Por Cristóbal Álvarez Palomar y Javier Medina

Octavio Paz, en su obra El Laberinto de la Soledad, escribía sobre quienes nacimos en México, sobre nuestra idiosincrasia, sobre cómo somos y aquellas cosas que nos mueven dentro de nuestra realidad política y social. Señalaba que “La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria, nos conmueve la entereza ante la adversidad”. En México, su cultura y su población son tan diversas que cuesta definirles con pocas palabras, pero en alguna de ellas seguramente estaría la solidaridad; ésa que se presenta ante los momentos complicados, por ejemplo, cuando la tierra se sacudió en los temblores de de 1985 y en 2017, o en las explosiones tapatías de 1992. 

Este espíritu de solidaridad se materializa en una pluralidad de voces críticas, constructivas y potentes. Unas que han retumbado y otras que han sido silenciadas, pero todas orientadas a la transformación de la realidad de nuestras comunidades.

Bajo esas voces hay enojo, hambre, sueños, anhelos, esperanza y, en ocasiones, todo junto.   

Sucede que los gobiernos no han sido responsables a este ímpetu de solidaridad y a las voces que engendra. Algunas veces por torpeza y en otras por mezquindad, es común que el Estado esté desvinculado con las comunidades y que la opinión de las personas acerca de sus representantes es que éstos acudieron a pedirles el voto, prometieron cosas y nunca volvieron. El problema con este fenómeno es que impide tomar en cuenta que la democracia no se limita a la emisión del voto, sino que debe contemplar una política que se hace también fuera de los procesos electorales, en la disputa por el sentido común. Requerimos concebir la política como una actividad sincera, sensata, con compromiso social y que funcione más allá de los procesos electorales, en la que sea la movilización social la que impulse la transformación política.

juventud y democracia
Imagen: Shutterstock

En México hay gobiernos, desde siempre, que no responden de buena forma a las demandas sociales; sin embargo, a ello se le suman las condiciones de inseguridad que de manera generalizada vive nuestro país y en donde levantar la voz es un riesgo. Es sabida la existencia de ninguneadas pero importantísimas luchas sociales que encuentran importantes puntos de coincidencia en la exigencia por la justicia y un Estado de Derecho pleno; por ejemplo, las emanadas por la inseguridad y los feminicidios en Chihuahua, la corrupción que desencadenó en una tragedia en la guardería ABC, el Movimiento #YoSoy132, la forma de resistencia y organización que surgió en Cherán, el movimiento por el caso Ayotzinapa y, en el caso de Jalisco, la lucha que han emprendido familiares de desaparecidas y desaparecidos o la defensa de las comunidades de Temacapulín, Acasico y Palmarejo, solo por mencionar algunos casos. 

Nada es más sano para una democracia que las movilizaciones sociales que persiguen objetivos compatibles con el marco de los derechos humanos, el fortalecimiento comunitario y la colectivización de la toma de decisiones.

Deberían existir puentes que faciliten la construcción de acuerdos; en oposición a la hostilidad que ha caracterizado la relación entre el Estado mexicano y la sociedad civil. Transitar de una toma de decisiones planteada no desde la jerarquía, sino desde la participación ciudadana

Pensemos en construir espacios políticos que abracen y arropen las luchas sociales. En donde impulsoras e impulsores de los movimientos puedan alcanzar espacios de representación y participación efectiva. Reimaginar la relación entre la política institucional y la movilización social es fundamental para que ambos espacios dejen de ser antagónicos. Se requiere que los partidos políticos tomen acciones para legitimar su posibilidad de llevar una demanda social a la arena institucional sin tergiversar ni anular su esencia u objetivos. 

Requerimos de una democracia radical en donde la construcción común, las buenas prácticas y la innovación sean principios irrenunciables. Además, que sea posible trabajar desde abajo y reducir la crisis de representación que se vive actualmente.

Sacudir políticamente desde nuestras comunidades es indispensable para  disputar un futuro que ahora se ve incierto. 

Los partidos políticos fueron en algún punto concebidos como ese puente que permite a la sociedad civil incidir en la política institucional que mayores efectos tiene en las vidas de las personas. Ahora, vivimos en un contexto en el que eso no ocurre y los partidos son sólo una barrera más que tiene la gente para participar en la toma de las decisiones más relevantes para su comunidad. Reconstruir ese puente, esa carretera de dos vías, requiere restaurar la confianza en los partidos y los gobiernos. Democratizándolos, abriéndolos al escrutinio público; así como buscar la aparición de nuevos liderazgos alejados  de lo tradicional.

Recuperar la política pasa por reconstruir la percepción de que ésta es una herramienta útil para transformar la realidad de las personas; para lograrlo, es necesario que nos organicemos, que ocupemos espacios de toma de decisiones y que empujemos su apertura. Ese puente requiere que lo construyamos nosotros y nosotras.

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Cristóbal Álvarez Palomar es un tapatío de 20 años. Coordinador de la comisión de análisis y programa en Futuro Jalisco.

Twitter: @Cristobal_AP_

Javier Medina es abogado por profesión y ambientalista por convicción. Parte de la comisión de análisis y programa en Futuro Jalisco.

Twitter: @el_javiermp

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