Por José Ignacio Lanzagorta García

Trump acababa de pisar Los Pinos. De sus escándalos cotidianos, el que teníamos más fresquecito era el del plagio en su tesis de licenciatura. Su partido había sido el gran perdedor del enorme bloque de elecciones estatales de ese año. Pa’ colmo, el conservadurismo más ramplón del país le había declarado la guerra en su loable pero torpe –y acartonado- intento por ser un Presidente progresista. Supongo que Peña y su equipo más cercano pensarán que su llegada al Cuarto Informe de Gobierno habrá sido uno de los momentos más delicados de toda su administración –sobre todo ante su indolencia a las otras grandes crisis de corrupción, violencia y autoritarismo que han marcado este gobierno-. “No hay quinto malo”, dice el viejo apotegma taurino.  ¿Será?

Por lo pronto, vemos una rectificación. Mientras que el año pasado, en esta efervescencia de desaprobación y en su experimento por ser identificado con otros líderes carismáticos, Peña y su equipo llevaron un paso más allá su único –de verdad, el único- truco: simular que los inexistentes atributos personales de un líder se pueden sustituir con guiones, maquillaje y superproducciones. Tuvimos este “diálogo” con jóvenes en el formato “relajado” que en inglés llaman town hall. Lo recordamos: un desastre.

Este año no hay nada de eso. No habrá preguntas exasperantemente complacientes de militantes y comprometidos o incómodas de usuarios de redes sociales. No habrá margen para que un José Ramón Guardiola tome el micrófono y evidencie lo que todos sabemos: que todo es una coreografía, una simulación. No habrá amargos textos de denuncia como el de Paulina Bustos, quien llevaba preguntas que nunca fueron atendidas. No. Tendremos otra vez el vistoso e irrelevante evento en Palacio Nacional con la escenografía bonita, con los aplausos garantizados, con la presencia de todos los que, aún en estos tiempos, viven bajo el amparo de los presupuestos y de los arreglos y negociaciones políticos, publicitarios, comerciales. Se enumerarán todos esos “hechos” que no se cuentan, pero cuentan mucho. Se callarán, en cambio, todos esos que apenas pueden ser contados en los resquicios de la prensa no comprometida, en las redes sociales, en las calles y en las sobremesas.

Si hay alguna declaración o mención a alguno de los escándalos, sabemos que ésta será reivindicativa y sin posibilidad de interpelación. Tal vez haya alguna mención así sobre los gasolinazos que tanto afectaron los últimos resquicios de aprobación que le quedaban al gobierno. Es improbable que se hable de los reportes y denuncias de espionaje e intimidación a periodistas, activistas y empresarios que se le han hecho desde el New York Times. Tal vez no mencione que para su último año le restaría cumplir –es un decir– el 40% de los compromisos que alguna vez firmó. Y probablemente lo omita porque muchos son de infraestructuras y eso, por libre asociación, nos podría recordar socavones y funcionarios incapaces de asumir responsabilidad. A lo mejor abandonó el formato de town hall para podernos hablar de “corrupción” de una forma genérica, sin casos específicos, sin responsabilidades específicas; Lo mismo de violencia, por supuesto.

A diferencia de otros de sus más tradicionales correligionarios, parece que Enrique Peña Nieto aborrece el cinismo. Tal vez, en su incapacidad por responder sagazmente interpelaciones que no hayan pasado primero por un equipo encargado de chuparles toda sustancia vital, oportuna y relevante en ellas, el cinismo es un lujo que no puede darse. No puede convivir con la denuncia. Lo incomoda. No logra encararla como, en cambio, lo hacen tantos de su propio equipo, de su propio partido, de su propio gremio. Se inspira en personajes como Obama o Trudeau, cuando, dada la podredumbre de su administración, tal vez debiera encontrar en Trump ejemplos más viables de lidiar con la crítica, el disenso, la ridiculización o la simple interpelación fuera de guión. Sólo concibe, como todo buen autoritario, silenciarla, intimidarla, comprarla, ignorarla o disfrazarla, pero jamás afrontarla con cinismo… porque el cinismo alguna astucia requiere.

Así que, si el año pasado el Informe de Gobierno supuso una situación tan estresante para el Presidente, podemos anticipar que este año volverá a ser igual de irrelevante que sus tres primeros. Nos sepultará la tradición de que el Quinto, si bien puede ser o no malo, al menos siempre es intrigante, pues es otro de los grandes marcadores del año electoral y de despedida del presidente. La atención se irá, más bien, a lo que suele recibir poca atención: la glosa. En las semanas siguientes veremos a algunos de los presidenciales del gabinete de Peña desfilar por el congreso para atender cuestionamientos. Y todo esto en el contexto de un período de sesiones complicado entre nombramientos, elecciones y, como siempre, muchos pendientes.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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