estructurales y complejas que aquejan a su población. El foco está puesto en lo más cercano, lo visible y lo urgente, mientras que las problemáticas de fondo–verdaderas causantes de la mayor parte de los desafíos en nuestro país– pasan a un segundo plano.

Atender primordial o exclusivamente lo urgente y lo viral es hacer política de la inmediatez. Es parchar agujeros de un tejido que se debilita cada vez más y que amenaza con desgarrarse irremediablemente. Política de la inmediatez es pretender solucionar la inseguridad llenando nuestras calles de soldados, mientras que aquello que nos garantiza la posibilidad de futuro se debilita paulatinamente. Se van desestructurando las responsabilidades del Estado y nos quedamos a nuestras expensas en temas fundamentales que quedan olvidados por no cumplir con el parámetro de la inmediatez, tales como las pensiones, el sistema de salud y el cuidado del medio ambiente.

La cancelación de una posibilidad de futuro es el principal riesgo de la política de la inmediatez. Un enfoque exclusivo en el cortísimo plazo impide imaginar horizontes y, mucho menos, construirlos entre todos. Así, la sociedad contemporánea navega en la incertidumbre, incapaz de concertar un rumbo fijo. La arena política se convierte en poco más que un espectáculo mediático de pugnas y luchas que se extinguen en cuestión de días –incluso horas–, difuminando la relevancia de los largos procesos políticos que son los que pueden construir una realidad diferente.

Además de negar el futuro, la política de la inmediatez se dedica a reproducir el statu quo porque, al eliminar los mínimos necesarios para trascender el acontecer cotidiano, se inhibe la posibilidad de que este futuro sea distinto. Sucede, también, que la política de la inmediatez excluye de la participación a los grupos subalternos porque éstos ven condiciones más adversas para el involucramiento y así, manteniéndolos alejados de la toma de decisiones de la comunidad, se agrava la situación de desigualdad que en nuestro país, de por sí, es delicadísima.  

inmediatez
Imagen: Shutterstock

Para combatir la política de la inmediatez se requiere la labor titánica de articular una acción política que no sólo se dedique a reaccionar ante la coyuntura, sino que construya posibilidades distintas. Frente a lo inmediato, promovamos la política de la parsimonia –proveniente del latín parcere, que significa ahorrar–, una que no atienda exclusivamente lo próximo y que comience a dibujar el horizonte en la conversación pública. Hablemos de salarios, ahorros, cambio climático y pensiones; todas esas cosas que nos darán certidumbre en un mundo que ha puesto nuestro futuro en duda.

Hablar de política de la parsimonia es trabajar por construir, más allá del futuro, un presente distinto que no reproduzca las condiciones existentes. Dado que implica detenernos a imaginar futuros posibles, requiere anular –o por lo menos combatir– la situación de híper aceleración que viven nuestras sociedades. Necesitamos propiciar espacios y momentos de descanso, esparcimiento, desconexión y creatividad.

La política de la parsimonia sólo existirá en la medida que imaginemos un futuro, lo diseñemos y luego trabajemos por realizarlo. Además, este proceso de construcción de futuro deberá hacerse de la mano de todas las personas, articulando una acción política puesta a su servicio y a sus luchas propias.  En la medida en la que hagamos esto, un futuro distinto y para todos será posible.

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Cristóbal Álvarez Palomar es un tapatío de 20 años, estudiante de Gestión Pública. Hace música, política estudiantil y es coordinador de programa y análisis en Futuro Jalisco.

Twitter: @Cristobal_AP_

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