Por Esteban Romero

Si algo he aprendido en mis pocos años de experiencia como lector es que la máxima “Nunca juzgues un libro por su portada” rara vez funciona en el caso específico de la literatura. Lo queramos o no, nuestro primer acercamiento a un texto, cuando recorremos las estanterías de alguna librería, se da precisamente con su cubierta; el autor, el título y la imagen que acompañan a éste despiertan un entramado de preconcepciones e intereses que terminarán por definir si vale la pena comprarlo. Éste fue mi caso con Literatura universal (Anagrama, 2017), última novela del rockero y escritor Sabino Méndez, cuyo título no es menos arriesgado que el texto que lo contiene. Méndez propone un juego al puro estilo de los grandes escritores latinoamericanos: narrar una historia mientras intercala, página por página, una cita de alguna obra de su catálogo de lecturas.

El texto, una autobiografía disfrazada de novela ficcional, gira en torno a la vida de Simón B. Saénz -anagrama del nombre del autor- y de sus dos amigos, Cárdenas y Valls, quienes se conocen en un colegio de curas en la España de los años setenta hacia el final de la dictadura franquista. A estos adolescentes los une el gusto por las drogas, el sexo y el rock and roll, pero si hay una afinidad que destaca por encima de todas las demás es el amor a los libros, la cual cruzará sus caminos una y otra vez a lo largo de la novela. Mientras los tres van creciendo y encontrando diferentes maneras de sobrevivir, Simón sufre una metamorfosis digna del cambio de década: pasa de ser el guitarrista de una banda de rock and roll -de imitación norteamericana- a convertirse en un estrafalario y solicitado DJ. A su vez, el personaje principal sufrirá, como toda estrella de rock promedio, constantes cambios de pareja, de situación económica y de estado de ánimo.

El tono del autor español posee una nostalgia afectada propia de quien, ya maduro, escribe recordando los momentos de una ideal juventud; entre sus páginas parece escucharse lo mejor de Los Trogloditas, David Bowie y el rock en español setentero. Lamentablemente, a pesar de que Mendéz tiene una capacidad narrativa notable, ésta se ve constantemente cortada por las citas que introduce, que no permiten adentrarse en la historia y que dan como resultado un collage de frases poco funcional; ni Homero ni Virgilio parecen venir mucho al caso cuando Sáenz cuenta sus primeros acercamientos al rock and roll o cuando algún personaje está consumiendo hachís. Por momentos, la prosa parece tener que adaptarse y subordinarse a las citas. Aun así, se puede comprender la intención del autor, ya que las citas tienen un empleo exclusivamente didáctico que resalta a un personaje que pasa a cada momento por crisis existenciales de las que solamente puede salir gracias a la literatura.

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Foto: Shutterstock

Otro elemento que no se puede dejar pasar de largo es el mal trato que Mendéz le da a los personajes femeninos que aparecen en Literatura universal. Las parejas de Simón son retratadas como objetos sin pensamiento que juegan únicamente un papel anecdótico e intrascendente. El protagonista seduce, juega y sufre por ellas, pero éstas jamás tienen un sentimiento propio o carácter desarrollado, la reflexión se reserva exclusivamente para Saénz.

Sin embargo, se pueden rescatar muchas cosas del libro de Sabino Méndez. Llama la atención la capacidad de su autor para moverse en dos mundos tan dispares -y tan similares a la vez- como la literatura y la música, para desplazarse entre el Ritmo del Garaje y Las mil y una noches.  Su tono carnavalesco así como el juego de las citas nos recuerdan que la literatura no solamente es seriedad, erudición y conocimiento, sino también entretenimiento, misterio o curiosidad. La literatura tiene una función comunicativa que Méndez invita a explorar. A fin de cuentas, un libro sólo es libro a partir de que se lee.

Anagrama

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