El estreno de “El Hobbit”  es un pretexto perfecto para revisar la literatura de Tolkien, aquellos libros que son parte esencial de la literatura fantástica moderna en inglés y que gracias a sus adaptaciones al cine siguen ofreciendo nuevas interpretaciones.

Cuando de crear mundos se trata, las religiones nos han acostumbrados a una luminosa palabra, la palabra que crea y aquello que crea es la parte por el todo. La luz es todo lo luminoso, la tierra es todo aquello que pisas y las criaturas son todas menos el hombre. Las escrituras sagradas no son detallistas con el inicio. No tendrían que serlo, los conceptos sagrados son interesantes porque tienen una cara simple y un transfondo inconmensurable: los estudiosos han logrado extraer sendos tratados sobre una pequeña alegoría, sobre un plano misterio.

Tolkien conocía bien las religiones y conocía bien la palabra. Filólogo de profesión, acérrimo católico, antiestalinista, antinazi, el hombre que creó la Tierra Media sí era detallista y cuando se inventó un mundo se aseguró de darle un inicio, un lenguaje, un linaje, una guerra. De los muchos escritos de Tolkien la crítica (y la gente) ha rescatado principalmente The Hobbit, The Lord of the Rings y The Silmarillion. Obras que son un mundo, literalmente.

Tolkien no terminó el Sirmarillion pero fue publicado póstumamente por su hijo y Guy Gavriel Kay (el peor crítico de Tolkien el primero, un prolífico escritor de fantasía el segundo). El libro describe la tierra conocida como Eä que significa “el mundo que es” y cuyo nombre nos recuerda también el significado de Yahveh: “yo soy el que soy”. Esta tautología no es gratuita, revela una existencia que se afirma y continúa indefinidamente, una existencia además activa. Eä, en su nombre, se presenta así también, como una presencia cuya existencia (como la de cualquier mundo) se basta y justifica en sí misma.

El libro está dividido en cinco partes (un verdadero Pentateuco) en donde, aparte de la creación de Eä se relata, por ejemplo, la trágica historia de amor entre Beren (el guerrero mortal) y Lúthien (la más hermosa hija de Ilúvatar- cuyo nombre hizo Tolkien grabar en la tumba de su esposa Edith-). Ilúvatar (el padre de todo) creó primero a los bellos Ainur, espíritus perenes, para que tocaran la música celestial que debía durar siempre, pero el más poderoso de todos, Melkor, decidió tocar otra melodía y otros se le unieron creando la primer discordancia.

Melkor, como Satán, es un ángel caído que al principio del tiempo introdujo un factor necesario: la soberbia de la discordancia. Melkor terminará por seducir a muchos, entre ellos al señor oscuro, al “ojo en la torre”: Sauron.

The Lord of the Rings bien podría llamarse también “La guerra del anillo”. Esta es la historia más conocida de Tolkien gracias a la excelente adopción de Peter Jackson al cine y cuenta el resurgimiento de Sauron que busca el anillo único, “un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”, (la traducción es de Gandalf). Los ejércitos de la Tierra Media se levantarán otra vez, algunos del lado de Sauron otros del lado de la nueva alianza entre elfos y hombres.

Muchos son los momentos y personajes entrañables de esta historia pero definitvamente sobresalen Golum y Frodo, el primero, el que encarna la corrupción del anillo, la necesidad de aquello misterioso que es el poder, y precisamente la metáfora del poder y el anillo en Golum es fascinante porque él nunca ejerce el poder, pero lo tiene (dado que tiene el anillo), revelando que la adicción al poder radica en su posesión y no en sus efectos.

Por otro lado está Frodo, el pequeño, el invisible, que sin embargo carga en sus hombros el destino de todos. Su valentía, su lucha interna demostró una de las principales tesis de Tolkien: los pequeños pueden librar grandes peleas. Frodo también se vio tentado por el anillo y al final no le fue posible desprenderse de él, la adicción por el poder es muy poderosa. Tuvo que ser la casualidad, un momento circunstancial, lo que logrará destruir el anillo ahí en donde fue creado, el círculo se cierra y vuelve la paz.

Muchas interpretaciones de este libro se han hecho, incluso se le acusó (injustamente) a Tolkien de racista debido a la clara división de jerarquías entre las razas. Se ha hablado también de la relación entre la guerra del anillo y la Segunda Guerra Mundial: la sombra del Este se levanta ofendida (Alemania desde luego) y los pueblos se unen en contra de la esclavización que su sed de poder planea establecer en toda la tierra. Grandes y pequeños serán seducidos por una idea destructiva que promete un brillante futuro para sus adeptos (la ideología nazi, las promesas de Sauron) y al final de la lucha ocurre un cambio político y social: las potencias de Oeste han destruido al peligro del Este (Mordor).

Tolkien siempre estuvo en desacuerdo con estas interpretaciones a pesar de que el mismo vivió los horrores de la guerra (fue soldado durante la Primera Guerra Mundial) y nunca dejó de escribir sobre ellos.

Está también The Hobbit, cuya adaptación al cine está por estrenarse. En este librito Tolkien plasma una verdadera historia de aventuras y que antecede a la guerra del anillo. También aquí hay una fuerte crítica a la soberbia y a la posesión del poder. Los enanos, Gandalf y Bilbo se aventuran a la cueva de Smaug, el dragón que resguarda un tesoro gigantesco. Éste posee oro y joyas, otra vez, la posesión no es accidente sino fin.

The Hobbit es definitivamente una de las historias más entrañables de Tolkien, es un libro con una inteligente sencillez, la prosa es mucho más relajada que en The Lord of the Rings, pero no deja de ser un libro con profundos matices. Bilbo, igual que Frodo, pequeño y con una valentía que a los demás les cuesta ver, resultará el más inteligente, y ocurrirá también en esta historia el primer encuentro entre Bilbo y Golum, quien, en el juego de los acertijos pierde el preciado anillo, mencionado apenas en una líneas.

Pero no es detallista Tolkien por haber inventado tierras con linajes centenarios, o lenguas con diez declinaciones; Tolkien pone el detalle en la crítica de los afectos, en su descripción del poder. Esa sutil y mágica visión, es la que convierte a Tolkien en el padre de la fantasía moderna y en alguien que nos ha enseñado tanto cuando de crear mundos se trata.

Las ilustraciones son de Alan Lee uno de los más prolíficos ilustradores del mundo Tolkieniano.

Por: Luis Miguel Albarrán (@Perturbator).

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