Una breve reflexión a 45 años de la masacre en Tlatelolco.

“No es casual que los jóvenes mexicanos hayan caído en la antigua plaza de Tlatelolco: ahí se encontraba el antiguo templo azteca donde se hacían sacrificios humanos…El asesinato de los estudiantes fue un sacrificio ritual… se trataba de aterrorizar a la población, usando los mismos métodos de sacrificios humanos de los aztecas” –Octavio Paz-

45 años han pasado desde el 2 de octubre de 1968. Y a veces tengo la sensación de que las manecillas del reloj no han girado hacia adelante. ¡Vamos, ni siquiera se han detenido! Es como si todos estos años las manecillas hubieran hecho su recorrido aceleradamente hacia atrás.

Cuando un pueblo adquiere conciencia histórica procura, por todos los medios, no repetir los mismos errores del pasado. Pero, cuando predomina la barbarie parece no quedar espacio para la civilidad. En el futuro se ve la oscuridad y no la luz.

Hoy la gente muere por el hambre y por la guerra en las calles. Y la mayoría no lo hacen por ideales o principios, sino por la pobreza y el abuso de poder. La concepción popular de la muerte parece estar más cerca del ritual religioso que del recuerdo histórico.

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El pueblo comienza a crear entonces una religión de alabanza a la muerte, a la santa blanca. Porque estar muerto y estar vivo son casi la misma cosa. Porque nadie tiene miedo al infierno, ya que el verdadero infierno es el presente o el posible futuro. La línea que separa al bien del mal se desvanece. Todos sufren vértigo.

Convertimos a nuestros tiranos en héroes, a los que luchan los denostamos, a los que son diferentes los despreciamos. No queremos escuchar a los otros ni aprendemos del pasado. Justificamos el uso de la fuerza en nombre del mero orden. Vemos que el mal se practica cotidianamente en el mundo, mientras permanecemos callados. Somos victimas y quizá cómplices.

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La marcha del silencio es también un ritual de la sociedad mexicana. Es una demostración de que una sociedad que calla es una sociedad que puede estallar. A veces siento que el aumento de las injusticias, de la desigualdad y de la carencia de libertades produce que las manecillas del reloj caminen hacia atrás. Entonces me parece más claro que cuando siento que el tiempo marcha en sentido inverso, lo que escucho en realidad es una bomba de tiempo.

No estoy seguro sí a largo plazo la gente acepte seguir viviendo en el miedo y en la miseria. Quizá llegará un día en que toda una generación levante la voz y quiera transformar el mundo. Quizá algún día o alguna noche lleguemos al segundo cero. Espero, como tienen esperanzas los niños, que ese día estemos preparados para elegir la civilidad y renunciemos a la barbarie. Porque no me gustaría contemplar que nuestra historia es un eterno retorno de lo mismo, un eterno retorno de la involución. Me gustaría imaginar que es posible encarnar la libertad, la justicia, la dignidad humana. Me gustaría pensar de que al final del túnel está la luz.

Diego Alfredo Pérez Rivas

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