Por Roberto Vélez Grajales

Ha pasado más de un mes desde los temblores del 7 y 19 de septiembre, pero sus efectos siguen y seguirán presentes en la vida de la gente que los experimentó. En mi columna anterior argumenté sobre la necesidad de que el componente de alta desigualdad persistente en México, misma que se refleja en opciones reducidas de movilidad social, sea incorporado como parte del diseño e instrumentación de una política que busque, efectivamente, reducir los riesgos asociados a un fenómeno natural de este tipo. De lo anterior concluyo que, de no hacerlo, la brecha social de por sí existente se ampliará ante un choque como los dos recientemente sufridos. En ese sentido, vale la pena resaltar que una de las características particulares de los efectos del temblor del 19 de septiembre, la proporción que representan las mujeres entre los fallecidos en la Ciudad de México, ha puesto en el foco de atención de los analistas a una de las desigualdades más representativas, la de género. En ese sentido, el hecho de que haya una mayor proporción de mujeres entre las pérdidas humanas obliga a evaluar la posibilidad de que esto se trate de una manifestación de las condiciones de desventaja que enfrenta la población femenina. Derivado de lo anterior, la Red de Cuidados de México, misma a la que pertenezco, recientemente ha emitido un pronunciamiento, en el marco de los sucesos del 19 de septiembre, en el cual resalta tres problemáticas a atender: la división sexual del trabajo, la ausencia de un sistema de cuidados, y la precariedad laboral y falta de protección social que enfrentan muchas mujeres.

Foto: Jessica Espinoza | Notimex

¿En qué contexto se da esto? Uno de los espacios en el que se manifiesta la desigualdad por género es la referente a la participación laboral femenina. En México, aunque ésta se ha incrementado en los últimos años, sigue siendo baja y muy distinta a la de los hombres. Como reporta David Kaplan en una columna reciente, en México la brecha de participación por género es de 33 puntos porcentuales (78% vs. 45%), mientras que en el caso del promedio de los países de la OCDE, la misma es de un poco menos de la mitad de la observada en nuestro país (75% vs. 59%). Sobre las causas de esa diferencia, el propio Kaplan argumenta sobre la existencia de una falta de oportunidades laborales para las mujeres, además de la inhibición en la búsqueda de trabajo debido a la inexistencia de una red de cuidados para sus hijos (y habría que agregar, de otros miembros de la familia que también requieren de ellos). En cuanto a sus potenciales efectos, el CEEY reporta una diferencia por género en términos de opciones de movilidad social: las mujeres con condiciones de desventaja de origen socioeconómico participan menos en el mercado laboral y obtienen menores logros de vida que los hombres con origen similar; y además, aunque aquéllas con origen más aventajado se insertan en mayor proporción en el mercado laboral, participan menos que sus pares hombres, arrojando también como resultado una realización de vida de menor alcance.

Sobre el tema particular de una de las causas que limitan la participación y avance laboral de las mujeres, la inexistencia de una economía del cuidado, en el Informe sobre Desarrollo Humano México 2016: desigualdad y movilidad, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) plantea la necesidad de establecer un esquema integral de política social y laboral que genere este tipo de espacios, así como un diseño de licencias de paternidad-maternidad neutrales al género. Sin embargo, más allá de la necesidad de igualar condiciones para que las mujeres se encuentren en posibilidades de insertarse en el mercado laboral, quedaría todavía pendiente la necesidad de que dicha inserción se dé en condiciones de calidad de empleo igualmente similares a las de los hombres. En conclusión, más allá de la necesidad de confirmar empíricamente las hipótesis aquí planteadas como posibles explicaciones del mayor número de muertes de mujeres en la Ciudad de México como consecuencia del temblor del 19 de septiembre, se puede argumentar, como lo hacen Patricio Solís y Alejandra Donají en una primera aproximación empírica sobre este suceso, que en un contexto de desigualdad por género como el mexicano es posible “suponer que grupos sociales específicos como las mujeres son más vulnerables ante los desastres”.

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Roberto Vélez Grajales es Director Ejecutivo del CEEY.

Twitter: @robertovelezg

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