Por José Ignacio Lanzagorta García

En esa gran conversación masiva e instantánea que son las redes sociales, tal vez la descalificación es la constante, incluso a veces me parece que es un motor igual o más potente que la cacería del like. La descalificación intelectual, la descalificación moral, la descalificación gramatical. La descalificación arrobada o subtuiteada, directa o indirecta, individual o en masa, de 15 minutos o sostenida por una semana. Así es. Así va a ser. Y tal vez así siempre ha sido, pero no teníamos la forma de mediatizarla. Excepcionales historias de terror no faltan: vidas verdaderamente impactadas por poner el tuit incorrecto, por ejemplo. Por lo demás, las historias más grotescas tienen que ver más con la torpeza a reaccionar frente a un error. No pasan de un cierre temporal de una cuenta. Lidiemos con ello.

Por supuesto, una de las descalificaciones más recurrentes es a que exista un tema de conversación: hablan de x, y nadie piensa en y; te preocupaste por esto, cuando nada dijiste de aquello; ay, sí, y ahora todos indignados con eso, ¿no?; tuitean pero no hacen nada: activistas de smartphone. De pronto, en ese mar de descalificaciones, algunos llegan al ridículo de sugerir que hablar de un tema que indigna o preocupa implica menos consecuencias a que… ¿nadie hablara de ello? También se descalifica la descalificación cuando, de pronto, la llegan a calificar de “linchamiento mediático”. Cada caso es un mundo y que merece ser visto por sí mismo, pero creo que las alertas se encienden para mí cuando estos “linchamientos” tocan a una autoridad que pronto sugiere algún tipo de regulación de estas plataformas. Callar a la oleada de mensajes de 140 caracteres por decreto.

Difícilmente la resolución de amparo que otorgó el juez Anuar González al “porky” Diego Cruz, acusado junto con otros tres jóvenes de agredir sexualmente a una chica que, además, era menor de edad cuando esto ocurrió, no levantaría indignación. Esto pudo haber ocurrido en cualquier parte del país, pero ocurrió en Veracruz, donde el hombre que desfalcó casi por completo al erario del estado por seis años sigue prófugo. Esta vez, en ese mismo estado, el juez hizo más porque avanzara nuevamente la impunidad a que por una maldita vez se haga lo correcto. Como sabemos, la sentencia será revisada por un tribunal colegiado y Diego Cruz, en tanto, sigue tras las rejas. Pero, por un momento, pensamos muchos, triunfaría el permanente desgaste de nuestra vida institucional.

Y entonces vino la descalificación a la indignación. A pesar de que vimos a los chicos en unos videos “pidiendo perdón” a la agredida, algunas voces nos pedían callar, no “erigirnos en jueces”, no “linchar”. A pesar de que leímos textualmente cómo el juez González razona la intención de Diego Cruz de tocar la vagina de su víctima como “no lasciva”, hubo quienes nos pidieron conceder esto; entrar en el juego de aplaudir un vericueto argumental. ¿De verdad? Es tan estúpido este razonamiento que incluso quienes han usado las herramientas jurídicas para defender la sentencia del juez, como es el caso del abogado Miguel Carbonell, se extrañan y se distancian de esa parte de la resolución. El juez González argumenta que la víctima no era indefensa, pues en los eventos, tras el contacto sexual, ella permaneció con los presuntos agresores y hasta se cambió de lugar en el automóvil que iban. Por supuesto, si el juez González no concibe una intención lasciva en tocar los genitales de alguien, tampoco concibe el sometimiento y la indefensión si no es bajo un estricto control físico. Nació ayer.

La furia generó mensajes de indignación en los que sí, dimos por hecho la culpabilidad del “porky”; sí, dimos por hecho la corrupción del juez. El “linchamiento” incluyó tomar fotos de la familia del juez y ventilarlas por las redes sociales. Por supuesto, esto no fue correcto, pero resulta completamente entendible en el contexto de impunidad, de corrupción, de acción selectiva de la justicia. Pero luego el juez Gonález fue suspendido por parte del Consejo de la Judicatura para ser investigado por esta sentencia. Es difícil pensar que la indignación que se expresó masivamente en redes sociales no tuvo nada que ver.

La indignación tuitera funcionó… en este caso. Mostró a una sociedad fastidiada con la simulación y a autoridades que, por una vez, por un caso, hicieron eco de ese fastidio. No se trata de si “la gente” decide si Diego Cruz es culpable o inocente, como señalan muchas de las descalificaciones a esta indignación, sino de que, de ser inocente, los jueces deberán argumentarlo y demostrarlo como si no fuéramos idiotas, como si de verdad lo es. Va estar difícil.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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