Por Olympia Ramírez Olivárez

De las diferentes interrogantes que grandes pensadores han buscado contestar, qué es lo correcto suele ser de las más frecuentes y la que varios han tratado de responder. Si algo nos han enseñado tales intentos es la relatividad de lo bueno y lo malo, lo que debe hacerse (o pensarse) y lo que no. En Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (Penguin Random House, 2017), Julián Herbert  presenta relatos que cuestionan las normas morales a partir de la naturaleza de los pensamientos.

En este libro podemos encontrar toda clase de perversiones así como las consecuencias de llevarlas al límite; es un recordatorio de que todos aquellos deseos y pensamientos reprimidos, por aquello que la sociedad considera “correcto”, jamás desaparecen por completo: siempre quedan reminiscencias que afectan nuestro comportamiento. Los personajes de los diez relatos que conforman esta obra viven en un mundo cuya realidad se rige por una ética alterada, al mismo tiempo que rigurosa. Las corrupciones al orden y a la tranquilidad moral y social son la regla en cada uno de los escenarios que Herbert presenta en este libro.

La narrativa del autor es franca, directa y sin escrúpulos: nos conduce a sentir y vivir la situación de cada uno de los narradores de esta obra. Con las historias, Herbert  logra explorar los lugares más recónditos y sucios de la mente. Se observa que no son las acciones per se las que definen a una persona, sino la intención, la ejecución y la manera en la que se conllevan las consecuencias. Lo único diferente entre los personajes de Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino y un humano promedio es la falta de remordimiento al mostrar y aceptar aquel pensamiento que la sociedad prohíbe sacar a la luz. Los actores de cada uno de los relatos no tienen miedo, y a veces ni cuenta se dan, de mostrar aquello que piensan, desean o repudian aceptando los resultados que éstas tengan. Así como lo indica el narrador de la última historia, los personajes llevan a cabo un ejercicio de introspección con el cual se “[…] descubre un aspecto central de su personalidad. En este punto la escritura deja de ser oratoria y se convierte en psicoanálisis”. El lector, a través de los datos que la narración proporciona, tendrá la tarea de analizar las situaciones para encontrar por qué los personajes llevan a cabo los actos, reflejo de su pensamiento, que se cuentan en este libro. Poco a poco las narraciones cobran vida para incomodar al lector y cuestionarlo acerca de la “pureza” de sus ideas.

Herbert aprovecha la situación política y social del país para darle forma a estas historias, la cual no es la razón por la que los personajes conciben sus perversiones, sino una herramienta que les permite evolucionar, experimentar y llevar a cabo, sin consecuencia legal significante, la aplicación de sus pensamientos a la vida cotidiana. En una sociedad como la mexicana, con cánones conservadores y puritanos tan—secretamente— vigentes, cualquier idea que no corresponda con la tradición es objeto de rechazo; a pesar de la constante violencia, corrupción y abuso de poder que ha inundado al país entero, el mostrar este tipo de ideas todavía es mal visto. Lo que este libro logra es demostrar que todos, en mayor o menor medida, regimos nuestras vidas a partir de esas perversiones y que la situación que reina a México sólo nos ayuda a confirmarlo e incitar la aplicación de los ideales sucios y prohibidos a nuestra respectiva realidad.

Podemos encontrar referencias culturales de todo tipo (sobre todo cinematográficas), las cuales deben ser entendidas para la interpretación de varios de los relatos. Además de que esta intertextualidad nos ayuda a descifrar los oscuros pasajes que Herbert retrata de la mente, al igual que a darle forma y sentido a las historias, ayuda al lector, una vez identificada la referencia, a tener un acercamiento mayor a quien narra lo sucedido.

Aquello que está prohibido mostrar al mundo, Herbert lo dibuja en Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino sin escrúpulos ni vacilación alguna. Los trastornos, fetiches, manías, obsesiones, inquietudes y demás callejones ocultos del pensamiento humano se retratan en esta obra como la cotidianidad de los personajes, algo que nosotros tratamos de suprimir a toda costa —o al menos tratamos de esconderlo de los demás—. ¿Qué es la vida sino una proyección de nuestras ideas? Julián Herbert ejemplifica esto llevándolo al máximo y con esas realidades que siguen siendo tabú, nos demuestra, una vez más, que la línea entre lo bueno y lo malo es cuestión de perspectiva.

Julián Herbert, Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, Penguin Random House, México: 2017.

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